10/08/2025
Actualizado a las 23:56h.
Un atractivo cartel cerraba la temporada taurina en El Puerto, tan pródiga en triunfos y momentos brillantes. Juan Ortega y Pablo Aguado, dos toreros nacidos en Sevilla pero «descubiertos», es decir, valorados y lanzados en su dia por la afición madrileña. Dos jóvenes que han venido a revolucionar el escalafón de matadores, al que han iluminado con sus aportaciones de arte y calidad, de buen toreo, elegancia y gusto. Aún no han dado de sí todo lo que con la madurez pueden aportar a la tauromaquia, pero ya se vislumbra la calidad que poseen y que derraman por los ruedos tantas tardes. Y ante ellos una interesante corrida de El Puerto de San Lorenzo, de ese casi extinto encaste Atanasio, cuyos toros pastan en las dehesas bravas del campo charro.
Si bien, el primer toro de la tarde pertenecía a la otra divisa de la misma casa ganadera, La Ventana del Puerto, con encaste Jandilla-El Torreón.
Y resultó un ejemplar bastante justo de trapío y que no humilló en demasía al capote que le presentó Juan Ortega y que éste manejó con suma cadencia y destreza en los lances de recibo y con suavidad y manos bajas en su quite por chicuelinas.
Muy rajado y en permanente búsqueda de la querencia llegó el toro al último tercio. Y cuando Ortega le bajó la mano y fijó su embestida, se evidenció que esta carecía de brío e intensidad. Pocas fuerzas, menos casta y casi nula humillación. Por lo que a pesar de que el diestro lo intentara y en momentos se gustara y que hasta sonara ese singular pasodoble que es «Manolete», a la vez rotundo, solemne y vertical, poco se pudo contemplar. Con una estocada tendida y tres golpes de descabello acabó Juan Ortega con el animal.
Frenado bajo los capotes y emplazado, el segundo de la suelta apretó, desarmó y puso en apuros a Pablo Aguado en su saludo inicial de capa. Pupilo de la ganadería salmantina que salió muy mermado en su tracción del encuentro con la cabalgadura y al que Pablo Aguado dibujó un ajustado quite por delantales con desigual suerte en sus lances, debido a la poca colaboración de su enemigo.
A pesar de la condición de la res, un molinete y dos tandas consecutivas de templado toreo en redondo sirvieron para que la plaza se entregara a la elegancia y naturalidad que derrocha el toreo de Pablo Aguado. Más complicado fue el toreo al natural debido a la molestia del viento, pero la excelsitud goteó también por este pitón. Faena pulcra y desangrada en monumentos de plasticidad, que fue rubricada con una estocada trasera de la que el toro tardó en caer.
Se quedó muy corto y apretó hacia los adentros el tercero de la tarde, sin permitir estirar la verónica a Juan Ortega. Intentó después el quite el torero sevillano pero su oponente no pasaba, deduciendo las suertes. Toro mansote y de escaso recorrido al que Ortega expuso mucho en unos ayudados ajustadísimos con los que inició la faena muleteril.
Pero el toro era demasiado brusco, áspero, que topaba con frecuencia, más que embestía, y que tendió a defenderse en cuanto se sentía podido. Aún así, el sevillano derrochó voluntad y buenas maneras en aislados muletazos de inspiración. Una buena estocada arriba puso fin a este tercer capítulo del festejo.
También apretó mucho hacia dentro el cuarto de la tarde, al que hubo de sacarlo a los medios Pablo Aguado cambiándole los terrenos de cite. Luego tomó este ejemplar una buena vara, dónde apretó y fue muy bien picado. Y tras un gran tercio de banderillas tanto Iván García como Araujo hubieron de desmontarse.
Fue un toro encastado y con cierta exigencia, pero que se apagó muy pronto. Le faltó continuidad en sus embestidas y viveza en su acometer para que la denodada labor de Aguado cobrara brío. Y con un pinchazo y una media algo desprendida y atravesada puso fin el fino diestro a este episodio.
En su ya último cartucho de la tarde, Juan Ortega salió arrebatado y sorprendió con una larga cambiada de rodillas, verónicas sentidas y chicuelinas acariciadas. Y a pesar de que su oponente no ofreció en ningún momento un viaje franco ni humillado. Aunque muy venido a menos en su fuelle y poder, el toro arribó al tercio postrero con suma nobleza, lo que fue aprovechado por Juan Ortega para demostrar su categoría torera y su concepto artístico de las suertes.
Muletazos lentísimos, plenos de estética y genuino sabor de buen toreo. No fue faena redonda, dada la poco colaboración que ofreció el de El Puerto de San Lorenzo, pero sí jalonada de torería y puntuales brillanteces. Media estocada tendida y un golpe de verduguillo puso broche al su actuación en el coso portuense.
Cerraba corrida y temporada un ejemplar muy bien presentado de la ganadería titular que, fiel a su encaste, mostró un carácter abanto y huidizo durante el primer tercio. Hubo de pararlo Aguado en los medios, dónde templó chicuelinas y verónicas.
Un comportamiento que mantuvo el toro a lo largo de todos los momentos de su lidia, convirtiendo en muy laborioso el ejercicio rehiletero.
Pablo Aguado logró sacarlo de su querencia a tablas y, ya en los medios, series de derechazos con mucha elegancia y sabor. Pero el toro acabó pronto de nuevo en su querencia de tablas y allí el diestro pasó muchos apuros para poderlo cuadrar. Al fin cobró la estocada y con ellos puso rúbrica a la temporada taurina portuense.
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El Puerto. Plaza de toros de El Puerto de Santa María. Se lidiaron cinco ejemplares de El Puerto de San Lorenzo y uno, el primero, de La Ventana de El Puerto. Bien presentados salvo este primero, y todos escasos de casta.
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Juan Ortega. Ovación, ovación y silencio.
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Pablo Aguado. Oreja, ovación y vuelta.
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Actuó de sobresaliente Álvaro de la Calle.
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