La vida política durante el último mes del año 2025 en nuestro vecino galo ha sido, cuanto menos, agitada. Las interminables reuniones entre los grupos parlamentarios, las constantes amenazas de moción de censura por parte de los grupos más hostiles al Gobierno, y una creciente insistencia del presidente Macron en dotar, por fin, al país de un presupuesto que le permita comenzar a aplicar las reformas que tanto necesita han incrementado de forma exponencial la presión sobre el gabinete del primer ministro Lecornu. Este, viendo que el tiempo se agotaba, ha optado por intentar ganar algo de tiempo aprobando una norma excepcional, conocida como Loi Spéciale (ley especial), que permita «prorrogar» durante un corto período de tiempo los presupuestos del año en curso mientras las negociaciones continúan después de las vacaciones navideñas.
Una prórroga de mínimos
No obstante, esta medida no es equiparable al modelo español, donde el ejecutivo puede seguir aplicando de forma automática y completa los presupuestos del ejercicio en curso en caso de no contar con suficiente respaldo parlamentario. En Francia, esta norma permite al Estado seguir funcionando durante un tiempo como si no se hubiera producido un cambio de año fiscal, pero la Constitución gala no fue concebida para que este tipo de situaciones se volvieran recurrentes, como ha sucedido en los últimos cuatro años. Al entender al ejecutivo como garante de la estabilidad nacional, la lógica subyacente es empujar a los actores políticos a alcanzar un acuerdo lo antes posible, evitando así tener que volver a votar esta ley en cuestión de semanas.
«Sébastien Lecornu ha sido capaz de aprobar la primera ley presupuestaria en el parlamento desde que en las últimas legislativas las posibilidades de mayoría absoluta se desvaneciesen»
Si bien, a priori, uno podría pensar que se trata de un nuevo fracaso causado por el difícil equilibrio parlamentario actual, Lecornu ha salido relativamente airoso de la situación, en lo que podría considerarse una victoria parcial. Primero, ha conseguido llegar a un acuerdo con el Partido Socialista para sacar adelante el presupuesto de la Seguridad Social, muy importante en tiempos de un activo debate sobre la viabilidad de las pensiones, la edad de jubilación o las transferencias sociales destinadas a partidas como crianza, dependencia, etc. A base de tesón y una voluntad incansable, ha sido capaz de aprobar la primera ley presupuestaria en el parlamento desde que en las últimas legislativas las posibilidades de mayoría absoluta se desvaneciesen. Todo ello ha sido posible, además, dejando de lado a su principal rival dentro de su mismo espectro político, Édouard Philippe, actual alcalde de Le Havre y anterior primer ministro. Éste, que hace alrededor de diez años era considerado como la mano derecha de Emmanuel Macron, ahora mantiene con el presidente una relación de enfrentamiento abierto, habiendo fundado su propio grupo político con la intención de conquistar el centroderecha de cara a 2027. Lecornu, con su tradicional habilidad para alcanzar acuerdos tanto a izquierda como a derecha, ha sabido desactivar a Philippe, emergiendo así como una figura más respetada que su antecesor y envuelto en un aura de sentido de Estado y responsabilidad que puede ayudarle a afrontar su mayor reto: dotar a Francia de un presupuesto completo.
El bloqueo político y la factura de la deuda
Las negociaciones de enero de 2026 no serán sencillas, no obstante. Lecornu tiene por delante una tarea mayúscula, con unas cuentas nacionales deficitarias y una deuda pública creciente. De seguir así, los datos económicos no son muy esperanzadores. Con un déficit por encima del 5% y una deuda como porcentaje del PIB de más del 115%, el margen de maniobra para implementar reformas es ciertamente limitado. La magnitud del problema es tal que puede afectar directamente a la capacidad de financiación del Estado y llevarse por delante los proyectos de desarrollo industrial y energético enmarcados dentro del plan France 2030, los cuales fueron concebidos por la Administración de Macron como su gran legado. Esto ha hecho que personalidades que suelen tender a la prudencia a la hora de pronunciarse sobre ciertos asuntos, como el gobernador del Banco de Francia, se muestren preocupadas por la falta de acción del ejecutivo y la poca voluntad a solucionar los problemas estructurales del país. En sus propias palabras, Francia está pagando alrededor de siete mil millones de euros en concepto de intereses, lo cual implica que, en diez años, el Estado ha dejado de invertir una suma considerable en investigación sobre tecnologías punteras, alternativas energéticas, mejora de procesos productivos o una renovada arquitectura de seguridad, en un contexto crítico tanto para el país galo como para la Unión Europea.
«El grupo de Le Pen sabe que, de seguir así, sus posibilidades de cara a las presidenciales de 2027 pueden crecer de forma notable, alimentándose del hastío generalizado»
Esto, unido a un contexto de fragmentación política y polarización, contribuye de forma clara a exacerbar el pesimismo existente acerca de la clase política francesa, donde cada grupo está enrocado en sus posiciones para no mermar sus aspiraciones electorales, y, quién sabe, un posible adelanto de las legislativas en caso de que los esfuerzos de Lecornu acaben en fracaso. La derecha radical, por su parte, se muestra cómoda en esta situación. El grupo de Le Pen sabe que, de seguir así, sus posibilidades de cara a las presidenciales de 2027 pueden crecer de forma notable, alimentándose del hastío generalizado ante la fragmentación y debilidad de los grupos tradicionales. Sin una alternativa clara en el horizonte, parece que Lecornu, el hombre que presentó su dimisión tan solo unos días después de ser nombrado primer ministro, emerge como la única figura capaz de tender puentes tanto a izquierda como a derecha para evitar un agravamiento de la situación económica y emprender el largo camino hacia la recuperación de la autonomía fiscal. De esta forma, acabaría sacando al país de la depresión para devolverle a un rol de liderazgo en el centro de la Unión Europea en un momento en el que se necesita una Francia fuerte capaz de liderar los retos que todos tenemos delante para el próximo lustro. No será fácil, pero en política nada es sencillo si no se intenta.