Si decimos José Miguel Monzón es posible que muchos no le ubiquen, pero la cosa cambia si hablamos del Gran Wyoming (70 años). El presentador lleva muchos años trabajando en la pequeña pantalla. Actualmente, es habitual verle de lunes a jueves al frente de ‘El Intermedio’, espacio con el que cada noche se enfrenta a ‘El Hormiguero’ y ‘La Revuelta’. Pese a su exposición pública, de su vida privada se sabe poco.
El Gran Wyoming, o Chechu para los amigos, no acostumbra a protagonizar páginas en las revistas del corazón. Tampoco exhibe su día a día en redes. Eso no quiere decir que guarde con recelo sus vivencias. Buena parte de ellas las contó en sus libros ‘¡De rodillas, Monzón!’ (2016) y ‘La furia y los colores’ (2019). Los presentó como una «maniobra de rescate como las que se llevan ahora a diario en el mar Mediterráneo»: «Una crónica, una descripción del mundo que yo vi, tal cual lo vi».
El presentador se puso a escribir en un intento de combatir la pérdida de memoria. «El cerebro tiene una especie de trituradora que borra los recuerdos que no nos interesa. Me he dado cuenta de que ya me van faltando recuerdos. Por eso, he escrito este libro, para dejárselo como legado a mis hijos», aclaró a ‘Todo Literatura’.
Luchando contra la memoria
El Gran Wyoming creció en el barrio de Prosperidad, un «barrio de gente humilde absolutamente autosuficiente». «Pertenezco a una generación que conoció los campos de Castilla tal y como los vio el Cid camino del destierro. Cuando yo era pequeño, la luz eléctrica no había llegado a todos los rincones de España y el agua todavía se sacaba de los pozos», recordaba. Su padre era funcionario y su madre, farmacéutica. En casa eran cuatro hermanos, tres chicos y una chica: «Entonces iba una señora del barrio, tiraba del niño y ¡venga!».

El gran Wyoming se ha posicionado como uno de los presentadores más reconocidos, pero trata de mantener su vida privada en un segundo plano.
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La enfermedad mental de su madre y su consecuente ausencia marcaron su carácter. «No creo que la ironía y el humor sean cualidades innatas a mi persona. En realidad, soy más bien serio. Tiendo a trascender y a obsesionarme. No me tomo las cosas en broma. La lectura humorística de la realidad no es natural, es estratégica, una herramienta eficaz para superar una vida caracterizada por esa carencia afectiva que me ha condicionado», reflexionaba tras presentar su libro ‘¡De rodillas, Monzón!’. Pese a eso, guarda un bonito recuerdo de sus primeros años de vida. «He tenido una infancia realmente feliz, ya que vivía prácticamente en la calle», señalaba, haciendo hincapié en que eso es algo que ya no sucede.
El título del libro rememoraba la frase que un cura de su colegio pronunciaba todas las mañanas en cuanto le veía aparecer por la puerta del aula. El padre Crisógono siempre le decía: “Monzón, de rodillas”. Y empezaba la clase. “Para mí era horrible, porque yo ya era mayor, tendría quince años”.
Una infancia «de las de antes»
Pese a ser un chico de Madrid, tuvo una infancia peculiar. «Mi calle, de pequeño, debía ser una cañada o algo así, en lo que ahora es el Parque Berlín. A veces pasaban cientos de ovejas y claro, te quedabas flipado mirando. Era un río de ovejas. La verdad es que fue una infancia muy feliz», expone en el libro ‘Palabras sabias a oídos sordos’.

El Gran Wyoming creció en el barrio madrileño de Prosperidad donde su madre regentaba una farmacia.
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Los veranos se escapaba con su familia a la Puebla del Salvador, Cuenca. “Cuando yo llegué acababa de llegar la luz allí. Fue un cambio radical de vida. El mundo era exactamente igual que en la Edad Media. No había tractores, no había coches. Todo se trabajaba con mulas, la gente bajaba a la plaza del pueblo con cántaros a por agua o tenían un pequeño pozo en su casa. Era un sistema de vida igual que el que vio el Cid Campeador y el campo estaba como cuando se creó el mundo», añadió.