Galicia y otras partes de España son pasto del fuego en un mes de agosto marcado por una ola de calor que se extiende ya demasiados días. Son varias las causas que confluyen para explicar un escenario casi apocalíptico, con incendios que se unen y avanzan con frentes de varios kilómetros, arrasando pueblos, como el de A Caridade, en Monterrei, y vastas extensiones de monte, como el Macizo Central, consumido por las llamas de Chandrexa de Queixa.

Pero, ¿por qué son más virulentos y devastadores los fuegos de ahora?  Desde hace unos años, la población se enfrenta a los llamados incendios de sexta generación. Son fenómenos devastadores que superan la capacidad de los sistemas convencionales de extinción. Estos megaincendios representan el último escalón en la clasificación evolutiva de los fuegos forestales, caracterizándose por su comportamiento extremadamente virulento, impredecible y su capacidad para generar sus propias condiciones meteorológicas, lo que los convierte en prácticamente incontrolables.

Por momentos pareció incontrolable el incendio de A Mezquita, que traspasó la frontera de Ourense a Zamora y el jueves obligó a confinar el núcleo de Castromil y a cortar la A-52, la Autovía das Rías Baixas, principal arteria de comunicación entre el sur de Galicia y la Meseta.

Precisamente en ese incendio parecieron verse pirocúmulos. De momento hay que hablar con prudencia a la hora de analizar con exactitud lo sucedido, pero no es la primera vez que en Galicia se registra este fenómeno propio de los incendios de sexta generación: ya aparecieron en los fuegos que quemaron el pulmón verde de O Courel en julio de 2023. 

¿Qué son los pirocúmulos o nubes de fuego?

Una de las varas para medir la peligrosidad de un incendio es su capacidad para generar pirocúmulos. Estas nubes de fuego (flammagenitus) se forman por el intenso calor que provoca un fuego forestal. Este crea columnas de aire muy calientes que, por los movimientos convectivos, se elevan en el cielo junto a una mezcla de cenizas, partículas de humo y gases.

Al ganar altura esa gigantesca humareda y llegar a niveles atmosféricos donde el ambiente es lo suficientemente frío, el vapor de agua, que en grandes cantidades logra llegar hasta ahí arriba, cambia de estado, se forman gotitas de agua líquida y embriones de hielo y comienza a surgir el pirocúmulo, adoptando su parte superior la forma de una coliflor.

En ocasiones, los pirocúmulos tienen tanto poder calorífico que siguen subiendo con mucho material encendido el cual, cuando choca con el aire frío, se derrumba y cae a la superficie, provocando «lluvias de fuego», que pueden provocar nuevos focos secundarios y agravar el incendio forestal del que derivan. También pueden producir rayos y descargas eléctricas.

En O Courel, en los devastadores incendios de julio de 2023, hubo pirocúmulos, lo que convirtió los incendios en erráticos y difíciles de prever. Ante una situación así lo que se aconseja son desalojos masivos como los que están teniendo lugar en la zona sur de la provincia lucense y también en la comarca ourensana de Valdeorras, convertidas en un infierno para los vecinos y para los equipos de extinción.

En casos extremos, estas nubes pueden evolucionar hasta convertirse en pirocumulonimbos, capaces de inyectar partículas de humo y ceniza en la estratosfera, con efectos similares a pequeñas erupciones volcánicas. Este fenómeno se ha documentado en algunos de los megaincendios más devastadores de la historia reciente, como los ocurridos en Australia en 2019-2020 o en California en los últimos años.

¿Por qué hay más megaincendios?

Los incendios forestales están evolucionando hacia fenómenos cada vez más extremos. Las condiciones climáticas actuales, con veranos más calurosos y prolongados fruto del calentamiento global, junto con episodios de sequía cada vez más frecuentes, han creado el escenario perfecto para que estos megaincendios encuentren en los montes gallegos, cada vez más abandonados, un terreno propicio para su desarrollo. La combinación de masas forestales densas, topografía compleja y la presencia de interfases urbano-forestales aumenta significativamente el riesgo y las consecuencias potenciales de estos eventos extremos.

Los expertos en gestión forestal y prevención de incendios llevan años advirtiendo sobre la necesidad de adaptar las estrategias de prevención y extinción a esta nueva realidad. La planificación territorial, la gestión forestal sostenible y la concienciación ciudadana se presentan como elementos clave para mitigar el riesgo de estos fenómenos extremos que, de continuar la tendencia actual, podrían convertirse en una amenaza recurrente para los ecosistemas y poblaciones de Galicia y otras zonas de España.

Evolución de los incendios forestales: de primera a sexta generación

La clasificación de los incendios forestales por generaciones refleja cómo estos fenómenos han ido evolucionando en complejidad y peligrosidad a lo largo del tiempo. Los incendios de primera generación, predominantes hasta los años 60, eran principalmente rurales y afectaban a zonas de cultivo abandonadas. Con la despoblación rural y el cambio en los usos del suelo, surgieron los de segunda generación en los años 70, que ya alcanzaban velocidades de propagación mayores y afectaban a masas forestales continuas.

En los años 80 y 90 aparecieron los incendios de tercera generación, caracterizados por grandes frentes de llama que se propagaban rápidamente entre las copas de los árboles. La cuarta generación, que comenzó a manifestarse a principios del siglo XXI, introdujo un nuevo elemento de complejidad: estos fuegos comenzaron a afectar a las zonas de interfaz urbano-forestal, poniendo en peligro directo a núcleos de población.

Los incendios de quinta generación, propios de la última década, representaron un salto cualitativo en cuanto a peligrosidad. Estos se caracterizan por la simultaneidad de grandes incendios forestales en diferentes zonas, comportamientos extremos del fuego y afectación a zonas urbanizadas. Presentan fuegos de copas simultáneos y requieren una coordinación excepcional entre diferentes cuerpos de extinción.

Finalmente, los incendios de sexta generación constituyen el último escalón evolutivo conocido. Estos megaincendios son tan intensos que generan sus propias condiciones meteorológicas a través de los pirocúmulos, nubes de tormenta formadas por el calor intenso del fuego. Su comportamiento es extremadamente impredecible y su capacidad destructiva supera cualquier posibilidad de control mediante los métodos convencionales de extinción.

La regla del 30: la fórmula perfecta para el desastre

La situación crítica que se vive este mes de agosto no era difícil de predecir. Existe un parámetro, la regla del 30, identifica las condiciones ideales para la propagación extrema del fuego. Esta regla establece que cuando se combinan tres factores específicos, el riesgo de incendios devastadores se multiplica exponencialmente: temperaturas superiores a 30 grados centígrados, humedad relativa del aire inferior al 30% y vientos que superan los 30 kilómetros por hora.

Todas ellas se dieron estos días en Galicia, lo que creó un escenario perfecto para la propagación rápida e incontrolable de las llamas. El calor extremo reseca la vegetación y facilita su ignición, la baja humedad ambiental reduce la capacidad de la vegetación para retener agua, haciéndola más inflamable, y los fuertes vientos no solo avivan las llamas sino que también transportan pavesas a grandes distancias, creando nuevos focos de incendio.