Los lectores de Crónica Global no necesitan que les presente al escritor Javier Cercas, pues este medio –como muchos otros— ha dado con puntualidad noticias de sus últimas actividades: entre ellas la publicación de El loco de Dios en el fin del mundo –o sea, su crónica sobre un viaje a Mongolia en el séquito del papa, hoy ya difunto, Francisco, sus conversaciones con miembros humildes y destacados de la jerarquía Católica en El Vaticano y sus meditaciones sobre la religión— y su ingreso en la Real Academia Española. Sin olvidar su celebrada participación en el foro Barcelona Desperta!, que organiza este grupo.
A raíz de la publicación del citado libro en varios idiomas, Cercas anda ahora mismo metido en viajes de promoción. Pero le hemos llamado por teléfono y preguntado lo que preguntamos a todos los participantes en esta serie:
IVF —¿Qué obra de arte contemporáneo te llevarías a casa?
Cercas se queda callado unos segundos y repregunta:
JC —Mmm… deja que piense… ¿puede ser una obra arquitectónica?
IVF —Sí, claro, si consideramos que involucra creatividad, inspiración, diseño y una visión estética, igual que otras disciplinas artísticas, podemos considerar la arquitectura un arte. De hecho tengo entendido que los griegos antiguos la consideraban la primera de las artes, de la cual derivaban las demás.
JC —El único problema es que me has dicho que eligiera una obra que me llevaría a casa, y me parece que en mi casa el edificio en el que estoy pensando no cabe.
IVF —Bueno, tómate lo de “llevarte a casa” de manera simbólica, y dime en qué edificio estás pensando, me tienes intrigado.
JC —El Guggenheim de Bilbao.
IVF —Ah, muy hábil: eliges una sola obra de arte, pero que contiene cientos de ellas. ¡De un solo golpe te haces con toda una colección de obras maestras!
JC —No creas, no es en el contenido en lo que estaba pensando, sino en la forma del edificio. Verás, por diversos motivos, voy con alguna frecuencia a Bilbao, e inevitablemente paso una y otra vez por delante del museo, y siempre me impresiona. Porque me gusta, pero no lo entiendo. No entiendo su estructura. No localizo su funcionalidad. Ese cuerpo se alza allí, en medio de la ría como un enigma iridiscente, ya sabes, es de titanio. La experiencia de enfrentarme a, o pasar junto a ese enigma se repite con alguna frecuencia en mi vida. Yo he dado la espalda a todas las adicciones que pudiera tener y las he reemplazado por una: correr. Salgo a correr todas las mañanas, y corriendo alrededor del Guggen, bajando a la ría, veo diferentes ángulos y superficies del edificio, y cuanto más lo veo, menos lo entiendo y más me intriga.
El Museo Guggenheim desde la pasarela Pedro Arrupe / GUGGENHEIM BILBAO
IVF —Claro. Entiendo que además corres solo, de manera que en el momento de encontrarte, y volverte a encontrar, con ese museo colosal –y además presumo que corres a primera hora, cuando acaba de salir el sol–, entre él y tú se establece un diálogo personal, de carácter casi íntimo, sin terceras personas ni mediaciones. Eres un poco como el capitán Achab ante la masa gigantesca, reluciente y obsesionante de la ballena, de Moby Dick.
JC —Si quieres decirlo así… adelante, oye, no te cortes. ¿Puedo añadir otra cosa?
IVF —Claro.
JC —Me gusta también otra cosa de ese edificio: ya que has aceptado que la arquitectura es una de las artes, aquí, con el Guggen tenemos una obra de arte que realmente ha transformado la vida sobre la que irradia. Pues el museo encabezó la reforma de la ría, que era un paisaje ruinoso, supuso un antes y un después para el barrio, y cambió para bien la atmósfera de la ciudad. Se ha dicho muchas veces que el arte mejora nuestras vidas. En el caso del Guggen, la frase tiene una aplicación precisa, exacta, constatable.