A Annie Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 1949) le gusta contar que aprendió a mirar antes de saber fotografiar, en los asientos traseros de un coche. Su … padre era militar y la familia cambiaba de base y destino cada poco, así que la ruta se convirtió en su primer paisaje, su primera escuela. Pasó las horas pegada a la ventanilla, tratando de fijar lo que se escapaba. Años después, la observación en tránsito acabó convirtiéndose en el núcleo de su obra: entender la fotografía no como la captura definitiva de lo real, sino «el deseo» -a veces desesperado- de retener aquello que se transforma mientras se observa. Esa lógica vertebra su universo visual y permite descifrar ‘Wonderland’, su primera gran retrospectiva en España que acaba de abrirse en A Coruña, en el Centro MOP del Muelle de Batería hasta el 1 de mayo del próximo año.

La muestra recorre cinco décadas para explicar cómo esa mirada móvil consolidó a Leibovitz como una cronista visual de los Estados Unidos en permanente mutación. De ahí que la carretera regrese una y otra vez: la portada de ‘Born in the U.S.A’ de Springsteen, los Rolling, los viajes familiares. La vida entendida como desplazamiento. Si algo define su trabajo es su capacidad para leer un país en su propia gente, convertir cada retrato en la escena de una narración mayor. Sus imágenes son, como a ella le gusta decir, «la foto de lo que te estás convirtiendo»: no el registro de lo que uno es, sino de lo que uno está a punto de ser -aunque el sujeto todavía no lo haya terminado de reconocer-.

La exposición lo muestra desde el principio. El recorrido se estructura a partir de sus nueve libros, de cinco décadas de trabajo y de una biografía que parecía destinada a la docencia artística, pero que acabó generando uno de los relatos fotográficos más persistentes de la cultura estadounidense.

‘Wonderland’ juega con una doble naturaleza, casi cronológica y literaria, que hace convivir los retratos de los Rolling con Polaroids; a los iconos de la historia reciente de Estados Unidos con sus maestros -Joan Didion, Patti Smith, Cindy Sherman-; a los políticos con los artistas; y a las fantasías escenificadas con los Reyes de España, en un estilo marcado por luz y composición que no teme por influencias pictóricas de Rembrandt y Velázquez.

Gira Rolling Stones

«No vi la luz del día en tres meses. Solo era una joven obsesionada con el trabajo»

Es, en cierto modo, Annie en estado puro: la exposición conserva un punto de provisionalidad, de trabajo aún tibio. Entre las fotos impresas colgadas por ella misma con chinchetas aparecen huecos y espacios donde el ojo completa lo que falta. Leibovitz sigue editando incluso en pared.

El recorrido avanza de forma casi sin avisar: cuando crees que estás frente a una imagen de moda, emerge el periodismo; cuando crees que observas un simple retrato, aparece una historia; cuando crees haber identificado a la fotógrafa, reaparece la niña que miraba el país desde la ventanilla de un coche en movimiento.

La carretera como origen

El viaje se articula en cuatro estaciones. La primera sala regresa de forma fulminante a 1975 que reconstruye su primer gran encargo: la gira Tour of the Americas ’75 de los Rolling Stones. Mick Jagger le propuso que se integrara en la banda «como si fuera una más». Y lo hizo. Tenía 25 años y acababa de empezar a trabajar para la revista ‘Rolling Stone’, donde permanecería trece años.

Frente a la que llama «la pared del aprendizaje», y que surgió a partir de la inspiración de Robert Frank, Leibovitz reconoce todavía hoy el vértigo de un trabajo que califica como obsesivo. «Sigo viendo primero los encuadres de 35 mm y después la imagen y la historia que hay detrás. No tenía ni idea de dónde me metía. Yo solo era una fotógrafa joven, obsesionada con trabajar. Pero fue la cámara la que me salvó la vida». Siempre vuelve a esa frase.

El primer concierto, en Nueva Orleans, fue la entrada en un mundo sin sueño ni luz del día. «No vi la luz en tres meses», recuerda. «La gira estaba tan bien documentada que casi me mata». Más de 400 fotografías -muchas inéditas- levantan un río visual que la arrastró hasta el punto de que tardó diez años en abandonar las drogas.

En Leibovitz, trabajar fue siempre una forma de socializar. En un oficio habitualmente solitario e introspectivo, el retrato fue su manera de entrar en el mundo y de relacionarse con otros. Por eso dice que «se hace fotos con la gente», y no simplemente a la gente.

La segunda sala, la del retrato, es casi una lección de oficio. Leibovitz insiste en que tardó años en dominar el pulso, la luz y la distancia que permiten acercarse a alguien sin invadirlo. «Aprendí fijándome en las portadas de las revistas. No podía comprarlas, así que me quedaba frente al quiosco mirándolas una y otra vez». Le interesaba la técnica, y entre todas, había una que la atrapaba: ‘Life’ y su capacidad narrativa. De ahí surgió una serie sobre poetas a finales de los setenta que cristalizó en la célebre sesión con John Lennon y Yoko Ono. Primero Polaroid, para llegar al momento y luego la cámara definitiva. Aquella misma tarde asesinarían a Lennon. «Las Polaroids eran mejores que las de carrete», confiesa; por eso hoy vuelven a aparecer en la muestra, como el inicio de un proceso vivo.

El retrato

«Aprendí fijándome en las portadas de las revistas sentada frente al quiosco»

La tercera sala introduce a la Leibovitz que revolucionó la fotografía de moda. Anna Wintour vio en ella algo que la industria no entendió al principio: que podía narrar una historia en una sola imagen, entrelazar realidad y fantasía sin abandonar la dimensión humana del sujeto. Durante el paseo, las mujeres retoman su centralidad y Leibovitz parece cautivada por la confianza que irradian, señalando a Penélope Cruz en su vuelta a España o a Rihanna, posando embarazada en una serie en La Habana.

Quienes la han acompañado en estas décadas dicen que entiende la moda mejor que la propia industria que la produce. Por eso ‘Wonderland’ no fue solo un catálogo de Vogue, sino un espacio personal donde diseñadores, actrices y personajes se convertían en protagonistas de fábulas contemporáneas: Tom Ford como conejo blanco, Keira Knightley en un ‘Mago de Oz’ reinventado o Natalia Vodianova atravesando Washington como una heroína.

Historias del presente

Preguntada por el paso del tiempo, responde con calma: «Ser mayor es ser más compuesta». En el final del recorrido, en la sala ‘Flujo de conciencia’, los personajes también se hacen mayores: —Stephen Hawking en silla de ruedas, Cindy Sherman, David Hockney conduciendo—, y el paisaje empieza a ocupar más espacio que los cuerpos. La edad trae otra velocidad y otra relación con el tiempo.

El itinerario también detiene la mirada en obsesiones recientes: Elon Musk y Michael Heizer en ‘The City’, los procesos creativos, los talleres y espacios de trabajo. Tiene predilección por ver cómo se construyen las cosas, cómo viven los artistas y cómo un espacio moldea una obra.

Y en medio de toda esa expansión aparece una imagen aparentemente menor: un escaparate de Goodman con transeúntes caminando. Ella lo señala como esencial. Es su forma de recordarnos que la fotografía es siempre una tensión entre lo que pasa y lo que podría haber pasado, entre lo visto y lo que el ojo completa.