En los diversos discursos sobre el clima se encuentran una gran cantidad de lugares comunes, repetidos mil veces en todos los tonos, que constituyen pistas falsas y que, de forma voluntaria o no, llevan a ignorar los verdaderos retos o a creer en pseudosoluciones. No me refiero aquí a los discursos negacionistas, sino a los que se autodenominan verdes o sostenibles. Son afirmaciones de naturaleza muy diversa: algunas son verdaderas manipulaciones, noticias falsas, mentiras, mistificaciones; otras son medias verdades o verdades a medias. Muchas están llenas de buena voluntad y buenas intenciones, material con el que, como sabemos, está empedrado el camino al infierno. De hecho, es en ese camino donde nos encontramos: si seguimos con el business as usual, aunque sea pintado de verde, dentro de unas décadas nos encontraremos en una situación mucho peor que la mayoría de los círculos del infierno descritos por Dante Alighieri en su Divina Comedia.
Los once ejemplos siguientes son solo algunos de los lugares comunes que hay que evitar.
1. Hay que salvar el planeta.
Lo encontramos en todas partes: en carteles, en la prensa, en revistas, en declaraciones de líderes políticos, etc.
En realidad, es un sinsentido: ¡el planeta Tierra no está en peligro en absoluto! Sea cual sea el clima, seguirá girando tranquilamente alrededor del sol durante los próximos millones de años. Lo que está amenazado por el calentamiento global son las múltiples formas de vida de este planeta, incluida la nuestra: la de la especie Homo Sapiens.
Salvar el planeta da la falsa impresión de que se trata de algo externo a nosotros, que se encuentra en otro lugar y que no nos concierne directamente. No se pide a la gente que se preocupe por su vida o la de sus hijos, sino por una vaga abstracción: el planeta. No es de extrañar que las personas menos politizadas reaccionen diciendo: “Estoy demasiado ocupado con mis problemas como para preocuparme por el planeta”.
2. Haz un gesto para salvar el planeta
Este lugar común, infinitamente manido, es una variante de la fórmula anterior.
Contiene una verdad a medias: todos deben contribuir personalmente a evitar la catástrofe. Pero transmite la ilusión de que basta con acumular pequeños gestos –apagar las luces, cerrar el grifo, etc.– para evitar lo peor. De este modo, se descarta –consciente o inconscientemente– la necesidad de cambios estructurales profundos en el modo actual de producción y consumo; cambios que cuestionan los fundamentos mismos del sistema capitalista, basado en un único criterio: la maximización del beneficio.
3. El oso polar está en peligro
Es una foto que se encuentra por todas partes, repetida hasta la saciedad: un pobre oso polar que intenta sobrevivir en medio de bloques de hielo a la deriva. Es cierto que la vida del oso polar, y la de muchas otras especies de las regiones polares, está amenazada. Esta imagen puede despertar la compasión de algunas almas generosas, pero para la mayoría de la población es un asunto que no le concierne.
Sin embargo, el deshielo de los polos es una amenaza no solo para el valiente oso polar, sino, a largo plazo, para la mitad, si no más, de la humanidad que vive en grandes ciudades a orillas del mar. El deshielo de los inmensos glaciares de Groenlandia y la Antártida puede elevar el nivel del mar varias decenas de metros. Ahora bien, bastan unos pocos metros para que ciudades como Venecia, Ámsterdam, Londres, Nueva York, Río de Janeiro, Shanghái o Hong Kong queden sumergidas. Es cierto que esto no va a ocurrir el año que viene, pero los científicos no pueden sino constatar que el deshielo de estos glaciares se está acelerando… Es imposible prever a qué velocidad se producirá, ya que muchos factores son difíciles de calcular por el momento.
Al destacar únicamente al pobre oso polar, se oculta que se trata de un asunto aterrador que nos concierne a todas y a todos…
4. Bangladesh corre el riesgo de sufrir mucho con el cambio climático
Se trata de una verdad a medias, llena de buena voluntad: el calentamiento global afectará sobre todo a los países pobres del Sur, que son los menos responsables de las emisiones de CO2.
Es cierto que estos países serán los más afectados por las catástrofes climáticas, los huracanes, la sequía, la reducción de las fuentes de agua, etc. Pero es falso que los países del norte no se vean afectados, en gran medida, por estos mismos peligros: ¿no hemos sido testigos de terribles incendios forestales en Estados Unidos, Canadá y Australia? ¿Acaso las olas de calor no han causado numerosas víctimas en Europa? Se podrían multiplicar los ejemplos.
