Es un orgullo haber contribuido a que los menores de edad puedan volver a asistir a las corridas de toros en Baleares. Marca un hito importante en la defensa de la libertad individual y la preservación de una tradición cultural profundamente arraigada en nuestra identidad. La sociedad mallorquina así lo ha expresado con el cartel de «no hay billetes» en el primer espectáculo taurino al que pudieron volver los niños y jóvenes, celebrado en Inca el pasado 13 de abril.
La tauromaquia une arte, historia, música, indumentaria, filosofía y hasta literatura. Figuras como Federico García Lorca, Ortega y Gasset o Ernest Hemingway no dudaron en ensalzar su profundidad simbólica y estética. El ruedo, con su liturgia cargada de significado, se convierte en un escenario donde se representan los más altos valores humanos: El sacrificio, el valor, el honor.
Mallorca, como parte integral de la cultura española, no es ajena a la historia del toreo. De hecho, las primeras celebraciones con toros documentadas datan de enero de 1230 con el rey Jaime I de Aragón en Palma. A finales del siglo XIV, el rey Juan III de Aragón construyó un coso junto al Puig de Randa. En el siglo XVI se celebraron festejos taurinos en honor a Carlos V, en Alcudia. Incluso, a finales del siglo XVIII, se corrieron toros, provenientes de distintas fincas de Mallorca, en la plaza Santa Eulalia de Palma para sufragar las obras de la iglesia.
En todas las islas tuvimos 13 plazas de toros fijas, 10 en Mallorca, 2 en Menorca y 1 en Ibiza; además de las portátiles, que, dicho sea de paso, deberían volver a autorizarse. Hasta en Formentera, en los años 70 del siglo pasado, se celebraron novilladas. Hay que recordar que Palma durante 3 años tuvo en activo dos plazas, o que en 1967 hubo más corridas en Palma que en Madrid: 33 festejos acogió el Coliseo Balear frente a los 31 en Las Ventas. El arte del toreo siempre tuvo un profundo arraigo en las islas.
Al igual que la minoría violenta antitaurina es antiespañola, profundamente sectaria y totalitaria, quienes defienden la prohibición de las corridas de toros suelen ignorar la cultura española. Pretender imponer una única visión sobre lo que es ético o artístico conduce inevitablemente a una sociedad menos libre. No se trata de obligar a nadie a asistir a una corrida, como tampoco se debería prohibir a quien libremente decide hacerlo. Y mucho menos se debería negar a los más jóvenes la posibilidad de decidir por sí mismos qué lugar darle a esta tradición en sus vidas.
La tauromaquia, como cualquier otra forma de arte, necesita ser vivida, transmitida y comprendida por las nuevas generaciones. Sin espectadores jóvenes que se formen en esta cultura, su continuidad está en riesgo. Y cuando una tradición desaparece por desinterés o imposición, se pierde parte de nuestra memoria colectiva.
La libertad cultural incluye el derecho a preservar y promover nuestras costumbres. La ley 18/2013 establece que la tauromaquia es Patrimonio Cultural Inmaterial de España. Por ello, los consejos insulares, empezando por el Consell de Mallorca, deberían declarar la tauromaquia Bien de Interés Cultural.
La tauromaquia vive, evoluciona y se fortalece como parte legítima de nuestra identidad española. Abramos las puertas de las plazas de toros a niños y adolescentes. Llenemos los cosos de Inca y de Palma los próximos días 3 y 7 de agosto. Que vuelva a triunfar la libertad.