Todo comenzó con una simple pregunta: ¿cómo quiero vivir? Una cuestión tan sencilla como, para algunos, compleja de responder. Pero no es el caso de los propietarios de esta casa, ya la tenían clara incluso antes de que ésta fuera levantada. Querían un amplio, luminoso, práctico y estético hogar en Sotogrande y, para llevarlo a cabo, contactaron con Santiago Cuaik. “Era un contexto nuevo para el equipo, así que buscamos cómo adaptar el diseño a un entorno cálido y húmedo, manteniendo la elegancia y la sofisticación que exigía”, comienza el arquitecto mexicano. El primer paso fue investigar sobre la arquitectura, el interiorismo y la forma de vida de esta cotizada urbanización gaditana. Y la respuesta de cómo debía ser el proyecto se fue revelando de manera natural. “La casa pedía color blanco: una construcción moderna de líneas rectas y marcada horizontalidad y complementarla con acentos de color a través del arte, mobiliario y algunos detalles decorativos”, continúa.
El resultado es en apariencia sencillo, como un trabajo de la Bauhaus que, a su vez, esconde una gran complejidad al ir depurando más y más las capas hasta llegar a lo fundamental, a un patrón perfecto, puro, contemporáneo y poético. Las sucintas líneas y ángulos describen tres alturas que acogen, desde la planta baja, dos dormitorios y baño, sala de estar, lavandería, cuarto de juegos y gimnasio. En la principal, un amplio salón-comedor, bar “concebido para romper con el lenguaje rectilíneo, lo diseñamos como un gesto escultórico con curvas y acabados en laca alto brillo. Reinterpretamos la estética moderna de Le Corbusier y Mies van der Rohe”, señala Cuaik. Junto a éste, terraza con grill, comedor exterior y sala, una cocina de gran formato, además de cinco habitaciones con baño en suite y otro de cortesía. Y la superior reservada a la dormitorio principal, con baño, vestidor y una terraza privada.
Tras ocho meses de obras, la casa estaba rematada. Un espacio tan definido como impoluto donde el color se lo dio el interiorismo. En el hall, pareja de butacas Roly Poly, de Faye Toogood; consola de cristal Tollen y pareja de mesitas, de Minotti. En la pared, obra de Eduardo Terrazas.
Sobre la escalera, díptico de José Dávila y vasijas de anticuario.
El mobiliario curvo rompe con los ángulos de la zona de estar. Pareja de butacas giratorias Pacha, de Pierre Paulin editadas por Gubi, y sofá rinconero con otomanas a modo de mesas auxiliares Dune, de Carlo Colombo para Poliform. Alfombra, de Atelier Fevrier y, en la pared, obra de Dario Escobar.
El suelo de Campaspero unifica visualmente la planta principal. Al fondo, entre el salón y el comedor se divisa el bar.
En un rincón del comedor, consola de roble lavado del s. XIX encontrada en El Rastro de Madrid con tinajas bizcochadas. Sobre ésta, retrato de la serie dedicada a Mao Tse Tung de Andy Warhol y pareja de esculturas de resina y barro sobre un pie de hierro, de Teresa Solar.
Comedor con mesa Owen con sobre de mármol, de Meridiani; sillas LC7, de Le Corbusier, Jeanneret y Perriand editadas por Cassina y chandelier Match, de Jordi Vilardell & Meritxell Vidal para Vibia. En la pared, dentro de un nicho, obra de Santiago Montoya.
Una piel realizada con “materiales duraderos, frescos y de bajo mantenimiento, ideales para un clima húmedo como éste, como el suelo de Campaspero a tono con las paredes de yeso blanco y carpintería de roble natural, junto con linos en tonos crudos”, puntualiza. Fue entonces cuando comenzaron a entrar los grandes gurús del diseño; desde los clásicos como Warren Platner, Charlotte Perriand o Le Corbusier hasta actuales y visionarios como Faye Toogood, Atelier Février o Terje Ekstrom. Junto a ellos, imponente arte mexicano firmado por Eduardo Terrazas, Gabriel Rico, Gabriel de la Mora, Gonzalo Lebrija o José Dávila y Jorge Méndez Blake, quienes también son los autores de las esculturas e instalaciones que se integran en el jardín diseñado por la paisajista Nena Malo. Un hogar en el que lo esencial es vibrante.
Cuaik concibió el bar como un tributo al trabajo de los arquitectos Le Corbusier y Mies van der Rohe, pero con formas orgánicas y laca brillante, casi como una escultura que convive con el tono de la casa pero rompe con sus curvas la rectitud. Taburetes Ode, de Chi Wing Lo para Giorgetti, y lámparas, de Vibia.
El bar y, en un rincón, mesa, de Alias, y sillas, de Warren Platner editadas por Knoll; neones, de Superflex, y cuadro rojo, de Jorge Méndez Blake.
El pasillo que dirige a los dormitorios de la primera planta decorado con tinajas antiguas presentes en toda la planta y que mantienen la línea narrativa del interiorismo.
Montse Garriga
El dormitorio principal, que ocupa toda la última planta, posee una terraza privada con espectaculares vistas. Cama Biarritz, de Samuel Accoceberry para Flexform; lámparas Ginger, de Juan Gaspar para Marset, y consola de laca brillante, de Pianca.
En la zona de estar junto a la habitación principal, chaise-longue À Réglage Continu, de Le Corbusier, Jeanneret y Perriand, y lámpara, de Vibia, sobre prisma a modo de mesa auxiliar y sofá de formas orgánicas Bowi, de Patricia Urquiola para Cassina. Sobre la chimenea de mármol enmarcada por estantes, obra de Gonzalo Lebrija.
Montse Garriga
El baño en suite con bañera exenta y que declina los tonos blancos de la imponente arquitectura.
Como una de las villas del Hollywood dorado, así se presenta esta casa conaires que revisan desde la obra de Richard Neutra a los genios de la Bauhaus La vivienda se integra en una naturaleza casi tropical creada por la paisajista Nena Malo, «quien se enfocó en integrar arquitectura, interiorismo y vegetación bajo un mismo concepto estético», explica Cuaik. Frente a la piscina, sofá, butacas y tumbona, todo de Gandía Blasco.
Montse Garriga
El porche con techo de caña trenzada es el mejor lugar para los atardeceres. En primer plano, entre los faroles de Ethimo, butacas Basket, de Nanna y Jorgen Ditzel, y sofás Boma, de Rodolfo Dordoni, ambos para Kettal. Al fondo, taburetes Nicolette, de Patrick Noguet para Ethimo.
Santiago Cuaik. Sutil audacia
Fabián Martínez
«Creamos espacios que funcionan, no solo desde lo estético, sino desde lo práctico, lo emocional y lo experiencial», explica el arquitecto mexicano con estudios en su ciudad natal y Madrid, desde los que proyecta de lo público a lo residencial. Entre sus hitos, la renovación del Rosewood Hotel de San Miguel de Allende o imponentes viviendas que van de San Diego a Colorado pasando por Madrid o ésta de Sotogrande que aparece recogida en su libro «El arte de la vida contemporánea» editado por Rizzoli.
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