Si se mantiene la impresión de que estas amenazas solo afectan a los pueblos del Sur, solo se podrá movilizar a una minoría de internacionalistas convencidos. Sin embargo, tarde o temprano, toda la humanidad se enfrentará a catástrofes sin precedentes. Hay que explicar a las poblaciones del norte que esta amenaza también les afecta a ellas, de forma muy directa.
5. Hacia el año 2100, la temperatura podría aumentar 3,5 grados (por encima del periodo preindustrial)
Esta afirmación se encuentra, por desgracia, en muchos documentos serios. Me parece un doble error:
Desde el punto de vista científico: sabemos que el cambio climático no es un proceso lineal, sino que puede experimentar saltos y aceleraciones repentinas. Muchas dimensiones del calentamiento tienen retroalimentaciones cuyas consecuencias son imprevisibles. Por ejemplo: los incendios forestales emiten enormes cantidades de CO2 que contribuyen al calentamiento, intensificando así los incendios forestales. Por lo tanto, es muy difícil predecir lo que sucederá dentro de 4 o 5 años, ¿cómo pretender predecir lo que sucederá dentro de un siglo?
Desde el punto de vista político: a finales de siglo, todos vosotros habremos muerto, al igual que vuestros hijos y nietos. ¿Cómo movilizar la atención y el compromiso de la gente por un futuro que no les concierne, ni de cerca ni de lejos? ¿Deberíamos preocuparnos por las generaciones venideras? Noble pensamiento, largamente argumentado por el filósofo Hans Jonas: nuestro deber moral hacia los que aún no han nacido. Una pequeña minoría de personas muy respetables podría sentirse conmovida por este argumento. Para el común de las y los mortales, lo que sucederá en 2100 no es un asunto que les interese mucho.
6. En 2050 alcanzaremos la neutralidad en carbono
Esta promesa de la Unión Europea y de diversos gobiernos de Europa y otros lugares no es una verdad a medias, ni una ingenua buena voluntad: es una pura y simple mistificación. Por dos razones:
En lugar de comprometerse ahora, de inmediato, con los cambios urgentes que exige la comunidad científica (el IPCC) para los próximos 3 o 4 años, nuestros gobernantes prometen maravillas para 2050. Evidentemente, es demasiado tarde. Además, dado que los gobiernos cambian cada cuatro o cinco años, ¿qué garantía hay de que se cumplan estos compromisos ficticios dentro de 30 años? Es una forma grotesca de justificar la inacción actual con una vaga promesa lejana.
Además, la neutralidad en carbono no significa una reducción drástica de las emisiones, ¡todo lo contrario! Es un cálculo engañoso basado en las compensaciones, en los mecanismos de compensación: la empresa XY sigue emitiendo CO2, pero planta un bosque en Indonesia, que se supone que absorberá el equivalente a ese CO2, si no se incendia.
Las ONG ecologistas ya han denunciado suficientemente la farsa de las compensaciones, no insistiré en ello. Pero esto muestra la perfecta mistificación que encierra la promesa de la neutralidad en carbono.
7. Nuestro banco (o empresa petrolera, etc.) financia las energías renovables y participa así en la transición ecológica
Este lugar común del greenwashing también es engañoso y manipulador. Es cierto que los bancos y las multinacionales también invierten en energías renovables, pero estudios precisos de ATTAC y otras ONG han demostrado que se trata de una pequeña –a veces minúscula– parte de sus operaciones financieras: la mayor parte sigue destinándose al petróleo, el carbón, el gas… Es una simple cuestión de rentabilidad y competencia por cuotas de mercado.
Todos los gobiernos razonables –a diferencia de Trump, Bolsonaro y compañía– también juran por todos los cielos que se han comprometido con la transición ecológica y las energías renovables. Pero en cuanto surge un problema con el suministro de energía fósil –recientemente con el gas, debido a la agresiva política rusa–, se recurre al carbón, reactivando las centrales eléctricas de lignito, o se implora a la (sanguinaria) familia real de Arabia Saudí que aumente la producción de petróleo.
Los bonitos discursos sobre la transición ecológica ocultan una verdad desagradable: no basta con desarrollar las energías renovables. En primer lugar, estas son intermitentes: el sol no siempre brilla en el norte de Europa… Es cierto que existen avances técnicos en este ámbito, pero no pueden resolverlo todo. Y, sobre todo, las energías renovables requieren recursos mineros que pueden agotarse. Si bien el viento y el sol son bienes ilimitados, no ocurre lo mismo con los materiales necesarios para utilizarlos (litio, tierras raras, etc.). Por lo tanto, habrá que plantearse una reducción del consumo global de energía y un decrecimiento selectivo: medidas inimaginables en el marco del capitalismo.
