En un año en el que Hollywood llora la pérdida de personalidades de la talla de David Lynch, Robert Redford, Diane Keaton o Val Kilmer, la crónica negra nos sorprendía con otras tantas muertes impactantes, que nos dejaban sin respiración y provocaban la apertura de investigaciones policiales. 

En febrero, la actriz Michelle Trachtenberg, conocida por su papel como Dawn en Buffy, cazavampiros, fallecía trágicamente, y de forma prematura, a los 39 años. La negativa de la familia a la realización de una autopsia arguyendo motivos religiosos despertó toda clase de especulaciones al respecto, y más después de los comentarios en los meses previos a su muerte sobre su pérdida de peso y su imagen frágil. 

Finalmente, las autoridades compartían que las pruebas dictaminaban que su muerte era producida por la diabetes mellitus que padecía, que se sumaba a las complicaciones del trasplante de hígado que había recibido un año antes y que fuentes cercanas a la actriz relacionaban con sus problemas con el alcohol.

El anuncio de la muerte de Trachtenberg se producía en paralelo al del fallecimiento del oscarizado Gene Hackman (Sin perdón, Contra el imperio de la droga), quien acaparaba el foco mediático al descubrirse que llevaba 10 días muerto en su hogar y las extrañas circunstancias sobre ello. 

La investigación dirimía que este se apagaba por una afección cardiovascular por las complicaciones del Alzheimer avanzado que padecía, pero la situación era un tanto extraña al hallarse muerto junto a su mujer, en el mismo hogar. La aparición de un bote de pastillas en el suelo junto a ella suscitó toda clase de rumores al respecto, así como la aparición de uno de sus perros muertos de deshidratación e inanición, mientras que los otros dos se mantenían con vida.

La policía informaba de que se trataba de una doble muerte casual, ya que ella moría de hantavirus pulmonar, una infección rara que se transmite por excrementos o saliva de roedores, no por contagio humano común. Un triste final para ambos.

Un verano aciago en Hollywood 

Tan solo unos cuantos meses después, ya en julio, Malcolm-Jamal Warner (La hora de Bill Cosby) y Alon Aboutboul (El caballero oscuro: La leyenda renace) coincidían en el tiempo con dos muertes que se producían en la playa. El primero se ahogaba en la Playa Grande, en la costa caribeña de Limón (Costa Rica), cuando Warner era arrastrado al fondo del océano por una corriente. El segundo sufría un paro cardíaco en plena playa, ante la atónita mirada de aquellos que presenciaban in situ su muerte. 

No habría que esperar mucho más para encontrar otra muerte igual de sorprendente. Ya en agosto, el actor Song Young-kyu (La jugada ganadora), de 55 años, aparecía muerto en el interior de su vehículo. En el lugar de los hechos no se encontraron señales de violencia o crimen, ni tampoco una nota de suicidio, pero el surcoreano había sido detenido tan solo una semana antes por conducir ebrio y su comportamiento errático era denunciado en el set de rodaje, pero las causas de la sobredosis también eran rechazadas por las autoridades.

Su muerte era tremendamente misteriosa, sin que las causas llegaran a ser esclarecidas (al menos para la opinión pública), y podría haber pasado desapercibida para mucho de no ser por sus similitudes con el fallecimiento de Lee Sun-kyun (Parásitos), quien en 2023 también aparecía muerto en el interior de su coche, con una investigación también polémica. 

Diciembre, otro mes para olvidar 

En tan solo un par de semanas, tres muertes han vuelto a conmocionar a todos por su carácter fortuito y lo excepcional de estas situaciones. El 8 de diciembre, la actriz Wenne Alton Davis (La maravillosa señora Maisel) era atropellada por un coche en Nueva York. La intérprete de 60 años fue trasladada con traumatismos graves en la cabeza y el cuerpo al Hospital Monte Sinaí, donde finalmente fue declarada muerta. 

Por su parte, el 12 de diciembre, Peter Greene (Pulp Fiction, La máscara) aparecía muerto también a los 60 años en su apartamento en la ciudad de los rascacielos. Su representante indicaba que no había signos de violencia, pero el silencio en torno a lo por qué podría haberse producido dejaba numerosas incógnitas acerca de ello. 

Finalmente, el último en sumarse a esta lista nefasta era el director Rob Reiner (La princesa prometida, Cuenta conmigo), quien era asesinado a cuchilladas en su hogar junto a su esposa. Aparentemente, ambos eran encontrados por su hija, y todo apuntaba a que podría haber sido presuntamente a manos de otro de sus hijos, quien tenía problemas de adicciones.