Norman Foster, considerado uno de los mejores arquitectos del mundo y responsable de algunos de los proyectos más influyentes del último siglo, atraviesa un momento de extraordinaria vigencia creativa. Tras reinventar el skyline de Londres, reimaginar aeropuertos y museos icónicos y firmar edificios que han cambiado la manera de entender la sostenibilidad urbana, el arquitecto británico prepara ahora uno de sus encargos más esperados: el nuevo estadio del Manchester United, un proyecto que marcará un antes y un después en la arquitectura deportiva europea.

Pero, pese a manejar escalas titánicas y obras de enorme impacto global, existe un edificio completamente distinto —más íntimo, silencioso y personal— donde Foster despliega una sensibilidad arquitectónica casi doméstica: su casa de invierno en St. Moritz. Diseñada por él mismo hace dos décadas, Chesa Futura es un refugio alpino que combina tradición suiza, ingeniería avanzada y una mirada profundamente contemporánea al paisaje. Un lugar donde Foster y Elena Ochoa pasan los meses fríos, observando el valle del Engadin desde una cápsula futurista revestida de madera.

CHESA FUTURA: Una “burbuja” arquitectónica integrada en el paisaje alpino Chesa Futura en St. Moritz.

Chesa Futura —Casa del futuro en romanche— es uno de los diseños más sorprendentes de Foster: una volumetría suave, orgánica, casi como una nube detenida entre montañas. Su forma bulbosa se aparta deliberadamente de las geometrías por las que el arquitecto es conocido —del Gherkin londinense al Apple Park— para dialogar mejor con la topografía y la luz del Engadin.

Norman Foster y Elena Ochoa

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Construcción de Chesa Futura en St. Moritz.

Su ubicación es privilegiada, ya que se posa sobre una pendiente natural que desciende hacia el pueblo de St. Moritz, permitiendo que los balcones de cristal se abran hacia el sur y enmarquen el lago helado y los picos alpinos.  Durante el confinamiento, la casa saltó inesperadamente a los titulares gracias a las publicaciones de Paola y Eduardo, hijos del arquitecto y la editora. En ellas aparecían asomados al lago helado, cortándose el pelo entre montañas o paseando por la nieve con su perro, mostrando la dimensión más íntima de este refugio ideado por su propio padre.

No es la única propiedad que la familia posee en Suiza —también viven parte del año en el castillo de Vincy, del siglo XVIII—, pero Chesa Futura es su enclave más personal, el lugar al que vuelven cada invierno.

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RBA

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Si algo distingue a Chesa Futura es su fusión entre herramientas de diseño computacional y tradición suiza en madera. La envolvente curvada se modeló digitalmente en una época en la que estas geometrías eran aún pioneras. Todo el edificio está revestido con tejas de alerce, colocadas de manera artesanal. Un material, típico del valle, que envejece muy bien y casi sin mantenimiento. Tanto es así que su durabilidad supera los cien años.

Norman Foster y el equipo durante el proceso de construcción de Chesa Futura

En cuanto a la estructura, se eleva sobre pilotis para evitar la humedad. Es una solución muy recurrida que permite que el terreno fluya bajo el edificio y que las plantas inferiores crezcan sin problema. La casa está dividida en tres plantas de apartamentos, uno de ellos reservado para los Foster, y dos niveles subterráneos con aparcamiento, instalaciones y zonas técnicas.

Norman Foster

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Chesa Futura en Suiza

Está claro que Chesa Futura no es solo una casa: es una propuesta para construir en lugares sensibles. Frente a la expansión descontrolada que afecta a tantos paisajes alpinos, Foster demuestra que es posible aumentar la densidad sin destruir, innovar sin romper la tradición y crear un icono sin alterar la armonía del entorno. Por eso, muchos críticos consideran este edificio un mini manifiesto de cómo debería evolucionar la arquitectura de montaña en el siglo XXI.