8. Gracias a las técnicas de captura y secuestro de carbono, se evitará la catástrofe climática
Este es un argumento cada vez más utilizado por los gobiernos, que incluso se encuentra en algunos documentos serios (por ejemplo, del IPCC). Es la ilusión de una solución tecnológica milagrosa que salvaría el clima sin necesidad de cambiar nada en nuestro modo de producción (capitalista) y en nuestro modo de vida.
Por desgracia, la triste realidad es que estas técnicas milagrosas de captura y secuestro de carbono atmosférico están lejos de ser una realidad. Es cierto que se han realizado algunos intentos y que hay algunos proyectos en marcha aquí y allá, pero por el momento no se puede decir que esta tecnología sea eficaz y operativa. Aún no ha resuelto las dificultades ni de la captura ni del secuestro (en regiones subterráneas impermeables a las fugas). Y no hay ninguna garantía de que se pueda hacerlo en el futuro.
9. Gracias al coche eléctrico, se reducirán sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero
Este es otro ejemplo de verdad a medias: es cierto que los coches eléctricos son menos contaminantes que los térmicos (de gasolina o diésel) y, por lo tanto, menos perjudiciales para la salud de los habitantes de las ciudades. Sin embargo, desde el punto de vista del cambio climático, su balance es mucho más ambiguo. Emiten menos CO2, pero contribuyen a un desastroso todo eléctrico. Ahora bien, en la mayoría de los países, la electricidad se produce con… energías fósiles (carbón o petróleo).
Las reducidas emisiones de los coches eléctricos se compensan con el aumento de las emisiones resultantes del mayor consumo de electricidad. En Francia, la electricidad se produce mediante energía nuclear, otro callejón sin salida. En Brasil, son las megapresas las que destruyen los bosques y, por lo tanto, son responsables de un balance de carbono poco brillante.
Si se quiere reducir drásticamente las emisiones, no se puede eludir una reducción significativa de la circulación de los coches privados, gracias a la promoción de medios de transporte alternativos: transporte público gratuito, zonas peatonales, carriles bici. El coche eléctrico mantiene la ilusión de que se puede seguir como hasta ahora cambiando de tecnología.
10. Es mediante mecanismos de mercado, como los impuestos sobre el carbono, los mercados de derechos de emisión o el aumento del precio de las energías fósiles, como se logrará reducir las emisiones de CO2
Para los ecologistas sinceros, se trata de una ilusión; en boca de los gobernantes, es una mistificación.
Los mecanismos de mercado han demostrado en todas partes su total ineficacia para reducir los gases de efecto invernadero. No solo son medidas antisociales, que pretenden hacer pagar a las clases populares el precio de la transición ecológica, sino que, sobre todo, son incapaces de contribuir de manera sustancial a la limitación de las emisiones.
El espectacular fracaso de los mercados de carbono instituidos por los acuerdos de Kioto es la mejor demostración de ello.
No es con medidas indirectas e incentivadoras, basadas en la lógica del mercado capitalista, como se podrá frenar el poder absoluto de las energías fósiles, que han hecho funcionar el sistema durante dos siglos. Para empezar, será necesario expropiar los monopolios capitalistas de la energía y crear un servicio público de energía cuyo objetivo sea la reducción drástica de la explotación de los combustibles fósiles.
11. El cambio climático es inevitable, solo podemos adaptarnos
Este tipo de afirmaciones fatalistas se encuentran en los medios de comunicación y entre los responsables políticos. Por ejemplo, Christophe Bechu, ministro de Transición Ecológica del nuevo Gobierno de Macron, declaró recientemente:
“Dado que no podremos evitar el calentamiento global, por mucho que nos esforcemos, debemos limitar sus efectos y adaptarnos a ellos”.
Es una receta excelente para justificar la inacción, el inmovilismo y el abandono de cualquier esfuerzo por intentar evitar lo peor. Sin embargo, los científicos del IPCC han explicado claramente que, si bien el calentamiento ya ha comenzado, aún es posible no superar la línea roja de 1,5 grados, siempre y cuando se comience de inmediato a reducir de manera muy significativa las emisiones de CO2.
Es cierto que hay que intentar adaptarse. Pero si el cambio climático se vuelve incontrolable y se acelera, la adaptación no es más que un engaño. ¿Cómo adaptarse a temperaturas de 50°C?
Podríamos multiplicar los ejemplos. Todos ellos llevan a la conclusión de que si queremos evitar el cambio climático hay que cambiar el sistema, es decir, el capitalismo, y sustituirlo por otra forma de producción y consumo. Eso es lo que llamamos ecosocialismo. Pero ese es el tema de otro texto…
22/12/2025
Traducción: viento sur