El broche perfecto para el quinto Tour de Indurain

Justo ahora se cumplen 30 años desde que Miguel Indurain ganó su quinto Tour de Francia, y aunque todos sus triunfos fueron enormes, hay algo especial en ese último.

Con el tiempo, casi parece el más brillante de todos. Una auténtica obra de arte. No solo por el resultado, sino por la manera en la que lo consiguió: dominando, controlando y superando rivales cada vez más fuertes.

Aquel año, Miguel llegó al Tour con el dorsal número uno, como manda la tradición, pero sin haber corrido el Giro, lo que rompía con su costumbre. La hoja de ruta estaba clara: Tour y Mundial de Colombia. Nada más. Y lo clavó.

CCMM Valenciana

Curiosamente, no hubo aquella típica contrarreloj demoledora que nos tenía acostumbrados —nada parecido a Luxemburgo, Lac de Madine o Bergerac—.

En la primera crono larga, con salida en Huy, parecía más bien que dosificaba. Riis le apretó, pero Miguel aguantó como un reloj y al final le sacó unos segundos, los justos. No fue una paliza, pero sí una lección, una de Tour.

Ese fin de semana en Bélgica fue movidito. Un día antes, en la etapa de Lieja, protagonizó una escapada junto a Johan Bruyneel que aún se comenta. Algunos, con más corazón que lógica, dijeron que el belga debió cederle la victoria a Indurain.

Pero esto es ciclismo, y en carrera nadie regala nada. Además, ese episodio avivó todavía más la rivalidad con el equipo ONCE, que aquel Tour fue un verdadero martillo pilón contra Banesto.

Y entonces llegaron los Alpes. En La Plagne, Zülle le echó coraje y quiso dinamitarlo todo. Pero lo único que consiguió fue despertar al gigante.

Indurain respondió con una subida brutal, que muchos seguimos considerando su mejor día encima de la bici. Imposible olvidarlo.

Días después, en Mende, Jalabert, Mauri y Stephens lanzaron un órdago a lo loco, desde lejos, que puso a Banesto en apuros de verdad. Fue quizá el único momento de la carrera donde se le vio realmente exigido.

Pero lo superó, como siempre, y esa tensión incluso le dio más brillo a su victoria final.

Lo más increíble de todo es que, en medio de un Tour con bestias como Pantani, Rominger, Riis, Zülle y el propio Jalabert, la carrera nunca pareció fuera de control.

Miguel la tenía medida al milímetro. Hacía fácil lo más difícil: ganar cinco Tours seguidos como si nada.

Y claro, lo que no sabíamos entonces es que ese sería el epílogo de una época irrepetible. Treinta años después, cuesta imaginar que volvamos a ver algo así.

Imagen: RTVE