El ‘show’ de Blackpink de este sábado en el Estadi Olímpic (51.000 personas) tuvo como preludio un encadenado enlatado de sus canciones, culminado por la más reciente, ‘Jump’, con su vídeo a altísimo volumen. Se trataba de impactar, insistir, machacar de saque, y que cuando esas piezas se interpretaran en escena fueran recibidas como ‘the real thing’. Material idolatrado, librado por esas cuatro figuras que asomaron por la pantalla a modo de estrellas de cine, montadas en descapotables.

Ellas son Rosé, Jennie, Lisa y Jisoo, la sublimación exponencial del k-pop: la suya es una ola de aparatoso neo-pop híbrido, con lo más efectista de cada ramo (EDM, hip-hop, trap), de estribillos y gags más marciales que emotivos. Funcionó, a su imperial manera, en el arranque, donde encadenaron tres de sus pelotazos (‘Kill this love’, ‘Pink venom’ y ‘How you like that’), deslizando invectivas hacia los amores tóxicos y presentándose como dulces dominadoras y dueñas de su destino. Mensajes de fortalecimiento y réplicas a los ‘haters’ en ‘Shut down’, entre ‘samples’ de los violines de Paganini.

Si con Coldplay o Estopa el Estadi se llenó de pulseras luminosas, Blackpink cubrió pista y gradas de corazones rojos (no regalados, adquiridos vía ‘merchandising’). Un símbolo curioso tratándose de un grupo que no parece el más romántico de la clase (aunque algo hay debajo de su pose de tipas duras). La búsqueda del impacto fue constante, pero incluso ellas necesitan que la tensión baje en algún momento, aunque sea solo para que luego el subidón final se lo lleve todo por delante. Así fue en el r’n’b de ‘Whistle’, su primer ‘single’ (de 2016), y en la balada acústica ‘Stay’, secuencia estirada con un bonito número muy pop, ‘Lovesick girls’. Sí, hubo instrumentistas, cuatro, ocultos tras la superpantalla ondulada.

Pero esta gira es a la vez de reunión y escaparate de las incipientes carreras en solitario. Ahí estuvieron dos de los cinco actos del concierto. Jisoo representó la facción más adorable y pop con su ‘Earthquake’, en contraste con los revolcones y las ‘razzias’ raperas de Lisa en ‘Fuck up the world’. En otro tramo, Jennie lució su agradable dueto con Dua Lipa (‘Handlebars’) y Rosé sorprendió con la acústica ‘Call it the end’ antes de propinarnos el caprichoso bubblegum-punk de ‘APT.’, la resultona cita con Bruno Mars del año pasado.

Las muestras en solitario insinuaron otros caminos, pero Blackpink no se fue sin acudir a su artillería pesada (y su pirotecnia), y celebrar cartas como ‘Boombayah’ y ‘Ddu-du- ddu-du’. Y cantar dos veces ‘Jump’, la tonada a promocionar, e imponer el baile colectivo: ese ‘dance challenge’ del bis, con ‘reprises’ de temas de la noche (¡sí, también ‘Jump’!). Impactar, insistir, machacar. Eso es el k-pop, o su versión del k-pop. Rosé, Jennie, Lisa y Jisoo piropearon Barcelona y trataron de mostrarse cercanas en algunos momentos, si bien su carisma es difuso. Pero es posible que haya un raro encanto en ese pop tan ultraprocesado, al filo de lo maquiavélico.

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