El sudeste asiático se desangró en los años sesenta y setenta por la división del mundo en bloques. Medio siglo después, el occidente anglosajón vuelve a perder pie en esta parte del mundo -ya no en lo militar, sino en lo económico y político- pero sigue librando la batalla cultural, informativa y diplomática con auténtico ardor guerrero. Este verano, dicha trinchera ha sido levantada en el mayor baluarte artístico de Tailandia, el Bangkok Art and Culture Centre (BACC). “Una constelación de complicidades” es una exposición de arte político que de forma selectiva mete el dedo en el ojo de Rusia, Irán, India y sobre todo China. Algo que, nada más inaugurarse, hizo saltar los fusibles en la embajada de este último país, como era de prever. 

La muestra es una andanada indisimulada contra cuatro miembros del grupo de los BRICS, que son también objetivo prioritario de los aranceles de Donald Trump. Aunque los rusos están acostumbrados y no han movido una ceja y los indios han fingido no darse por aludidos, China tiene la piel mucho más fina -demasiado desde nuestro punto de vista- y mandó a funcionarios de su legación a inspeccionar las obras, todas ellas realizadas por exiliados políticos acogidos en EE.UU. o Reino Unido. 

La muestra es menos un retrato de los grandes problemas de nuestro tiempo que de las fijaciones del Departamento de Estado. Su folleto empieza así, en un aparente dardo a las Nuevas Rutas de la Sedad: “Hoy en día lo que mantiene unidos a distintos regímenes a lo largo y ancho de la geografía no es solo la ideología, sino la infraestructura”. 

No busquen a ningún artista palestino, saharaui o cheroqui porque no lo encontrarán. En cambio, hay chinos exiliados o autoexiliados, procedentes de Tíbet, Xinjian y Hong Kong, además de un disidente iraní y dos rusos, todos ellos residentes en los Estados Unidos. 

China entró al trapo y funcionarios de su embajada levantaron acta de la afrenta a finales de julio y remitieron una protesta formal ante el ministerio de Exteriores. Esta condujo a nuevas visitas, en compañía de personal del BACC y de la Administración Municipal de Bangkok (AMB), supuesta titular del espacio. Aunque China buscaba la clausura de la exposición, se dio por satisfecha con que se tachara el nombre de alguno de sus artistas disidentes, como Clara Cheung (activista y expolítica hongkonesa residente en Inglaterra que considera que China está “colonizando” la ciudad china de Hong Kong y que hace campaña contra una nueva superembajada china en el Reino Unido). 

Los concienzudos funcionarios chinos y sus homólogos tailandeses -con horror al conflicto- convinieron en retirar la bandera de Tíbet y de Turquestán Oriental (Xinjian en la jerga islamista). En China, como en India, solo la bandera nacional tiene estatus legal (además de la de Hong Kong y Macao). 

Mural del artista birmano en el exilio Sai en BACC-Bangkok agosto 2025

Mural del artista birmano Sai contra los mandatarios de Corea del Norte, India, Rusia, China, Irán, Bielorrusia y, difuminada, Tailandia, acusados de vender armas o apuntalar a la junta militar de su país. Parte de la exposición inaugurada este mes en el BACC de Bangkok

Jordi Joan Baños

La exposición también puede leerse como una afrenta a las decisiones soberanas de Tailandia, en el año en que se ha incorporado como socio a los BRICS (aunque todavía no como miembro de pleno derecho, como sí ha hecho Indonesia). La equidistancia entre EE.UU. y China es un artículo de fe para la mayor parte de la élite tailandesa -ella misma, de origen chino- desde hace más de una década. El enésimo golpe de Estado, en 2014, iba en esa línea. Del mismo modo que la injerencia de la junta militar tras las elecciones de 2023 para apartar de la coalición gobernante a la fuerza más votada, Avanzar (hoy, Partido Popular) también conocida como “el partido americano”. 

