El cantante y compositor Antonio Flores, en su último concierto, en Pamplona, tras la muerte de su madre Jesús Diges | EFE
«Cuando llegó el Samur, les dije: «Déjenlo a él, que ya no tiene remedio, y sálvenme a mi hermana Rosario»», contó Lolita sobre el momento posterior a la muerte de su hermano
01 dic 2025 . Actualizado a las 13:54 h.
Antonio Flores no pudo superar la muerte de su madre, Lola Flores. Solo quince días después del fallecimiento de La Faraona, a su hijo, que tenía con ella una relación tan maternofilial como de amigos, se le paró el corazón. «Parada cardiorrespiratoria. Intoxicación por drogas. [La presencia de opiáceos, cocaína, analgésicos, ansiolíticos y alcohol]. Muerte accidental. Te encontraron en la cama, descansando, como si estuvieras dormido», ha revelado su hija, Alba Flores, en el documental Flores para Antonio sobre la autopsia de su padre. Todo eso tras dos semanas de dolor para el único hijo varón de la más icónica cantante folklórica española.
Antonio y Lola estaban más unidos que nunca en los últimos años de la vida de ambos. Habituales noches de confidencias entre ambos, cuando él se deslizaba, con nocturnidad, a la habitación de su madre para charlar sobre el arte, la vida, y quizás la muerte, hasta que amanecía. Pero había algo en lo que el cantautor que emocionó a toda España con No dudaría intentó mantener a sus padres al margen: su problema con las drogas. Unas adicciones que, confesó él mismo en el especial de Informe Semanal emitido días después de su muerte, le habían hecho «la vida imposible». «Quería quitarme sin que mis padres se enterasen para luego decirles: «He estado enganchado, pero me he quitado»». Él mismo reconoció que era un reto inasumible sin ayuda. Sus padres se dieron cuenta y acabó confesando. «Mamá, papá, tenéis razón, ayudadme», les suplicó.
Alba Flores revela por primera vez la autopsia de su padre Antonio
P. V.
Y Lola, como verdadera madre coraje, comenzó a controlar en lo que le era posible a su hijo, aunque no era fácil. En una ocasión, desesperada, su madre lo chantajeó de la forma más efectiva. «Le mostró el brazo y le dijo: «Méteme lo que tú te metes y nos morimos los dos. Venga, chulito, a ver si te atreves a ver cómo tu madre se mete lo que tú»», recordó una fuente del entorno familiar a El País. Su progenitora fue uno de los diques de contención para las adicciones de Antonio. «El otro fue su hija, Alba Flores. Tengo una hija a la que no le puedo fallar; necesito durar mucho tiempo por ella, porque no tengo el derecho a que ella sufra», le confesó a Nieves Herrero en Cita con la vida, apenas unos meses antes de morir, «antes no me importaba mi vida por hache o por be, pero ahora sí me importa. No puedo permitirme el lujo de que la gente que me quiera sufra».
El problema llegó cuando uno de esos diques reventó. La noticia del fallecimiento de Lola Flores a los 72 años, en la madrugada del 16 de mayo de 1995, fue un punto de no retorno para Antonio. Murió en brazos de Carmen Mateo, amiga y secretaria de la cantante, y la casa se llenó enseguida de los conocidos que tanto la querían. Antonio Flores llegó después, dio un puñetazo en la pared que le hizo tener una escayola las semanas siguientes. Pidió a gritos ver a su madre, entró en la habitación y exigió estar a solas con el cadáver. La veló entre lloros y gritos.
Antonio no fue capaz de acudir al último adiós de La Faraona en el entierro en el cementerio de La Almudena. El artista estaba deprimido, como contó en varias ocasiones su hermana Lolita. Pero aun así, o precisamente por eso, quería trabajar más que nunca. En esos días fatídicos, llegó a dar un concierto, el último. Fue el 26 de mayo, en Pamplona. Se trataba de la presentación de su disco Cosas mías. «Mi madre lo que quiere es verme en el escenario», triunfando, dijo en la rueda de prensa previa, en la que confesó estar padeciendo «un gran sufrimiento». Un recital que, como no podía ser de otra forma, le dedicó a su progenitora, señalando con su brazo escayolado al cielo.
Pero no podía superar la muerte de su madre. Se lo confesó a sus hermanas, como la propia Lolita explicó en el programa Lazos de sangre. «Nos llamaba y decía: «No puedo vivir sin ella. A mi hija la adoro, pero me falta mi luz»». Antonio llevaba días sin dormir, casi sin comer, bebiendo y tomando tranquilizantes que le habían recetado.
Su último día lo pasó en compañía de amigos y conocidos, entre ellos su hermana Rosario, Antonio Carmona, las hermanas Irene y Chelo Vázquez —conocidas como las Hermanas Chamorro— o su amigo Eduardo Lago, Chirro. Este último lo vio por última vez con vida a las 22 horas, cuando Antonio le dijo que iba a ver a alguien que llevaba mucho tiempo sin ver. «Aquel encuentro no fue nada bueno para él», valoraría Chirro tiempo después.
Delgado y desmejorado, ese día dijo que tenía sueño. Irene Vázquez, una de las hermanas Chamorro, que en aquel momento tenía 23 años, lo arropó en cama y se fue al sofá de la cabaña donde vivía el artista en la finca del Lerele. Regresó poco antes de las 7 de la mañana, y fue ella quien se lo encontró ya sin vida. Salió corriendo al jardín, gritando, y la casa se llenó, 15 días después, para despedir a otro miembro más de la familia.
«Cuando llegó el Samur, les dije: «Déjenlo a él, que ya no tiene remedio, y sálvenme a mi hermana Rosario»», le contó Lolita a Bertín Osborne en el programa En la tuya o en la mía, explicando que su hermana menor estaba «dando botes de un metro, como en El Exorcista».
El marido de Lolita, Guillermo Furiase, visiblemente afectado, salió de la casa y llegó a insultar a los periodistas que se agolpaban en el exterior, aunque pidió perdón inmediatamente. «¿Qué queréis saber? Lolita está muy mal, esto es un castigo, no es el destino», dijo. Rosario, por su parte, apenas estuvo media hora en el velatorio, y salió entre sollozos.
Ahí empezó un via crucis para Lolita y Rosario, un pozo tras un doble golpe con quince días de diferencia del que tardaron en salir. «Estaba destrozada y quería matarme sin mi hermano», contó Rosario, que aseguró en Lazos de sangre que se salvó por quedarse embarazada de Lola. «Ahí se acabó el destrozarme y maltratarme». Algo parecido a lo que ayudó a Lolita. La hermana mayor de ambos contó en varias ocasiones que se quitaba el dolor «a base de botellas de whisky y de probar sustancias», que daba golpes y patadas a las puertas, en «un año y medio de locura absoluta». Pero fue Elena, su hija de entonces solo ocho años, la que le salvó la vida. «Llamó a mi hermana y le dijo: «Veo a mi madre regular»», le contó a Jordi Évole. Rosario no dejó pasar la oportunidad de confrontar a Lolita ante las consecuencias de su estado. «Para», la conminó, «porque tu hija te necesita y tu hijo es muy chico». Funcionó. «De un día para otro», la cantante consiguió superarlo gracias a ese toque de atención.
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