La cena del 24 de diciembre suele romper con la moderación habitual. Platos abundantes, postres y bebidas forman parte de una tradición que invita a comer más de lo acostumbrado.
Aunque la alimentación equilibrada es clave para funciones como la memoria, la concentración y la salud mental, la pregunta que surge cada año es qué ocurre en el cerebro tras una comida copiosa como la navideña.
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La comida excesiva activa una cascada hormonal que avisa al cerebro que el cuerpo ya está saciado. Foto:iStock
Cuando una persona come en exceso, el organismo activa una serie de señales destinadas a informar al cerebro que ya se alcanzó la saciedad. En ese proceso intervienen hormonas liberadas por el intestino y metabolitos que se producen al descomponer los alimentos para obtener energía. Estas señales también estimulan al páncreas para liberar insulina y mantener controlados los niveles de azúcar en sangre, en lo que se conoce como la “cascada de saciedad”.
“Estas señales provienen de diferentes partes de nuestro intestino y funcionan en períodos de tiempo ligeramente diferentes”, explica Tony Goldstone, profesor clínico asociado del Imperial College de Londres y endocrinólogo consultor.
Uno de los efectos más comunes tras una comida abundante es la sensación de cansancio o “somnolencia posprandial”. Según Aaron Hengist, investigador visitante postdoctoral en los Institutos Nacionales de Salud de Washington, EE. UU., esta sensación podría estar relacionada con la liberación de hormonas intestinales, aunque los mecanismos precisos aún no están del todo claros. La hipótesis tradicional de que el cerebro recibe menos flujo sanguíneo después de comer ha sido descartada por estudios recientes.
“La respuesta de las hormonas intestinales es un cóctel; no sabemos qué hormonas específicas pueden causar somnolencia en qué centros del cerebro”, señala Hengist.
La somnolencia tras comidas copiosas no se debe al flujo sanguíneo, sino a señales intestinales. Foto:iStock
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Comer de más: ¿un daño inmediato?
Desde el punto de vista metabólico, un exceso ocasional parece tener un impacto limitado. En 2020, Hengist publicó un estudio en el que 14 hombres jóvenes y sanos participaron en un experimento con pizza. En una sesión comieron hasta sentirse cómodamente llenos y, en otra, hasta su límite. En esta última, duplicaron la cantidad ingerida.
Durante cuatro horas posteriores, los investigadores analizaron hormonas, apetito, estado de ánimo y respuestas metabólicas. Los resultados mostraron que ni el azúcar ni la grasa en sangre superaron los niveles observados tras una comida normal.
“Nos sorprendió que, a pesar de duplicar la ingesta de energía, el cuerpo regulara el azúcar en sangre notablemente bien”, afirma Hengist. “Descubrimos que el cuerpo se esforzaba por lograrlo, secretando más insulina y diversas hormonas intestinales que ayudan a liberar insulina y a indicar que estamos saciados”.
El investigador concluye que un exceso puntual no resulta tan dañino como podría pensarse, aunque advierte que el estudio se limitó a hombres jóvenes y sanos, por lo que no puede extrapolarse sin cautela a mujeres o personas con sobrepeso u obesidad.
Banquetes prolongados de hasta 5087 calorías sí provocaron acumulación de grasa en el hígado. Foto:iStock
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Cuando el exceso se prolonga
La evidencia cambia cuando el banquete se extiende durante varias horas o días. En 2021, un experimento conocido como “El estudio del tailgate” analizó a 18 hombres con sobrepeso pero considerados sanos, a quienes se ofrecieron durante una tarde bebidas alcohólicas y alimentos ricos en grasas y azúcares, como hamburguesas, patatas fritas y pastel. En cinco horas, el consumo promedio fue de 5087 calorías.
Los análisis de sangre y estudios del hígado mostraron un aumento de grasa hepática en la mayoría de los participantes. Esta condición, asociada a dietas ricas en grasas y azúcares a largo plazo, puede reducir el oxígeno que llega al cerebro y favorecer procesos inflamatorios, elevando el riesgo de enfermedades cerebrales con el tiempo.
“El estudio ‘tailgate’ muestra que los hombres presentaban una desregulación metabólica. Al consumir alimentos y alcohol de forma pasiva durante varias horas, sus cuerpos sufren una tensión excesiva”, explica Hengist.
Dietas altas en azúcar y grasa por días alteran memoria y control del apetito a nivel cerebral. Foto:Istock
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Evolución, hambre y recompensa
Para Goldstone, la evolución ayuda a entender por qué el organismo tolera mejor los excesos ocasionales que la falta de alimento. El hambre es un estado aversivo que impulsa a buscar comida, altera el estado de ánimo y aumenta el deseo por alimentos energéticos.
“No se sabe con certeza qué causa el hambre”, señala. “Pero investigaciones en curso demuestran que el hambre es un estado bastante aversivo, y tal vez la gente come para librarse de él”.
Estudios en animales muestran que ciertos circuitos del apetito en el hipotálamo se desactivan incluso antes de ingerir la comida, apenas al verla u olerla. Una vez satisfecha la necesidad, ese impulso deja de ser necesario. Gran parte de este mecanismo ocurre de manera subconsciente.
“El hambre les hizo buscar comida, y una vez que la encontraron, ese comportamiento no necesita continuar”, resume Goldstone.
El exceso breve es mejor tolerado porque el cuerpo evolucionó para enfrentar escasez, no abundancia. Foto:iStock
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El tipo de exceso también cuenta
La calidad de los alimentos ingeridos es otro factor clave. Investigaciones en animales sugieren que las dietas altas en calorías afectan la memoria y el aprendizaje a largo plazo. En humanos, la evidencia es menor, pero un estudio dirigido por Stephanie Kullmann, de la Universidad de Tubinga, ofrece pistas relevantes.
Durante cinco días, 18 hombres sanos consumieron snacks ultraprocesados ricos en grasas y azúcares además de su dieta habitual, sumando en promedio 1.200 kcal adicionales por día. Otros 11 participantes mantuvieron su alimentación normal. Los resultados mostraron cambios en la respuesta cerebral a la insulina en áreas relacionadas con la memoria y el control del apetito.
“Un hallazgo clave fue que el cerebro cambia antes que el cuerpo”, afirma Kullmann. “Los participantes seguían pesando lo mismo, pero al analizar sus cerebros, vimos que eran mucho más similares a los de alguien que había sido obeso o con sobrepeso durante algunos años”.
Incluso una semana después de retomar su dieta habitual, algunas respuestas cognitivas seguían disminuidas, lo que sugiere que los efectos pueden persistir más allá del período de sobrealimentación.
Dietas altas en azúcar y grasa por días alteran memoria y respuesta cerebral a insulina. Foto:Cortesía Hilton Corferias.
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¿Entonces, se puede disfrutar la cena navideña?
La evidencia científica coincide en que una alimentación prolongadamente rica en azúcares y grasas saturadas perjudica al cerebro. Sin embargo, los estudios disponibles indican que un exceso puntual, como el de una cena de Navidad, no parece tener consecuencias inmediatas graves.
“Nuestro estudio demuestra que darse un capricho puntual no es tan perjudicial como se podría pensar, así que disfrute de su cena de Navidad”, concluye Hengist.
El consenso, no obstante, es que los excesos repetidos o prolongados (incluso de cinco días) pueden comenzar a generar cambios más duraderos en el cerebro y el metabolismo, un recordatorio de que el equilibrio sigue siendo clave, incluso en épocas festivas.
*Este contenido fue escrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de conocimiento público divulgado a medios de comunicación. Además, contó con la revisión de la periodista y un editor.
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