Pocas, poquísimas veces un gol se disfruta antes de hacerlo. Se podrá visualizarlo, intuirlo, pero casi nunca el jugador tiene la certeza de que la pelota que traslada o impacta terminará en la red.

Una carrera alocada con el arco vacío por delante es una de esas jugadas que marcan la excepción a la regla. Se dan de tanto en tanto y casi nunca en un clásico, con ese plus insuperable de ser la conquista que decore el resultado final.

Esos cinco segundos inolvidables vivió Enzo Cardozo hace una semana en Mataderos. Una película que guardará para toda su vida. Un sombrerito al arquero y el viaje solitario pero estremecedor hacia el arco desierto. Un toque de cabeza y dos con el pie derecho para darle la puntada final casi sobre la línea de gol.

“No te voy a mentir, en un momento, pensé en hacer algo sobrador, pero dije ‘ya está’. Era para quilombo, entonces, pensé en ir a festejar y sacarnos la mochila de la situación. Ni bien hice el gol, vino el Gurí (García) y me dijo que lo festejáramos con nuestra gente, con los allegados y con los chicos que no habían sido citados”, recordó el defensor surgido del semillero aurinegro.

Fue un gol para iniciar un cuento fugaz. Un soñar despierto de cinco segundos, en donde el protagonista se sabe victorioso antes del estruendo emocional. Lo que hasta el momento previo al gol era una leonera verde y negra, se terminó convirtiendo en un patio de recreo escolar. En su interior, emergió la pasarela que lo llevó, con una sonrisa socarrona, a un festejo histórico.

Como el guerrero que vuelve triunfante a su casa, Cardozo recibió el calor de los hinchas en Isidro Casanova. “Ver a la gente llorando de alegría fue un orgullo grandísimo. También llegar a mi casa y ver contento a mi abuelo no tiene comparación. Siempre está alentándome y pendiente de lo que hago. Este gol fue para ellos, para mi familia, por todo lo que hicieron por mí”, agradeció.

Un gol soñado, de esos que quedan archivados en la memoria colectiva. Por la carrera, el resultado, el rival, el escenario y porque se dio el gustazo enorme y particular de poder gritarlo antes de tiempo.

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