Hay series que parecen pensadas para un momento concreto del calendario. Los años nuevos es una de ellas. Ambientada siempre entre la noche del 31 de diciembre y el amanecer del 1 de enero, la miniserie creada por Rodrigo Sorogoyen se ha convertido en una de las propuestas culturales más comentadas del año y en una elección casi perfecta para cerrar diciembre mirando de frente al paso del tiempo.

La historia arranca en el tránsito de 2015 a 2016, cuando Ana y Óscar se conocen casi por casualidad en Madrid. Ambos rondan los treinta, ambos cumplen años en fechas limítrofes del calendario y ambos sienten que su vida está a punto de cambiar. A partir de ahí, la serie acompaña a sus protagonistas durante una década, con un episodio por año, siempre en ese mismo ritual de balances, expectativas y decisiones que trae consigo la Nochevieja.

Lejos de la épica romántica o de los grandes giros de guion, Los años nuevos apuesta por lo cotidiano. Lo que importa no es solo lo que ocurre, sino lo que no llega a suceder: los silencios, las dudas, los caminos que se toman y los que se abandonan. La estructura, tan sencilla como arriesgada, permite observar cómo el amor, la amistad, el trabajo y la familia se transforman con los años, sin subrayados innecesarios.

Sorogoyen, junto a su equipo creativo, firma aquí un retrato generacional reconocible para quienes han vivido la entrada en la edad adulta entre crisis, cambios vitales y promesas aplazadas. Hay celebraciones ruidosas y cenas íntimas, rupturas y reencuentros, momentos de euforia y otros de desgaste. Todo contado con un pulso naturalista que huye del dramatismo impostado y se apoya en interpretaciones especialmente cercanas, con Iria del Río y Francesco Carril dando vida a unos personajes que parecen crecer a la vez que el espectador.

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J. Madrid

Uno de los grandes aciertos de la serie es su capacidad para convertir una fecha tan cargada de simbolismo en una especie de espejo emocional. Cada capítulo funciona como una fotografía anual: quiénes somos, qué queríamos ser y qué hemos perdido o ganado por el camino. La música, muy ligada a una sensibilidad indie y melancólica, refuerza esa sensación de nostalgia reciente, de pasado cercano que ya empieza a idealizarse.

Reconocida en festivales y aplaudida por la crítica, Los años nuevos confirma el buen momento de la ficción española de autor y demuestra que todavía hay margen para contar historias íntimas sin caer en fórmulas gastadas. Más que una serie sobre una relación, es una reflexión serena sobre el tiempo, las expectativas y la forma en que la vida se va imponiendo, casi sin que nos demos cuenta. Ideal para verla cuando el año se apaga y uno no puede evitar hacerse preguntas incómodas frente al calendario.

Hay series que parecen pensadas para un momento concreto del calendario. Los años nuevos es una de ellas. Ambientada siempre entre la noche del 31 de diciembre y el amanecer del 1 de enero, la miniserie creada por Rodrigo Sorogoyen se ha convertido en una de las propuestas culturales más comentadas del año y en una elección casi perfecta para cerrar diciembre mirando de frente al paso del tiempo.