Formada en el Liceo Francés y en Nueva York
Jimena Coronado es casi una desconocida fuera del círculo de amistades de Sabina. Hija de Pedro Coronado Labó, abogado y profesor universitario, que fue elegido regidor de Lima en los años 1980 y 1983. Cuatro años más tarde, el presidente Alán García le nombró presidente del Banco Central de Reserva de Perú en un momento muy complicado de hiperinflación. Desde 2010 y hasta su jubilación fue profesor de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, una de las más prestigiosas del país. La madre de Jimena es Eida Merel, una mujer cosmopolita que estudió dibujo en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París en el año 1968, un momento clave para la historia del país francés. Merel es una conocida artista plástica en Perú.
La infancia de Jimena transcurrió en el barrio de Miraflores de Lima, una zona residencial que es conocida por sus acantilados con vistas al Océano Pacífico, su malecón para pasear en bicicleta y sus parques y sitios arqueológicos, como el Huaca Pucllana. Miraflores está considerado uno de los barrios más seguros de la ciudad y es allí donde Mario Vargas Llosa vivió durante muchos años. De niña recibió una educación exquisita e internacional y pasó por el Liceo franco-peruano de Lima, uno de los centros más elitistas del país. Tras el colegio, estudió Letras en la Universidad Pontificia de Perú y luego se mudó a Nueva York para estudiar fotografía en el International Center of Photography. Por un tiempo, Jimena mantuvo una relación con Jorge Durand, batería del grupo de rock Frágil.
Un amor que tuvo que esperar
Precisamente la fotografía fue lo que hizo que en 1994 Jimena conociera a Joaquín Sabina. Se las apañó para hacerle un reportaje durante su estancia en Perú y fue la encargada de hacerle la sesión fotográfica en el hotel Sheraton para el periódico en el que trabajaban. El artista, conocido por su fama de mujeriego, le preguntó que dónde iba a ir después del trabajo y quedaron a las 10 de la noche en un local de copas para volver a verse. Aunque ella llegó puntual, Sabina se dejó caer por allí a eso de la una de la madrugada y ni siquiera la saludó. Ella decidió pasar por delante de su mesa y él la llamó por su nombre. Se sentó con él y empezaron a charlar. En ese momento, ambos tenían pareja, por lo que su relación no fue a más.