La trayectoria de Lance Armstrong es un relato de gloria, escándalo y resiliencia que marcó al deporte mundial.
El texano pasó de la cima del ciclismo profesional a una caída estrepitosa por un caso de dopaje que borró de los registros sus siete títulos del Tour de Francia y lo sumió en una crisis personal y financiera sin precedentes.
Sin embargo, años después, una inversión temprana en tecnología se convirtió en el salvavidas que cambió su destino y reflotó su vida y su delicada situación financiera.
Durante una entrevista en el podcast Habits & Hustle, conducido por Jennifer Cohen, Armstrong repasó su vida con una sinceridad poco habitual.
Recordó su inicio en la natación y el triatlón, disciplina en la que con apenas 15 años competía contra adultos, y su salto definitivo al ciclismo tras representar a Estados Unidos en el Campeonato Mundial Juvenil de Moscú en 1989.
Con 27 años alcanzó el estrellato al ganar su primer Tour, éxito que repetiría hasta en seis ediciones más de forma consecutiva, rompiendo todos los récords hasta la fecha.
Pero la narrativa de éxito tuvo un gran quiebro profundo: el escándalo de dopaje que lo apartó del deporte y lo convirtió en uno de los personajes más controvertidos del ciclismo moderno.
La caída a los infiernos
Armstrong aclaró que nunca fue «atrapado» por el sistema antidopaje, sino «expuesto» por un proceso legal y mediático. «No me atraparon, fui expuesto. Fue más un proceso legal que un éxito del sistema antidopaje», declaró.
Según su versión, el uso de sustancias prohibidas era frecuente en el pelotón de la época, aunque la atención mediática lo señalara a él como el principal culpable.
El golpe económico fue devastador. El exciclista reveló que perdió más de 100 millones de dólares en devoluciones a patrocinadores, indemnizaciones y contratos anulados.
«Fue una muerte por mil cortes», describió sobre la forma en que su fortuna se evaporó. La caída pública y financiera fue tan profunda que parecía no tener retorno.
La inversión milagrosa
Su suerte comenzó a cambiar gracias a una decisión de inversión que él mismo califica como providencial. Armstrong participó, a través de un fondo, en una ronda temprana de Uber, cuando la empresa aún estaba lejos de ser el gigante tecnológico actual.
«Por la gracia de Dios, tuve acceso a eso y cambió todo. Salvó a mi familia«, confesó. Esa operación, sumada a otras apuestas en marcas emergentes como Waterloo y Athletic Brewing, le permitió reconstruir su patrimonio y abrir una nueva etapa profesional.
Con el tiempo fundó Next Ventures, un fondo de capital de riesgo especializado en salud y bienestar, junto a su socia Mel Strong.
Desde ahí invierte en proyectos alineados con un estilo de vida activo y con potencial de crecimiento, aprovechando su experiencia como deportista y su red de contactos.
Lance Armstrong tras ganar su séptimo y último Tour de Francia.
La cultura de la cancelación
En el plano personal, Armstrong asegura que ha aprendido a valorar la resiliencia y la capacidad de reinvención. «La única opinión que me importa es la de quienes estuvieron en la carrera», afirmó.
Reconoció que la llamada «cultura de la cancelación» lo afectó profundamente, pero considera que el tiempo y un cambio en la percepción social le han permitido recuperar visibilidad pública.
Su vida actual combina trabajo en la oficina de Next Ventures con hábitos que mantiene desde sus días como atleta. «El ejercicio es mi iglesia; necesito moverme para estar bien mentalmente», explicó.
Disfruta de salidas en bicicleta en solitario, madrugones para leer y reflexionar, y del tiempo en familia junto a su esposa e hijos, quienes -según dice- lo ven como «un payaso» en el sentido más afectuoso.
Armstrong también compartió una analogía sobre lo que significa caer en el Tour de Francia: «Es como saltar de un coche en movimiento a gran velocidad».
Aun así, sostiene que la clave tras cualquier golpe es levantarse y seguir adelante, una filosofía que lo ha acompañado desde su lucha contra el cáncer hasta su reaparición como inversor exitoso.