Iñaki Kerejazu es un llorón. Mejor dicho, y para que no se malinterprete la cualidad, es un joven de lágrima fácil, de emociones a flor … de piel. Puro sentimiento. Sensible. Durante el curso ejerce de profesor de chavalillos en San Viator. Le adoran porque tienen la suerte de convivir a diario, en clase, en el patio, con el mismísimo Celedón. Fardan de él. Y claro, Celedón… ¿Pues qué será Celedón para esos inocentes y preguntones chiquillos?
Luego llega el desenfreno del chupinazo, cuando la alegría baja del cielo, y Kerejazu, mejor dicho el Celedón de carne y hueso, el humano, el hombre, se rompe por dentro y expresa ante miles de vitorianos y visitantes –diversas fuentes citan 60.000 personas–, en una tarde de sofoco, insoportable para pasarla bajo el sol, todo aquello que siente y le duele. Entonces se emociona y llora. Bueno, antes de aparecer aclamado ya llevaba horas de recuerdos y lágrimas. Ante la multitud, micrófono en ristre, añoró a los que «no están» o están lejos, lanzó un convincente «¡basta ya de genocidio en Palestina!», soñó por una Vitoria «escenario seguro para todos y todas», clamó contra las agresiones machistas y se declaró militante de la igualdad. «Disfrutemos de las fiestas. Esto no volverá», solicitó. En efecto.
Tan sincero. Tanto como que el mozo de la milenaria aldea de Adurzaha, el blusa de Hegotarrak, el hijo de Javi, tan natural también, se abrazó como un crío a Ojo Biriqui, uno de los cabezudos que tomaron la balconada en calidad de lanzadores de un chupinazo compartido. A la par, a la alcaldesa Maider Etxebarria, animada y sonriente siempre, le dio por moverse discretamente al son de la música que retumbaba en el corazón de la ciudad. «Que todo el mundo disfrute desde el respeto y la igualdad», solicitó la que asume por todos nosotros las facturas de los festejos.
Éste es el segundo paseíllo de Kerejazu desde la casa nueva con ventana y balcón que le han prestado sin alquiler en Postas hasta la terraza con amplias vistas de la iglesia de San Miguel, donde le aguardaban para dorarle la píldora las autoridades, los acompañantes de los cargos públicos, otros invitados y más invitados hasta un montón de gente que apenas reparó en la existencia de la hornacina de la Virgen Blanca. Es la patrona, la razón de la chufla, aunque no esté en la lista de espera de ninguna cuadrilla de blusas y neskas.
Ya está Celedón para encargarse de que todo fluya, incluso para calentar aún más a una multitud juvenil, plural, mestiza, sin alcohol ni vidrios, reivindicativa que vibró durante la espera con cada canción de las varias del momento que escupió la megafonía municipal. Es curioso lo de la muchedumbre. Se impacientó con los cuartos que replicaban las campanas, como en la Puerta del Sol. Aunque nada que ver, desde luego, con la pegadiza melodía de ‘La potra salvaje’, el ‘hit parade’, el resorte de los hijos, nietos, bisnietos y demás familia de Celedón.
Por lo que se ve, la pieza de Isabel Aaiún ha calado en V-G, más verde que nunca pero también más descuidada que nunca, con hierbajos, malezas y desperdicios que nos deberían llevar a la reflexión. ¿La Green Capital merece esta desatención? Entre sus alusiones en euskera y castellano frente a sus paisanos, a Kerejazu, empadado en sudor, con la camisa blanca tintada de vino barato, se le ‘olvidó’ reclamar también unas fiestas limpias.
Pancartones
Este 4 de agosto ha hecho calor, mucho calor, en Vitoria, y no digamos ya entre las cinco y las seis de la tarde. Pero la peña variopinta aguantó el tipo a 34-35-36 grados. Fuego en el termómetro. Son duras las nuevas generaciones, gentes que asistieron a una bajada de Celedón que vino de culo, como en esos partos que inquietan a la comadrona. De vez en cuando, en la tirolina, por capricho se dio la vuelta y miró hacia su domiclio. Pero descendió de espaldas más de lo deseado. Se esperaba a los bomberos en la plaza para sofocar el calor ambiental y el posterior festivo pero no aparecieron con su gratificante camión cargado de agua que en otras ocasiones alimentaba su panza con el caudal que brota de una boca de riego estratégicamente situada en la Virgen Blanca. Casi nadie sabe dónde está, pero el suministro del subsuelo está ahí por lo que pueda pasar.
El Celedón más humano se expresó reivindicativo. También lo hicieron grupos militantes que ocuparon la parte alta del recinto para desplegar sus gigantescas pancartas con mensajes variados y repetidos. Kerejazu se acordó de Palestina. Algunas banderas de esas tierras horrorizadas por el hambre y la muerte también se dejaron ver. De siempre, Vitoria es un pueblo sentido y acogedor. Vamos, como Celedón , humano y mito.