Por cada uno de los poros de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras se podía respirar y sentir a Enrique Valdivieso. Parecía, de hecho, que en cualquier momento hubiera podido aparecer este añorado académico por el salón principal con sus sempiternas diapositivas … para ofrecer una conferencia magistral, como la última que dio en esta docta casa el pasado 28 de enero, cuando presentó la reedición de su imprescindible monografía sobre Pedro de Campaña. Nadie podía adivinar que cinco días después, el fatídico 2 de febrero, falleciera en su domicilio junto a su esposa, Carmen Martínez. Por tal motivo, Buenas Letras la ha dedicado este martes una emotiva sesión necrológica en la que han participado cinco personas que conocían muy bien al catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla: Fátima Halcón, Alfredo Morales, Ramón María Serrera, René Jesús Payo y Pilar León-Castro.

Fátima Halcón fue alumna suya en la Universidad de Sevilla y una privilegiada al formar parte de ese selecto grupo de estudiantes que se iban con el ‘Valdi’ —como cariñosamente lo conocían— tras terminar las clases al bar La Moneda para participar en una improvisada tertulia en la que continuaban conversando sobre el mundo del arte. «Enrique Valdivieso revolucionó el departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla. Sus clases se abarrotaban de gente, siempre cumplía con el temario y los alumnos conservábamos sus apuntes como un tesoro», ha comentado. Esta también ha destacado la teatralidad que el profesor empleaba en su labor docente. No en vano, a Valdivieso le hubiera encantado ser actor e hizo sus pinitos interpretativos en Valladolid como miembro del Teatro Universitario de aquella ciudad.

El profesor Alfredo Morales fue, por su parte, un cómplice colaborador de Enrique Valdivieso durante muchos años y juntos realizaron incontables trabajos de campo buscando obras de arte desconocidas para el gran público en iglesias, conventos o palacios sevillanos. Este recuerda cuando vio aparecer por primera vez a su futuro compañero por los Jardines de Murillo en 1976. Valdivieso llegaba de la Universidad de La Laguna y nunca se iba a imaginar que su estancia en Sevilla lo haría un enamorado de la pintura hispalense, a la que le dedicó imprescindibles monografías. Morales recordó cuando los dos trabajaban juntos los fines de semana en el salón del pequeño piso que por entonces el vallisoletano tenía en la Plaza de Refinadores, mientras las por entonces pequeñas hijas de Valdivieso, Beatriz y Leticia, saltaban por el sofá. «No sólo estudió la pintura barroca sevillana, sino también la del siglo XIX cuando nadie le hacia caso. Ese aire fresco que Enrique introdujo fue rechazado por muchos profesores de la Universidad. Otras personas lo ayudaron, como José María Benjumea Fernández-Angulo, que era por entonces director del Museo de Bellas Artes de Sevilla, o Manuel Rodríguez Buzón, que acabaron siendo padrinos de sus hijas», ha indicado.

Gran amistad con la familia Serrera

La intervención más sentida de la noche ha sido la del profesor Ramón María Serrera, cuyo hermano Juan Miguel fue otro de los estrechos colabores de Valdivieso. El catedrático emérito de Historia de América de la Hispalense ha recordado con cariño cuando el vallisoletano comió el primer año de su estancia en Sevilla casi todas las semanas en su casa como si fuera un miembro más de su familia. «Le impresionó tanto vernos en Semana Santa a los cinco hermanos varones vestidos con la túnica de la hermandad de las Penas de San Vicente que al año siguiente salió él también de nazareno acompañando a la Virgen de los Dolores», ha dicho.

La colaboración entre Juan Miguel Serrera y Valdivieso fructificó en un catálogo de obras del Hospital de la Caridad, otro con los cuadros del Palacio Arzobispal y «ese gran tomo de la pintura prevelazqueña, ‘Pintura sevillana del primer tercio del siglo XVII’, que está en todas las grandes bibliotecas del mundo». También Serrera ha rememorado cuando Valdivieso le regaló unos días antes de morir una pintura acrílica que este había hecho sobre Marilyn Monroe, actriz que ambos idolatraban. «Yo tenía unas diapositivas de gran formato de Juan Miguel que nunca pude darle porque murió dos días después», ha concluido lleno de emoción.

Igualmente ha intervenido en el acto René Jesús Payo, director de la Academia Burgense y académico correspondiente de Buenas Letras. La amistad entre ambos profesores de Historia del Arte se cimentó cuando se conocieron en otoño de 1990. «Nuestra relación profesional se fue consolidando. El contacto epistolar luego pasó a los correos electrónicos. Siempre atendió mis peticiones. Valladolid perdió con su traslado a un gran historiador y Sevilla lo ganó». Payo ha subrayado también el hecho de que Valdivieso publicó en su etapa castellana importantes libros donde se reflejó el trabajo de campo que hizo por Valladolid y Palencia, publicando obras imprescindibles como ‘Pintura barroca vallisoletana’, donde resaltaba a artistas como Diego Valentín Díaz, el llamado Pacheco vallisoletano.

Ha finalizado el acto la arqueóloga y académica de Buenas Letras Pilar León-Castro. Esta ha señalado que «raramente una sesión necrológica es un recuerdo doble. La que hoy dedicamos a Enrique y a su esposa Carmen lo es. Los dos reviven inseparables». Asimismo ha comentado que «cuando se conoció la noticia de la muerte de Enrique Valdivieso la ciudad se conmovió. Enrique no era un personaje de nubes celestiales, sino de pies en la tierra. Su vida estuvo en los andamios. Tenía un don especial para ver y estaba sensibilizado para distinguir la buena pintura por los cinco sentidos». «Sevilla está en deuda con Enrique —ha continuado— y está obligada a responder al orgullo con que llevaba Sevilla. En la Academia de Buenas Letras hizo conferencias, exposiciones, etc. Es dudoso que incluso en el más allá Enrique Valdivieso se dé al descanso. La paz nunca le faltará».