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A Coruña amaneció el pasado sábado. En el Muelle de Batería, donde el océano suele rozar las piedras con un rumor de siglos, la Fundación Marta Ortega Pérez (MOP) abrió un nuevo territorio: Wonderland, la primera gran retrospectiva en España de Annie Leibovitz. Un viaje que permanecerá hasta el 1 de mayo de 2026 y que, más que una exposición, es una invitación a habitar la mirada de una de las creadoras más influyentes del último medio siglo.

Leibovitz llega a Galicia con más de cincuenta años de carrera a sus espaldas; un medio siglo en el que ha atravesado con la misma soltura el fotoperiodismo, la fotografía de moda y el retrato psicológico más íntimo. En su obra, las celebridades, los desconocidos, los escenarios controlados y los accidentes de la vida real conviven en un ecosistema donde cada imagen es una crónica emocional. Hay fotógrafos que capturan momentos. Leibovitz, en cambio, parece tener el superpoder de capturar estados del alma.
Wonderland así propone un hilo narrativo que no es estrictamente cronológico, sino un paseo por lo sensorial. Al avanzar por las salas, la primera intuición es que Leibovitz hace de la imagen un territorio de revelación. La suya no es una búsqueda de belleza complaciente, sino de verdad escénica a través de una capacidad para entrar en la psicología de sus sujetos y dejar así al descubierto aquello que quizá ni ellos mismos habían enunciado. Sus fotografías respiran junto con el público. La quietud serena de las actrices que se dejan observar sin máscaras, los grandes nombres de la cultura popular que emergen con la fragilidad de cualquier ser humano. Leibovitz no se limita a inmortalizar rostros, sino a explorar e inmortalizar presencias. Construye imágenes que no solo registran un instante, sino que generan la sospecha de que ese instante se expande a través de la historia que guarda en su interior.
La fotógrafa Annie Leibovitz en A Coruña.Cabalar
En esta retrospectiva, la psicología humana se vuelve materia visible. La fotógrafa es capaz de escuchar silencios, de detectar una inflexión emocional y transformarla en luz. En sus manos, la cámara se convierte en una suerte de instrumento antropológico y, al mismo tiempo, en una pluma poética. El resultado es una colección de retratos donde cada sujeto, ya sea celebridad, político, creador o ciudadano anónimo, parece recién surgido de un relato mítico. Leibovitz fija su imagen en el tiempo, pero no para congelarla, sino que lo que hace es liberar la esencia que late detrás de cada gesto y de cada mirada.
A esa profundidad psicológica se suma una versatilidad técnica que ha acompañado cada etapa de su carrera como una segunda piel. Leibovitz ha transitado con naturalidad del grano analógico al brillo digital, de los escenarios improvisados en plena calle a las producciones monumentales de estudio donde cada sombra está coreografiada. Su adaptabilidad no es solo dominio del oficio, sino una forma de pensamiento: sabe cuándo debe desaparecer detrás de la cámara para dejar que el azar actúe y cuándo, por el contrario, debe construir un universo entero para que la imagen respire con intención.
Malgosia Bela (i), Carolyn Murphy (2i), Annie Leibovitz (3i), Karen Elson (3d), Marta Ortega (2d) y Linda Evangelista (d).Saskia Lawaks/EFE
De ahí que Wonderland no sea únicamente un título evocador, sino un marco conceptual. El ‘país de las maravillas’ de Leibovitz está hecho de luces claras y sombras espesas, de fantasías creadas para la moda y escenografías minuciosas. La maravilla, en su obra, no es un artificio; es una forma de entender la existencia como espectáculo emocional.
Leibovitz no fotografía cuerpos, fotografía espíritus. Y en Wonderland, su cámara, esa compañera fiel que la ha acompañado desde los turbulentos años setenta hasta hoy, nos recuerda que la imagen, cuando se ejerce con lucidez y sensibilidad, puede llegar a ser un espejo donde el mundo reconoce su propio latido.