En el calado sedoso de los últimos bodegones de Victorino García Calderón, la humildad del objeto se viste de profundidades barrocas. Y la luz hace brillar con barniz de genio cada joya insólita en la que se detiene su mirada sabia y comprometida. Es un fragmento de eternidad aterciopelada, un retrato sobrio y directo del rostro que interpela. El edificio vacío que relata el fotógrafo.
Charo Alonso: ¿Sirve de algo el compromiso, Victorino?
Victorino García Calderón: Siempre. Es necesario. Siempre ha habido lucha, si no fuera por ellos, por los que lucharon, el mundo sería más amargo. Pero a lo largo de la historia han fracasado estrepitosamente porque el poder es muy astuto y se aprovecha. Quizás el pueblo más civilizado fueron los griegos, sus sofistas, sus filósofos, ahí radica el inconformismo y el conocimiento, luego llegó Roma y abusó, lo prostituyó todo, lo convirtió en emperadores que hicieron de su capa un sayo.
Carmen Borrego: En eso estamos ahora, en los emperadores.
V.G.C.: Claro, y me he saltado algo que pasó entre el Tigris y el Eufrates, donde empezó la historia de las ciudades, los egipcios, los hititas, aquellos primeros pobladores de la península de Anatolia donde se desarrolla uno de los pueblos más libres y que yo considero más interesantes, los kurdos, que tienen un sistema de comunicación y social tremendamente avanzado para nosotros, donde muchas cosas se deciden en comunidad, cosa que aquí, con este individualismo atroz…
Ch.A.: Pero el artista tiene que ser individualista…
V.G.C.: Pero no tiene por qué serlo su obra, el individualismo del artista está en la concepción y el desarrollo de esta, no en la transmisión. Yo necesito paz y sosiego para hacer la obra, pero si fuera individualista no tendría redes sociales para compartir lo que hago. Para qué quiero yo hacer mis cosas si no me comunico con los demás, si no les puedo escribir nada más que con luz, que es lo que significa fotografía.
Ch.A.: Aquella expo del DA2 en homenaje a Núñez Larraz, ahí yo conocí tu fotografía.
V.G.C.: Fue una exposición de discípulos de Núñez Larraz, un homenaje sin sus fotos. Hay muchos grandes fotógrafos en Salamanca, de eso tiene la culpa Pepe que nos enseñó a todos. Él a su vez aprendió de José Suárez, un gallego que se afincó en Salamanca, seguro que recordáis a Unamuno ante el Tormes en los escarpes de Cabrerizos. Esa foto la hizo José Suárez. Tengo un amigo, Carlos Sá Mayoral, que ha escrito un libro sobre la muerte de Unamuno que dice: aquí hay tres, José Suárez, Pepe Núñez y tú. Sois la línea perfecta. Mirad, os voy a enseñar el infinito…
Ch.A.: ¡Pero Victorino, que parece que eres masón!
V.G.C.: Un día, Manolo Morollón, galerista de Raya Punto, nos dio un metro de esos amarillos a un montón de artistas para que hiciésemos una obra. A mí desde pequeño, me había fascinado hacer triángulos con ese tipo de metros. Quería el ojo que todo lo ve y usé el de mi mujer. Ella está de espaldas al sol que aparece reflejado como yo en su iris. “Helios y yo en el ojo de Carmen intentando medir el infinito”. Un título muy barroco que tenía pensado desde que era estudiante, en los setenta, cuando estaba aprendiendo la perspectiva cónica. En este usé cristales que reflejan la imagen hasta el infinito.
Ch.A.: La pintora Amparo Núñez también participó, recuerdo su cuadro con el metro amarillo.
V.G.C.: Cada uno lo interpretó de una manera, mi hijo, escultor, cogió todos sus libros de bachillerato y les hizo un agujero en el medio con una broca, sacando virutas. Con ellos hizo una columna salomónica, metió el metro hasta el suelo y puso las virutas a modo de cono sobre la columna. “Todo lo que me enseñaron en el bachillerato no mide ni un metro”, era su título.
