Cada mañana de feria, en las horas previas al festejo, se repite la misma liturgia en los corrales de la plaza de toros primero, y después junto a la puerta de caballos, y puntualmente, a las 12:00 horas se celebra el sorteo que va a marcar la suerte de los toreros.

Previamente, los animales, cuatro en un lado y otros cuatro en el otro, descansan tranquilamente en el mismo lugar en el que fueron desembarcados, y permanecen ajenos a los que está sucediendo. Y a pocos metros, las cuadrillas de los toreros a veces desde los alto y otras desde un burladero, los observan, analizan sus características y no pierden ni un detalle.

Este miércoles, mientras algunos aficionados se acercaban a ver el ganado y aprovechaban para hacer fotos, el personal de confianza de Joselito Adame, Roca Rey y Tomás Rufo se intercambiaba comentarios como “ese es mas cabezón, el de allí no está suelto, fíjate en el lomo de áquel, este lo veo mejor que el de allá…”.

A ellos se unía Alberto García, el CEO de Tauroemoción, la empresa que gestiona la plaza de toros, que se acercaba a saludar a los tres grupos, y a la hora estipulada todos se reunían junto a la puerta de caballos.

Los emparejamientos ya estaban hechos, y faltaba saber a quién le tocaba cada par, y como siempre los números de las reses se escribían en una fina hoja de papel de fumar. Y con la destreza que da haber repetido la misma acción en repetidas ocasiones, con las yemas de los dedos se formaban bolitas.

El mayoral, como debe ser, cedía su sombrero y se depositaban las bolitas, y se pedía otro prestado a un espectador para que sirviera de tapadera. Formando un círculo junto a él estaban las cuadrillas, el empresario, representantes de la Policía Nacional. Alrededor, público de distintas edades que no quiso perderse la oportunidad de ver todo el ritual, y a pocos metros veterinarios y personal vinculado a la plaza.

Por orden de lidia fueron sacando los papeles, desenrollando, leyendo en voz alta y conociendo por fin cómo le había ido a su maestro en el sorteo.

Tras este pequeño ceremonial, pero determinante, llegó el momento de separarlos y enchiquerarlos hasta el momento en el que les tocó salir por la puerta de toriles.