La ciencia se enfrenta a un reto titánico cuando investiga los orígenes de la vida: el pasado no puede observarse, y apenas puede deducirse. Por eso, las teorías en torno a cómo surgieron las primeras moléculas biológicas se construyen como hipótesis probables, quedando sujetas a revisión constante. Una investigación reciente de la Universidad de Colorado Boulder aporta una pieza nueva al rompecabezas: ciertas moléculas esenciales para la vida podrían haberse originado en la atmósfera terrestre primitiva para después haber «llovido del cielo».
El estudio se ha publicado en la prestigiosa revista PNAS y revisa un contexto científico que durante años había parecido sólido: la idea de que muchos compuestos orgánicos del azufre, como pudieran ser los aminoácidos como la cisteína, solo podían ser producto directo de procesos biológicos. O, dicho de otra manera, que primero vino la vida y después estas moléculas. Sin embargo, los autores del estudio plantean el escenario inverso al afirmar que estas moléculas pudieron preceder a la vida y ayudar a desarrollarla.
Para ello, el equipo de la Universidad de Colorado simuló en laboratorio una atmósfera temprana de la Tierra mezclando metano, dióxido de carbono, sulfuro de hidrógeno y nitrógeno, y sometiéndola a fuentes de luz que imitaban la radiación solar. La doctora Ellie Browne, una de las autoras del estudio, explica las dificultades técnicas de trabajar con el azufre: «Tienes que tener equipos que puedan medir cantidades increíblemente pequeñas de los productos». Aun así, el experimento reveló algo sorprendente: en aquella atmósfera artificial se generaron moléculas orgánicas de azufre, incluidas cisteína, taurina y coenzima M.
Este hallazgo no solo reinterpreta el posible origen terrestre de la vida, sino que también obliga a reevaluar señales de vida en otros mundos. Durante años, la detección de compuestos orgánicos de azufre en atmósferas de exoplanetas se interpretó como posible firma de la vida. Pero el autor principal del artículo, Nate Reed, advierte que estos compuestos podrían generarse de manera abiótica. «Eso podría haber sido suficiente para un incipiente ecosistema global, donde la vida apenas está comenzando», afirma.
Las estimaciones del estudio impactan por su escala: la atmósfera terrestre primitiva podría haber producido suficiente cisteína para abastecer a «un octillón —un 1 seguido de 27 ceros— de células«, según los autores. En comparación, nuestra atmósfera actual puede sustentar aproximadamente un nonillón —un 1 seguido de 30 ceros—. Puede parecer una ligera diferencia, pero representaría mil veces menos células en la Tierra, una variación abismal en términos biológicos y químicos.
Browne propone una visión nueva del origen de la vida que ya no la concibe como un proceso desde cero, sino como la apropiación de moléculas previamente disponibles. «Solíamos pensar que la vida tenía que empezar completamente desde cero, pero nuestros resultados sugieren que algunas de estas moléculas más complejas ya estaban muy extendidas bajo condiciones no especializadas, lo que podría haber facilitado un poco que la vida despegara», concluye Browne. En otras palabras: no todo el comienzo de la vida ocurrió en charcas volcánicas o hidrotermales; quizás ya llovían ingredientes biológicos desde el cielo.