A mediados del siglo XIV, Europa era un continente bullicioso, sucio y devoto, pero sobre todo ajeno al apocalipsis que se avecinaba. Y es que en apenas cinco años, entre 1347 y 1353, el mundo conocido se vino abajo. La Peste Negra, la pandemia más … devastadora registrada en la historia de la humanidad, barrió el continente de sur a norte. Y lo hizo con una furia implacable.

Incluso hoy, las cifras resultan difíciles de digerir: murieron decenas de millones de personas. En algunas regiones, la mortalidad rozó el 60% de la población. Ciudades enteras quedaron vacías, los campos se pudrieron sin manos que los cosecharan y las estructuras sociales del feudalismo se agrietaron para siempre bajo el peso de los cadáveres.

Sabemos qué la causó: la bacteria Yersinia pestis. Sabemos cómo se transmitió: a través de las pulgas de las ratas que viajaban como polizones en las rutas comerciales. Pero durante décadas, una pregunta ha atormentado tanto a historiadores como a científicos: ¿Por qué precisamente entonces? ¿Qué misteriosa alineación de factores permitió que una bacteria de Asia central aniquilara a más de la mitad de Europa en un abrir y cerrar de ojos?

Ahora, el geógrafo Ulf Büntgen, de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, y el historiador Martin Bauch, del Instituto Leibniz, en Alemania, acaban de encontrar una posible respuesta, grabada en los anillos de los árboles. El desencadenante de la catástrofe fue una intensa y repentina actividad volcánica. Según el artículo recién publicado por ambos científicos en ‘Communications Earth & Environment’, la primera ‘ficha de dominó’ en caer fue, de hecho, un volcán. Su erupción fue lo que puso en marcha la secuencia mortal de acontecimientos que llevó a la devastación de Europa.

Unir los puntos

«Esto es algo que llevo mucho tiempo queriendo entender -explica Büntgen-. ¿Cuáles fueron los factores que impulsaron el inicio y la transmisión de la Peste Negra, y qué tan inusuales fueron? ¿Por qué ocurrió en este momento y lugar exactos de la historia europea? Es una pregunta muy interesante, pero es una que nadie puede responder solo».

En su artículo, Büntgen y Bauch han conseguido, por primera vez, unir puntos que hasta ahora parecían inconexos. Y proponen que una erupción masiva (o quizás un cúmulo de ellas) tuvo lugar alrededor del año 1345, desatando una reacción en cadena fatal.

No sabemos exactamente qué volcán fue, aunque los modelos sugieren una erupción en los trópicos que inyectó cantidades ingentes de azufre y ceniza en la estratosfera. Para hacerse una idea de la magnitud del evento, baste decir que los científicos estiman que superó en potencia a la famosa erupción del Monte Pinatubo de 1991.

Tras la erupción, se instaló en amplias regiones del globo una niebla perpetua. Las crónicas de la época, rescatadas para el estudio, hablan de eclipses lunares inusualmente oscuros y de cielos turbios. Pero la prueba definitiva de la erupción no son los relatos históricos, sino algo mucho más ‘físico’ y tangible.

Escrito en los anillos de los árboles

Al analizar árboles centenarios en los Pirineos españoles y otras zonas del sur de Europa, Büntgen y Bauch se toparon con algo llamado ‘anillos azules’. Cuando un verano es extremadamente frío, los árboles no pueden lignificar sus células correctamente (el proceso que endurece la madera), y eso deja una marca pálida, casi azulada, en su registro de crecimiento.

Encontrar un anillo azul es raro. Encontrar varios consecutivos es una señal de alarma climática. Y esos árboles nos dicen que los veranos de 1345, 1346 y 1347 fueron muchísimo más fríos y húmedos de lo que deberían haber sido. La temperatura cayó en picado. Y aquí es donde los investigadores hacen su ‘magia’ conectando la geología con la economía, y la economía, a su vez, con la biología.

En el Mediterráneo, las grandes repúblicas marítimas italianas (Venecia, Génova, Pisa…) eran las superpotencias de la época. Ciudades florecientes, muy pobladas y que necesitaban una gran cantidad de suministros. Pero el cambio climático repentino provocado por el volcán arruinó las cosechas locales. El frío y la lluvia constante, de hecho, pudrieron el trigo en los campos de buena parte de Italia y el sur de Europa. De modo que el espectro de la hambruna y las revueltas sociales empezaron a poner en riesgo a los gobiernos de las ciudades-estado.