Por todo ello, llama la atención la utilización de una institución cultural pública tailandesa como arena para rejonear una selección de países y razones que cuadran como un guante con el argumentario de Estados Unidos. Países con los que Tailandia no solo quiere mejorar relaciones sino que son sus principales emisores de turistas, como Rusia y China (con India en ascenso). 

El caso de Birmania es distinto y todavía más delicado. El apoyo encubierto de EE.UU. y Reino Unido a la resistencia armada contra la junta militar choca con la política de todo el bloque países del sudeste asiático (ASEAN) -no solo de Tailandia- partidario de una reintegración pacífica y gradual. 

El atrevimiento lleva hasta el punto que, la obra más notable de la exposición es un mural sobre la venta de armas a la junta militar birmana. Obra no objetada por China, pese a la representación de Xi Jinping, ya que también está el indio Narendra Modi, el ruso Vladimir Putin, el norcoreano Kim Jong Un, el bielorruso Lukashenko y el iraní Jameneí. Todos ellos, tendiendo la mano -y las armas- al general Min Aung Hlaing. Frente al camboyano Hun Sen está una silueta femenina difuminada pero que no puede ser otra que la tailandesa Paetongtarn Shinawatra –suspendida del cargo el pasado 1 de julio, precisamente a raíz de una polémica llamada al “tío” Hun Sen, tras una escaramuza fronteriza que luego se complicó aún más.  

Entrada a la exposición tras la censura. Las nuevas rutas del esparadrapo

Entrada a la exposición tras la censura. Las nuevas rutas del esparadrapo

JJB

Se trata de una notable obra de arte y de un esfuerzo de inteligencia -y recolección de datos confidenciales de armamento- que parecer ir más allá de las capacidades de un artista plástico. Este, que firma como Sai, tiene motivos personales, puesto que su padre, Linn Htut, fue juzgado y encarcelado en 2021, tras el golpe militar, por cargos de corrupción que considera espurios. Pero este no era un ciudadano anónimo, sino el jefe de gobierno del estado Shan -sin ser shan, por cierto- entre 2016 y 2021, en las filas del partido de la Nobel Aung San Suu Kyi. Su propia madre es jueza. El estado Shan, tristemente, es más conocido por ser el epicentro mundial de las metamfetaminas, el opio y la heroína, con guerrillas de distinto signo implicadas en su producción y contrabando.

No ha sido posible aclarar si esta obra, fechada en 2025, difuminó a la aparente primera ministra tailandesa por algún tipo de censura o autocensura o, al filo de la inauguración, por su caída en desgracia. La Vanguardia no ha obtenido aclaraciones por parte de BACC ni de su directora, Adulaya “Kim” Hoontrakul, que cursa un doctorado en Tokio. 

Japan Foundation, por cierto, es uno de los colaboradores regulares de BACC, junto al British Council. Sin embargo, personas que han tratado en el pasado con la institución destacan la influencia estadounidense. El año pasado, Asian Cultural Council, con sede en Nueva York, firmó un acuerdo de apoyo a la formación de los curadores del BACC.

La autoría de la exposición refleja también una “constelación de complicidades”. Como curador aparece un presunto Museo de la Paz de Myanmar, que resulta ser el propio Sai, que en 2021 se autoexilió en Inglaterra. Las otras entidades participantes son Jina Alliance, centrada en Irán y Afganistán y “con sede en Washington”, y Emergent Art Space, con sede en San Francisco.

Banderas tibetanas con el lema Palestina Libre, pero sin alusión alguna a las actuales perpetradores o a quiénes suministran las armas

Banderas tibetanas con el lema Palestina Libre, pero sin alusión alguna a las actuales perpetradores o a quiénes suministran las armas

Jordi Joan Baños

Las otras dos firmas en los créditos de la exposición son ThaiBev (propiedad de la primera fortuna del país) como patrocinador y la Administración Metropolitana de Bangkok. El gobernador de esta, Chadchart Sittipunt, es uno de los pocos cargos elegidos directamente por el pueblo en Tailandia. Aun así, pertenece a una de las familias más poderosas del país, como sobrino de Phichit Kullavanich, exconsejero real y exgeneral al mando de las fuerzas especiales contra la insurgencia comunista, estrechamente alineadas con EE.UU. en los años sesenta y setenta.

