Ante las ruinas de la antigua basílica de San Neófito, donde los padres del Concilio de Nicea formularon el Credo, y en presencia del Patriarca de Constantinopla, el Papa León XIV ha lanzado una pregunta que explica por sí misma el sentido de su … viaje: «quién es Jesucristo en la vida de las mujeres y los hombres de hoy, ¿quién es para cada uno de nosotros? Es una pregunta que nos interpela en primer lugar a los cristianos, porque como dijo León nada más ser elegido Papa, y ahora ha repetido, corremos el riesgo de reducir a Jesucristo a una especie de líder carismático o superhombre, y eso sólo conduce «a la tristeza y la confusión». Porque si Jesús es sólo un hombre, aunque fuese el mejor, ¿cómo podría salvarnos? Para nosotros sería apenas una inspiración, algo incapaz de sostener la vida y de llevarla a su plenitud. Por eso, lo que estaba en juego en Nicea es lo mismo que está en juego hoy: la audacia de anunciar que «Cristo Jesús no es un personaje del pasado, que es el Hijo de Dios presente entre nosotros que guía la historia hacia el futuro que Dios nos ha prometido». Sin este anuncio, que sonaba y sigue sonando escandaloso, los cristianos seríamos los más tontos de los hombres (San Pablo dixit) y la Iglesia poco más que una organización benéfica.
En los territorios de lo que hoy es Turquía el cristianismo era floreciente hace 17 siglos, mientras hoy constituye una exigua minoría. León ha desafiado nuestras imágenes y balances al decir que la fuerza de la Iglesia «no reside ni en sus recursos ni en sus estructuras, ni los frutos de su misión derivan del consenso numérico, de la potencia económica o de la relevancia social». La Iglesia puede tener, o no tener, estas cosas (estructuras, influencia, grandes números) pero no vive de ellas. Vive, ha dicho el Papa, «de la luz del Cordero (o sea, del que se entregó a la muerte por nosotros), reunida en torno a Él, e impulsada por el poder del Espíritu Santo en los caminos del mundo». Es ese impulso el que le permite renacer siempre, aunque tantas veces se haya emitido su certificado de defunción.
La unidad de la Iglesia es siempre el deseo mismo del Señor y su ruptura una espina clavada en la carne del cuerpo eclesial. Nicea evoca la unidad expresada en el Credo que compartimos de oriente a occidente, y sólo en torno a esta fe podremos recobrar la unidad plena. Ante el Patriarca Bartolomé y los jefes de las iglesias de Oriente, el Papa ha subrayado que la búsqueda de la plena comunión, en el respeto de las legítimas diferencias, es una de las prioridades de su ministerio como Obispo de Roma. Esta comunión «no implica absorción ni dominio, dijo León XIV en la catedral armenia de Estambul, sino un intercambio de los dones que nuestras Iglesias han recibido del Espíritu Santo para gloria de Dios Padre y la edificación del Cuerpo de Cristo».
En El Líbano el Papa ha experimentado un abrazo lleno de alegría y colorido por parte del sufrido pueblo cristiano de aquel país, que sabe que su vínculo con la Sede de Pedro es una cuestión vital hoy, como lo ha sido a través de los siglos. León XIV ha querido confirmar a la Iglesia en su difícil camino, subrayando su misión de reconciliar, su acogida de los migrantes y refugiados, su esfuerzo en campo educativo y sanitario. Especialmente a los jóvenes les ha invitado a permanecer, a pesar de tantas dificultades, y contribuir a construir la civilización del amor y de la paz. En la Misa celebrada en el paseo marítimo de Beirut que se abre al Mediterráneo, les habló de «las huellas de Dios en una historia aparentemente perdida… pequeñas luces que brillan en la noche, pequeñas semillas plantadas en el árido jardín de este tiempo histórico». El Papa hablaba, en realidad, de la fe sencilla de las familias, de la labor de las escuelas cristianas, del trabajo constante de las parroquias, las congregaciones y los movimientos, de los laicos comprometidos en el campo de la caridad y en la ciudad común. Esa es la respuesta a una historia que a veces puede parecer trágica. León XIV ha pedido a los cristianos libaneses que mantengan la fe, la esperanza y la caridad para que el Líbano sea una morada de justicia y de fraternidad, y una profecía de paz para todo el Levante.