La tarde estaba llamada a ser una de las grandes de la Feria de la Albahaca. El cartel de “no hay billetes” colgaba desde hace semanas, pero el anuncio de la baja de Morante de la Puebla, ídolo y epicentro del toreo de arte, cayó como un jarro de agua fría sobre la afición oscense. El hueco lo cubrió Manuel Escribano, incapaz de llenar la expectación que levanta el de La Puebla. El paseíllo, aunque lucía completo, se hizo con un aire de duelo contenido.
Qué hubiera pasado con Morante a los mandos y en racha. Quizás el tren haya pasado ya para ese idilio imposible que diría el gran José Alfredo en uno de sus cientos de boleros. El año que viene es obligatorio intentarlo de nuevo. La deuda con Huesca sigue estando pendiente. El resto de crónica pertenece al terreno de los humanos, Morante es divino.
El ganado llegó ayer de la mano del hierro de Román Sorando , de procedencia Domecq. Un encierro correcto e igualado, con presencia de placita menor y, en su mayoría, de embestida burlesca e inquietante. Andarines e incomodos para la lidia. Se llevó el mejor lote con diferencia Clemente. Lo aprovechó cruzando el umbral de la gloria con la primera puerta grande del ciclo.
Escribano repetía contra todo pronóstico para cubrir una baja. Incomprensible presencia a la vista del pobre resultado. Es hombre de raza, de entrega, de los que hacen el paseíllo con la muleta dispuesta para pelear cada centímetro de arena. La sombra del ausente era alargada y el público lo sabía. Mostró oficio y valor, sin florituras, dispuesto a pelear la tarde.
Pero tampoco ayer fue su día. Atropellado en casi todo, no supo salir airoso ni en lo que mejor hace. Pareó con desgana y dio la sensación de cubrir el expediente sin mas. Portazo sonoro.
El de Gerena recetó dos faenas idénticas y que parecen premeditadas en su mente independientemente de la condición de su enemigo. Así las cosas, el resultado fue malo. De cuatro toros en la Feria no cuajó ninguno. El año próximo debería guardar ausencia por “higiene” del respetable. Este año se hizo “bola” su sobre exposición sin motivo aparente.
Juan Ortega es torero de arte y diferente, fino en la ejecución, elegante y personal. Fuera de los ruedos, su nombre ha saltado a la prensa rosa, lo que le convierte en uno de los más mediáticos del escalafón. Llegó con la obligación de levantar la moral del tendido y el reto de demostrar que, incluso sin Morante, el toreo de inspiración puede florecer.
En el primero, las dificultades del toro mal picado y peor banderilleado, privaron de estar cómodo al sevillano. Le costó centrarse con el viento que soplaba sobre el albero pero al final metió en el canasto al burel. Mató mal y dejo la carta de presentación para el segundo de su lote.
Ahí se vio al mejor Ortega. Qué clase y qué ganas para meter los riñones y citar con el pecho de frente. Series ejecutadas a cámara lenta en los medios que daban paso a un empacho de toro que llegaba los tendidos, especialmente a los de sombra. Se fue a por ellos sabedor que tenia canela en las manos. No defraudó.
Estaba con duende y jugó a ser Morante por unos minutos. Parecía no tener fin una obra que fue puliendo para dejar el fruto maduro a la suerte suprema. Mató mal y con ello se fueron las ilusiones de premiar un gran trabajo. Justificó de sobras su presencia en Huesca por primera vez. No debería ser la última, gustó y mucho.
Clemente, el francés de Burdeos con una trayectoria marcada por las segundas oportunidades, conoce bien el sabor de la lucha y del regreso a la pomada taurina. Su presencia en Huesca aportaba un aire internacional y cumplía así con una de las máximas que requería el crecimiento de la Feria. De toreo clásico, parece contagiado de los españoles mas experimentados. Supo medir los tiempos, los espacios y la duración de sus series. Al final, premio grande.
El público, fiel y paciente, llenó los tendidos, pero la sensación era de cita incompleta, de que la Albahaca merecía una tarde con todo y con todos los anunciados.
Con la luz de un candil cayendo sobre la plaza como un mantel viejo, la segunda de la Feria se apagó con la primera puerta grande. Morante no estuvo, pero su sombra sí, larga y obstinada, colándose entre cada pase, cada aplauso tibio, cada silencio denso.
No pudo ser, tendremos que seguir esperando. Entre tanto hoy figurones acartelados. Talavante y Emilio de Justo son palabras mayores.