Ch.A.: Y eso que es hijo de profesor… ¿El arte es necesariamente combativo?
V.G.C.: No, pero yo necesitaba hacerlo combativo, con dos vertientes: una estética, es decir, rompiendo cosas, lo que me enseñó Pepe, y luego con una repercusión social, que revierta de alguna manera en hacer un mundo más justo, más igualitario. Utopías distópicas. Yo no he vivido nunca de mi arte, los que viven de su arte no sé si se venden, es muy difícil hacer lo que te sale de los cojones. No todos los grandes artistas han podido llegar y pocos con treinta o cuarenta años, hace falta tiempo para que empiecen a reconocerte.
Ch.A.: ¿Tú te sientes reconocido?
V.G.C.: Yo creo que no, pero será culpa mía.
Ch.A.: ¡Tu prestigio es grande! Oye, mi primo, Martín Mas, me dice que te pregunte que quién es la mejor cocinera.
V.G.C.: Mi mujer, esta es la república independiente de su casa. Cocina, cuida las plantas, fue encuadernadora, siempre está investigando, experimentando… pero sobre todo, no pierde la raíz. Mi suegra, su madre, fue cocinera y ella ayudaba, conoce toda la cocina popular de Cáceres y Salamanca porque mi mujer estuvo viviendo catorce años en un chozo, mi suegro se dedicaba a la trashumancia, no había casa, solo madera, piedra y retama. Reminiscencia de los poblados celtas. Habla de todo esto un autor que me encanta, un leonés, Llamazares.
Ch.A.: Te recomiendo Cordillera de Marta del Riego Anta, también tiene una protagonista pastora trashumante. Victorino ¿Cuándo te encontraste con la abstracción? ¿Extrañas la pintura?
V.G.C.: Cuando estaba estudiando. Y no la extraño porque he podido sustituirla con la fotografía, porque con ella he pintado con la luz. Ahora, una vez jubilado me apetece dibujar.
Ch.A.: ¿Ahora? ¿Cómo a Cartier Bresson?
V.G.C.: Como a Cartier Bresson. Era pintor, luego fotógrafo y luego volvió a pintar.
C.B.: Yo también volví y ahora no puedo parar. Eres un gran fotógrafo objetivista, abstracto… ¿Qué sería lo que más te identifica?
V.G.C.: Creo que tú lo sabes, los bodegones, mirad, los hago ahí, seguro que aún quedan hojas, restos del último. Me gustan mucho los objetos descartados, todo lo que se tira, un avispero que dejó de estar habitado, lo que le sobra a la naturaleza…
Ch.A.: ¿Lo aprendiste de Pepe Núñez? Aquel libro de bodegones prologado por Fernando Rodríguez de la Flor.
V.G.C.: Yo le vi un día, estaba ahí en su casa, una mesa pequeña con los objetos, la cámara aquí, junto a la ventana una plancha blanca o una sábana para hacer luz indirecta. Era maravilloso. Yo no he abandonado esa forma de trabajar, con la luz que entra de esa ventana…
Ch.A.: Como profesor, ¿hay artistas que han aprendido de ti?
V.G.C.: Sí, yo daba clase de dibujo, en todos los institutos he montado un estudio de fotografía y he enseñado a los chavales. Como no era una asignatura, tenía que darla fuera del horario, montaba un laboratorio rudimentario, formaba un grupo: “A ver, nos vamos a quedar cuando todo el mundo se vaya”. Carlos de Pando, que acabó siendo guionista, me hizo un homenaje en uno de los episodios de la serie ‘El Ministerio del Tiempo’. Venía uno del siglo VI, le meten en un laboratorio del que sale alucinando y dice “Esto es un milagro ¿Quién te ha enseñado” Y respondía el personaje: “Bah, mi profesor, Don Victorino”.
