En Finestre se volvió a decidir un Giro de mil caras
El Colle delle Finestre no es un puerto de montaña, es un teatro; una pared de tierra y gloria donde el Giro de Italia ejecuta a sus débiles y consagra a sus osados.
La etapa decisiva que lo alberga siempre arrastra una nómina de personajes que, para bien o para mal, ven cómo su rol se define de manera brutal en esa pendiente.
La edición que nos ocupa, con su culminación en la Finestre, puso en escena un drama singular donde tres nombres se disputaban la narrativa central: Simon Yates, Isaac del Toro y Richard Carapaz.
Yates, con su habitual volatilidad, venía de una carrera a ratos brillante, a ratos al borde del abismo; una Maglia Rosa de Schrödinger.
Del Toro, en cambio, representaba la pujanza del equipo UAE, la gestión de la carrera y el futuro que se hacía presente, portando el preciado jersey.
Carapaz, el ecuatoriano de la EF, era el tercero en discordia, siempre a la espera, con la experiencia del ganador acechando en cada curva.
Pero la Finestre no solo es para los gallos.
En la sombra, el esfuerzo coral se hizo palpable.
La labor de Wout van Aert (en la edición donde fue clave) o la presencia de gregarios de lujo como Brandon McNulty o un combativo Derek Gee, se convierten en elementos de contraste esenciales.
Son los actores secundarios que, o bien facilitan la épica (Van Aert impulsando la maniobra de Yates), o se desfondan en el esfuerzo de sostener a su líder (Del Toro sufriendo el desajuste de fuerzas).
La subida de sterrato de la Finestre es una línea divisoria: arriba, solo queda el hombre desnudo con su fuerza, su error o su genialidad.
Y en ese escenario, Yates dictó su sentencia.
No se trataba solo de derrotar a Del Toro y Carapaz; era la victoria sobre sus propios fantasmas y la confirmación de que esa montaña de grava es, ante todo, un juez implacable que decide qué historia perdura.