«Analizamos el periodo anterior a la Peste Negra en lo relativo a los sistemas de seguridad alimentaria y las hambrunas recurrentes -explica Bauch-, lo cual fue importante para poner en contexto la situación posterior a 1345. Queríamos analizar juntos los factores climáticos, medioambientales y económicos, para poder comprender mejor qué desencadenó el inicio de la segunda pandemia de peste en Europa.»

Un error fatal

Amenazados por el hambre, los italianos activaron sus vastas redes comerciales para buscar comida donde fuera. Y para ello miraron hacia el este, hacia el Mar Negro. Así, Venecia y Génova enviaron sus flotas a los graneros de la Horda de Oro, en la actual región del Mar de Azov (cerca de Crimea). Allí, y bajo el dominio mongol, había grano en abundancia. Fue una maniobra logística brillante. Los barcos se llenaron de cereal y salvaron a Italia de la inanición. Fue un éxito rotundo, ya que evitaron la hambruna. Pero cometieron un error fatal.

«Durante más de un siglo -prosigue Bauch-, estas poderosas ciudades-estado italianas habían establecido rutas comerciales de larga distancia a través del Mediterráneo y el Mar Negro, lo que les permitía activar un sistema altamente eficiente para evitar la hambruna. Pero, en última instancia, estos les llevó inadvertidamente a una catástrofe mucho mayor».

Sin saberlo, en efecto, junto con el trigo destinado a salvar las vidas de los ciudadanos, los barcos llevaron a Europa otra carga: pulgas y roedores portadores de Yersinia pestis, que en esas bodegas repletas de alimento encontraron un refugio inmejorable para alimentarse y reproducirse durante el viaje de vuelta.

En cierto modo, resulta irónico que un sistema diseñado para salvar vidas fuera, también, el vehículo que transportó el germen de la extinción al viejo continente. Si el volcán no hubiera estallado, si el clima no se hubiera enfriado, si las cosechas italianas no hubieran fallado… esos barcos jamás habrían tenido la urgencia de importar grano de esa zona específica y en ese momento concreto.

La ‘Tormenta perfecta’

Lo que el nuevo estudio ha puesto sobre la mesa es un concepto que nos resulta familiar: la globalización es un arma de doble filo. Porque no fue solo la bacteria, ni tampoco el clima, lo que provocó la catástrofe. Fueron la interacción compleja entre un evento natural (el volcán), la respuesta ecológica (el fallo de los cultivos) y la infraestructura humana (las rutas comerciales de larga distancia).

Büntgen lo describe como una ‘tormenta perfecta’. La bacteria saltó de sus reservorios naturales en roedores salvajes de Asia central (posiblemente jerbos) a humanos y animales domésticos en los puertos del Mediterráneo. Y una vez desembarcada, no encontró resistencia. Según Bauch, sin embargo, «también pudimos demostrar que muchas ciudades italianas, incluso las grandes como Milán y Roma, no se vieron tan afectadas por la Peste Negra probablemente porque no necesitaron importar grano después de 1345». La conexión entre clima-hambruna-grano es, por lo tanto, el ‘mecanismo de entrega’ que faltaba para explicar la velocidad del contagio.

Incluso hoy, casi 800 años después, dice Büntgen. «en muchas ciudades y pueblos europeos se pueden encontrar pruebas de la Peste Negra. Aquí en Cambridge, por ejemplo, el Corpus Christi College fue fundado por habitantes del pueblo después de que la peste devastara la comunidad local. Hay ejemplos similares en gran parte del continente».

Y ahora, pensémoslo por un momento. Hoy vivimos en un mundo que está infinitamente más conectado que el de los genoveses del siglo XIV. Y si una erupción volcánica y las rutas comerciales de antigüos veleros de madera pudieron causar entonces la mayor catástrofe demográfica de la historia, ¿qué no podría ocurrir en la actualidad?

Büntgen lanza una advertencia final que resulta difícil de ignorar. «Aunque la coincidencia de factores que contribuyeron a la Peste Negra parece rara, la probabilidad de que surjan enfermedades zoonóticas bajo el cambio climático y se traduzcan en pandemias probablemente aumentará en nuestro mundo globalizado. Eso es algo que quedó muy claro en nuestras recientes experiencias con la Covid-19».