La vocación de estrella se le despertó en la primerísima infancia, nada más ver a Gary Cooper en ‘Beau Geste’, una película en la que … se aprende lo que es la lealtad con uno mismo, el compañerismo a prueba de balas y traiciones, así como la importancia de saber despedirse, a ser posible con un funeral vikingo en el que no falte un perro a tus pies (que en el filme no era un animal de cuatro patas sino una bestia con uniforme y dos piernas).
El actor inglés Terence Stamp ha fallecido a los 87 años y es muy probable que nadie piense en incinerarlo a la manera de los antiguos nórdicos. Una pena porque le habría encantado. Siempre se consideró especial y lo demostró en títulos tan dispares como la pasoliniana ‘Teorema’ (1968), donde seducía y se acostaba con todos los miembros de una familia de la alta sociedad italiana; sin olvidar las primeras entregas de ‘Superman’ (1978-80), que le permitieron meterse en la piel del maligno General Zod, capaz de poner en jaque al superhéroe; y ‘Las aventuras de Priscilla, Reina del desierto’ (1994), que le dio la oportunidad de interpretar muy convincentemente a una mujer transgénero.
Uno de los más versátiles
Terence Stamp ha sido uno de los actores más versátiles de su generación, codiciado por directores de la talla de Pasolini, William Wyler, John Schlesinger, Fellini, Stephen Frears, Oliver Stone, Tim Burton… Se le consideraba «el maestro de los silencios inquietantes» pero tampoco resultaba nada tranquilizador con la boca cerrada. Tenía una voz suave y sibilina, en sintonía con una apostura muy calmada pero imponente –medía 1,83– que nunca dejaba indiferente. En cuanto aparecía en la pantalla había que ponerse en guardia. Nadie mejor que él para hacer justicia a un papel tan complejo como Frederick Clegg, el psicópata de ‘El coleccionista’ (1965), que le valió el Premio del Festival de Cannes al mejor actor.
Hasta Michael Caine, con el que coincidió en la Academia de Arte Dramático Webber Douglas, reconocía que la veta camaleónica de Stamp podía llegar a ser algo turbadora. Así se explica que finalmente no fuera el sucesor de Sean Connery en el rol de James Bond. Su visión del personaje de Ian Fleming era demasiado heterodoxa para los cánones de la época. Propuso maquillarse para dar la impresión de ser japonés –algo que es absolutamente fiel a la novela ‘Solo se vive dos veces’–, pero los productores se espantaron. Lo encontraban demasiado arriesgado. No entendían la osadía de Stamp. Nada era convencional en un hombre que, a los 24 años, ya fue nominado al Oscar como mejor actor de reparto por su primera película ‘Billy Budd’ (estrenada como ‘La fragata infernal’ en España), a las órdenes de Peter Ustinov. Ahí le tocaba encarnar a un joven marino que despertaba los mejores y peores deseos de la tripulación de un barco. Ya en sus inicios era un intérprete que se ponía el listón muy alto.
Hijo de un marino mercante, creció en el East End de Londres, rodeado de mujeres (su madre, su abuela y sus tías) que siempre alentaron sus ilusiones de convertirse en una gran estrella. Era el mayor de cuatro hermanos que no le hacían sombra ni ponían en duda su convicción de que estaba destinado a vivir grandes aventuras por medio mundo. Y lo consiguió, pese a un largo periodo de reflexión, entre 1970 y 1975, que le hizo desaparecer del radar del cine. En aquella época vivió en Ibiza, Japón e India, se volvió profundamente espiritual y aparcó su fama de seductor. En los años 60 habían sido muy sonados sus noviazgos con Julie Christie, Brigitte Bardot y la supermodelo Jean Shrimpton.
Su regreso a finales de los 70 cogió vuelo con ‘Superman’ y a partir de la década de los 80 consolidó una segunda etapa como actor de carácter en producciones de alto perfil como ‘The Hit’ (1984), de Steven Frears; ‘Wall Street’ (1987), de Oliver Stone; ‘Beltenebros’ (1991), de Pilar Miró; y ‘El limpio’ (1999), de Steven Soderbergh. Trabajó en más de 60 filmes y le dio tiempo a escribir tres volúmenes de memorias y una novela. Tenía mucho que contar y los editores se lo rifaban. «Toda la vida he franqueado la barrera del miedo», solía repetir al hacer balance de su vida.
Se casó a los 64 años con una farmacéutica y el matrimonio duró poco. Se divorció en 2008. No tuvo hijos y su mejor amigo siempre fue su hermano Chris, exmanager de The Who, que ya ha fallecido. ¿Alguien se acordará ahora del funeral vikingo? Pocos actores se lo merecen tanto.