C.B.: Yo sé que has dejado mucho poso en tus alumnos…
V.G.C.: Lo primero que hacía con ellos, después de conocernos, era decirles que trajeran una pintura negra, una caja, de puros por ejemplo, una tapa de yogur, un alfiler, algo que pegue… y les enseñaba fotografía estenopeica. Me miraban, así, con ese escepticismo… ¿Y sale algo? No hacía más que descubrirles lo que había hecho Niépce, o seguramente los pintores, Goya, Vermeer, Velázquez, mucha gente del renacimiento que utilizaron la cámara oscura. He tenido muchos alumnos que luego hicieron comunicación audiovisual, arte, fotografía, teatro.
Ch.A.: Mi primo también me pregunta por qué ahora usas el móvil.
V.G.C.: Porque está al alcance de cualquiera. Cuando yo era estudiante solo tenían cámara los hijos de los ricos, yo era el único hijo de obrero que había en Salamanca haciendo fotos, y para eso tuve que ahorrar, me costó mucho… Bueno, me costó menos porque Pepe Núñez me decía, no te preocupes que, mientras, yo te dejo la cámara, que no he visto nunca unas primeras fotos como las tuyas. Cuando le enseñé las primeras fotos que hice a Pepe Núñez me preguntó: ¿Pero tú cuántos años llevas haciendo fotos? ¡Eran las primeras!
Ch.A.: ¿Cómo llegaste a él, que edad tenías entonces?
V.G.C.: Fue en el 72, vi una exposición suya en la Galería Varrón, era un crío y dije uff. Yo pensaba que la fotografía era ponte aquí detrás de la Sagrada Familia para que se la enseñe a mi madre. Pero no, la fotografía es un arte, algo más que un recuerdo. Y fui hacia él y le dije, me ha gustado mucho su exposición y acabo de descubrir que se puede hacer arte con la fotografía, pero yo no tengo ninguna cámara. “No te preocupes, yo te dejo una, te vienes aquí el domingo, alguien nos montará en un coche… ¿Conduces? No, yo no. Yo tampoco, bueno, alguien nos llevará”. Y fuimos a Golpejas, había una niebla entre las encinas… pero Pepe se fue a hacer fotos a las chapas viejas y abandonadas de las minas. Me preguntaba qué cojones estará viendo este tío, con esta niebla y estas encinas… ¡Y eso que yo estaba en Bellas Artes y conocía el arte abstracto! Entonces dijo, bueno, el miércoles las vemos. Cuando lo hicimos, se sorprendió ¿Estás son tus primeras fotos? Y con las suyas me dije, yo he estado mirando esto y no lo he visto. Entonces me di cuenta de que un fotógrafo se hace en la mirada, no en la cámara. Esa fue la primera y gran lección de Pepe, no me dio ninguna más porque salíamos luego a hacer fotos y nunca decía, mira, ven para acá, pon así el diafragma… Como mucho te decía, vamos a esperar un poquito, que la luz… el resto, nada. Fuimos después a Mirat, a la fábrica y ante aquellos cristales llenos de mierda ya vi abstracciones. Mi veneración por Pepe ha sido… todos los que hicimos el homenaje a Pepe le debemos la mirada.
Ch.A.: ¿Le hemos reconocido lo suficiente?
V.G.C.: Pues yo creo que todavía no. Fue premio de las Artes de Castilla y León gracias a la iniciativa de Martín Patino, pero hay que estudiarle más. Le han puesto su nombre a una calle que no es calle ni es nada… nadie vive en ella. El trozo que hay entre el puente más nuevo y la tierra. No puede poner en un sobre o decir “Vivo en la Calle Núñez Larraz”…
C.B.: ¡Dale tiempo! Victorino, ¿a dónde va ahora tu fotografía?
V.G.C.: Tengo varios proyectos, pero lo que me apetece es seguir haciendo bodegones, darle categoría a objetos a los que nadie, ni la naturaleza, les hace caso, como semillas, hierbas… Rescatar lo que la gente deja por inservible o fuera por falta de utilidad, como hace tiempo el edificio de la cárcel, o el depósito de agua.