Norman Foster, a sus 90 años, continúa siendo una leyenda viva de la arquitectura y una de las figuras más influyentes del diseño contemporáneo. Lejos de plantearse la retirada, el británico encara esta etapa con la vitalidad que siempre lo ha caracterizado. Recientemente ha sido investido doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid, distinción que se suma a una larga lista de premios como el Pritzker o el Príncipe de Asturias.

El arquitecto vive una etapa de plenitud creativa y personal junto a su esposa desde 1996, la española Elena Ochoa, con quien forma uno de los tándems culturales más poderosos de Europa. Su vida transcurre entre varias residencias repartidas por Londres, Madrid y Suiza, un auténtico imperio inmobiliario construido a lo largo de décadas de trabajo, prestigio y fortuna. «Todavía tengo todo por delante», confesaba recientemente en Architects Journal, una frase que resume bien su espíritu inagotable.

Entre todas sus propiedades, una de las más especiales se encuentra en Madrid: el palacete histórico de Monte Esquinza 48, en Chamberí, sede de la Norman Foster Foundation. Adquirido en 2013 por algo más de 9 millones de euros y valorado hoy en más de 12 millones, este edificio de 1912 fue restaurado por completo para recuperar su esplendor original y convertirlo en archivo, centro de investigación y espacio expositivo. En sus salas se custodian más de 74.000 piezas, entre maquetas, planos, cuadernos y material audiovisual que documentan la trayectoria del arquitecto. En el patio interior se alza un pabellón contemporáneo creado por Foster + Partners, una estructura ligera de vidrio y fibra que contrasta con la fachada neobarroca y simboliza el diálogo entre historia e innovación.

La pareja mantiene una intensa agenda cultural en Madrid: presentaciones, almuerzos con figuras del arte y la diplomacia, y encuentros con amigos habituales como Pablo de Grecia y Marie-Chantal Miller. Ochoa, editora y mecenas internacional, dirige Ivorypress y ha impulsado, junto a Foster, un nuevo centro cultural en el antiguo espacio de la Galería Marlborough, consolidando así su presencia en el ecosistema artístico de la capital.

Su vida en Suiza también refleja la misma sofisticación arquitectónica. Chesa Futura, su espectacular edificio de St. Moritz, funciona como refugio invernal y como muestra de su filosofía de sostenibilidad: una estructura de madera ondulante, tres plantas de apartamentos, vistas a los Alpes y dos niveles subterráneos que integran tecnología avanzada y eficiencia energética. Allí pasan los inviernos practicando esquí de fondo, ciclismo y disfrutando de una vida social discreta pero selecta.

A pesar de su patrimonio inmobiliario global, Londres sigue siendo su base. Su ático de más de 600 metros cuadrados junto al Támesis, diseñado por él mismo, es un mirador privilegiado hacia algunas de sus obras más emblemáticas: The Gherkin, el Millennium Bridge o el Ayuntamiento de Londres. Un hogar que también alberga parte de su colección de arte, con piezas de Warhol, Bacon y Zurbarán.

Profesionalmente, Foster sigue en plena actividad: viaja, diseña y lidera su estudio Foster + Partners, responsable de más de 360 proyectos en los cinco continentes, desde la cúpula del Reichstag hasta el aeropuerto de Pekín o la Torre Cepsa en Madrid. A esto se suma que en junio de 2024, el Comité Conmemorativo de Isabel II lo eligió para diseñar el Monumento Nacional dedicado a la monarca. El encargo, desarrollado junto a la artista Yinka Shonibare y el paisajista Michel Desvigne, representa un desafío creativo de primer nivel.

A sus 90 años, Norman Foster no solo conserva la energía de un creador incansable: también preside un legado monumental que combina arquitectura, patrimonio, innovación tecnológica y un universo de residencias que son, en sí mismas, manifiestos de su visión.