“Hola, somos La Oreja de Van Gogh y, este año, vamos a pasar la Nochevieja en Radio Televisión Española”. Amaia Montero desvela la noticia. Lo hace mientras posa, como si Velázquez la estuviera retratando en un cuadro para la posteridad.  

Está apoyada en el brazo de un chéster, junto al resto de los componentes que todavía quedan del grupo con el que alcanzó una popularidad de vértigo. Ya Amaia no lleva el chándal puesto. Ya no están en aquella playa de La Concha en la que les conocimos en la edad del pavo de los noventa. Ahora nos hablan desde un sofá de hotel decimonónico. La vida pasa para todos. La vida nos cambia inevitablemente. Son los mismos, pero no son como los idealizamos.

El reencuentro de La Oreja de Van Gogh se parece demasiado a cuando te rejuntas con un ex que te dejó huella. Tus íntimos intuyen que la recaída puede salir regulinchi. Algunos se posicionan en contra, aunque a la mayoría les termina haciendo ilusión poder volver a compartir planes de nuevo juntos. Unas tortitas con nata, un fin de semana en una casa rural, un cine con palomitas, unos bailes hasta las tantas, un concierto en el que regresar a la alegría de nuestra adolescencia. Todos esos amigos somos nosotros, deseosos de también sentirnos protagonistas de la segunda oportunidad. 

La cadena pública llevaba días lanzando una promoción que alimentaba las sospechas del retorno del grupo desde TVE. Y será antes de las doce uvas en el tradicional cotillón de La 1 que, en esta ocasión, realiza un interesante ejercicio de marketing. La gala no se queda en el título vacío de ‘Feliz 2026’ y la cadena pública subraya su gran espectáculo como ‘La casa de la música’, marcando su propia agenda sobre el resto de las cadenas en una noche en la que Televisión Española se sintoniza masivamente, con el clásico trinomio que compone el especial de humor, de Jose Mota, las campanadas y la gala de varietés.

El problema es que Antena 3 ha ido robando la tradición a la pública con el acontecimiento del destape del vestido de Cristina Pedroche en el instante álgido de la bajada del carillón. Son solo unos segundos que animan a cambiar el canal, aunque la fórmula ya se empieza a desgastar. Lo que supone una oportunidad para TVE que ha optado por el talento musical que nos une. Así la retransmisión de Sol será a cargo de Estopa y Chenoa. La música de nuestros barrios en el centro, tras la baja de Andreu Buenafuente y Silvia Abril. 

Pero faltaba un as en la manga para movilizar el interés de la conversación social. Ahí ha aparecido La Oreja de Van Gogh que presentará su nuevo single en este especial que pretende romper con la encorsetada gala de playback tras playback en un escenario de leds intercambiable y sacar a la tele a lugares de postal de nuestras ciudades. Empezando por el mismo Pirulí, con Rosario Flores, para dar el pistoletazo de salida al año en el que Televisión Española cumple 70 años.

La nostalgia nos une. Incluso promociona lo que vemos porque queremos reencontrarnos con tiempos pasados mitificados en una sabia memoria que agranda lo bueno y difumina lo malo. Ahí brota la suerte y la desgracia del retorno de La Oreja de Van Gogh: es fácil decepcionar las expectativas de la melancolía. 

La nueva canción no será la única comidilla de la noche, las miradas irán especialmente a toda la comunicación no verbal de Amaia Montero. La expresividad se sobreanalizará, como si nosotros siguiéramos siendo los mismos que en 1999. El tiempo no puede esperar para nadie. Y el gran éxito hasta puede arrollar a algunos.

Aunque, al final, solo estemos ante un reencuentro de una pandilla que hizo historia de la música pop española. Y como todas las pandillas: fueron, vinieron, rompieron, revolvieron, despidieron, decepcionaron, ofendieron, se reilusionaron… ¿Qué será lo próximo? Lo veremos en Nochevieja. Y no tanto por ellos, si no por cómo actuemos nosotros. La morriña no entiende de puntos medios. O sacraliza. O destruye. Por suerte, con el paso de las hojas del calendario, de nuevo, nuestra cabeza terminará relativizando lo malo para quedarse con lo bonito. Para quedarse con la ingenuidad de una cuadrilla de raros pegando brincos con sus instrumentos en la orilla de la playa de la Concha. No eran como nadie y, a la vez, eran como todos.