Cabe decir que Sittipunt tuvo que dar explicaciones al asumir el cargo por un piso de lujo no declarado, de 300 m2, en Seattle, EE.UU.. Dijo entonces que ya no era suyo, sino que estaba a nombre de su hijo y que procedía de una herencia.

Tachadura sobre el nombre del Dalái Lama

Tachadura sobre el nombre del Dalái Lama

JJB

Jina Alliance presenta en la exposición una filmación del rapero iraní Toomaj Salehi, condenado a muerte y luego excarcelado al cabo de un año, que inspiró en EE.UU. la ley Toomaj -finalmente en vía muerta- para redoblar las sanciones sobre Irán, con el apoyo de congresistas como Brad Sherman, uno de los más firmes apoyos de Israel en EE.UU y también amigo de Jina Alliance.

Tampoco ha sido posible contactar con Sai, artista que optó por volar de regreso al Reino Unido, aunque la policía tailandesa ha negado que estuviera buscándolo. El artista, que cubre la mitad inferior de su rostro con una careta blanca, tacha de negro su apellido. Tras los tachones introducidos a instancias de la embajada china, toda la exposición parece seguir esa misma pauta, pero no ha podido confirmarse que el efecto fuera buscado. 

Pese a la tinta negra, el ojo avisado puede leer “Dalai Lama”. También se han tachado los nombres de disidentes de Hong Kong que hoy viven en la exmetrópolis colonial, de una folklorista uigur hoy en Francia y de un artista transexual tibetano residente en Estados Unidos. Uno de sus vídeos ha sido retirado. En él, al parecer, defendía al Dalái Lama, cuando este le pidió a un niño que le chupara la lengua. Aunque el mismo Dalái Lama pidió disculpas, parte del exilio tibetano y el propio artista cuestionan los motivos de quien grabó y difundió aquel vídeo. En realidad, la conducta indecorosa de monjes tibetanos con niños es algo que ya escandalizó a los primeros misioneros portugueses en el techo del mundo, en el siglo XVII. 

Sai (título honorífico de los shan de Birmania) tacha su apellido, aunque todo el mundo sabe que su padre era el jefe de gobierno del estado Shan de Birmania

Sai (título honorífico de los shan de Birmania) tacha su apellido, aunque todo el mundo sabe que su padre era el jefe de gobierno del estado Shan de Birmania

SAI

En un ejercicio de contorsionismo, la única obra referida a Palestina consigue asimismo demonizar a China, al encapsular el lema Free Palestine en banderolas como las que habitualmente rezan Free Tibet. En este caso, los curadores no han creído necesario citar a Israel ni mucho menos trazar el origen de sus armas, que en la mayoría de casos les llevaría a EE.UU.. El genocidio en curso en Gaza es el gran ausente de una exposición que se quiere política. 

De hecho, las imágenes de la exposición están contextualizadas políticamente. A diferencia de lo que sucedía hace dos otoños con la retrospectiva del fotógrafo estadounidense James Nachtwey, que documentó multitud de guerras, muchos de ellas perpetradas por EE.UU., pero que por la selección de imágenes y la práctica ausencia de texto quedaba reducida a un testimonio estético y acrítico. 

China ha agradecido las “correcciones” introducidas por Tailandia. “Nos oponemos a cualquier intento, por parte de cualquiera, de utilizar el pretexto de intercambios artísticos y culturales para manipular políticamente e inmiscuirse en los asuntos internos de China”, ha manifestado su embajada en Bangkok. Cree haber cerrado así el debate, pero en realidad ha abierto dos.  El de los límites de China para imponer su censura fuera de sus fronteras. Y el del uso de terceros países como arena de la guerra política y cultural entre EE.UU. y los Brics. Como dice el proverbio swahili, cuando dos elefantes se pelean, quien sufre es la hierba.