El género de terror es versátil, y películas como Weapons, convertida en todo un evento de la taquilla (40 millones en su primer fin de semana en EEUU, muy por encima de las expectativas) lo demuestran. Claro que la segunda película de Zach Gregger tras la aclamada Barbarian, estrenada en España directamente en Disney+, también hace sus sacrificios para lograrlo, entre ellos, una estructura desordenada que ha favorece retrasar cuanto antes la resolución del misterio… y una hábil campaña publicitaria que, por una vez, también ha ayudado a preservarlo.
La premisa, hay que decirlo, es extraordinaria: todos los alumnos de una clase menos uno desaparecen a la misma hora de la misma noche. La forma de hacerlo es terrorífica, con los niños simplemente levantándose de sus camas y corriendo hacia la oscuridad. Sin testigos, sin razones aparentes. A partir de ahí, Gregger desenreda la historia en capítulos, dedicados cada uno de ellos a algunos de los implicados en la historia, desde su profesora al padre de uno de los chicos.
Weapons es uno de esos films a disfrutar con la menor cantidad de espóilers posibles. Una vez la gran revelación del invento tiene lugar, el film transcurre por senderos convencionales, esos mismos que Gregger trata a toda costa de evitar desordenando cronológicamente la historia y dividiendo la intriga en cinco capítulos pertenecientes a cinco puntos de vista de la historia. Cómo hubiera resultado Weapons si el director hubiera afrontado la historia de una manera más directa, y también honesta, es una duda que quedará por siempre, pero Gregger parece tener algo de miedo a enfrentar los convencionalismos con la cabeza alta. El resultado es una obra que sabe jugar bien sus cartas, primorosamente filmada y que (y esta es su mejor virtud) devuelve al género de terror ese barniz de cine de estudio, de ese que remite a tiempos como La profecía o El Exorcista, al que tantas veces el mismo género renuncia en pos de otros registros y nichos.
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Pero también genera sus problemas, como una trampa que contrasta con, en realidad, la sana simplicidad de su propuesta. Que Gregger ha afrontado el relato con la voluntad épica de los grandes volúmenes de Stephen King dedicados a pequeñas ciudades estadounidenses, como It, El misterio de Salem’s Lot o La Cúpula, está fuera de toda duda, como también la calidad de intérpretes como Julia Garner o Josh Brolin (es, sin embargo, Alden Ehrenreich quien parece comprender mejor el film en el que realmente está metido) y la excelente fotografía nocturna. Que Weapons haya sido abrazado inmediatamente como «el mejor film de terror del año» solo cabe atribuirse a, una vez más, el hambre de los espectadores y medios por contenido (sensacional) o titulares (sensacionalistas).
La respetable búsqueda de la originalidad de Gregger jugando con la cronología del film obliga a pagar sus peajes, como decimos. El suspense se resiente, esbozando solo algunas situaciones, perjudicando también la identificación del público con unos personajes que, cuando por fin se presentan, desaparecen de la pantalla debido a la falsa deconstrucción de Gregger. Como el film también se cuece a fuego lento, las revelaciones finales saben a poco, cosa que el realizador oculta con un sentido del humor hilarante que pide la complicidad del espectador. Pueden ser defectos o también rasgos identitarios, dependiendo del que mire. Lo que es incuestionable es que Weapons sabe jugar con el espectador, al que pide calma, y sobre resituar un tanto el cine de terror producido por Hollywood, llevándose los clichés intelectuales e intelectualizados de productoras como A24 a un territorio intermedio (y casi diríase que burlándose de ellos) al tiempo que eleva el nivel dominado en la última década por las producciones de perfil más bien bajo de Blumhouse, que atraviesa precisamente ahora en una crisis creativa incuestionable.