Aunque insiste en mirar siempre hacia adelante, Mikel Erentxun lleva cuatro décadas ejerciendo de cronista melódico de la nostalgia. De la dulzura acústica de Duncan Dhu a las atmósferas más densas y crepusculares de su carrera en solitario, su trayectoria es un mapa en el que conviven éxitos multitudinarios, discos de culto y una voz que ha aprendido a desafiar al tiempo. El donostiarra nos atiende al teléfono mientras camina con su perro por el bosque, «aquí estamos a 20 grados, es una maravilla», apunta este artista que aunque no tiene nada que demostrar, mantiene intacta la curiosidad de un aprendiz. Este viernes 22, a partir de las 22.00 horas, se subirá al escenario de Es Jardí (Magaluf) sin Diego Vasallo para repasar los grandes éxitos de Duncan Dhu.

En Duncan Dhu eran tres, luego dos, y finalmente quedó usted solo. ¿Se siente más libre o más huérfano?
—La verdad es que me siento más libre, aunque me encanta trabajar con Diego [Vasallo] y lo echo de menos, pero esta gira la hago con mi banda habitual porque él no quiso sumarse y la estoy disfrutando mucho.

¿Qué queda de aquel joven que soñaba con guitarras de madera en el hombre que ahora explora atmósferas más crepusculares?
—Pues queda bastante, a mi yo de hace 40 años lo que más le gustaba era la música y las guitarras, y ahora he vuelto un poco al origen. Como decías, la edad le da un tono más crepuscular sobre todo a mis letras, pero lo demás permanece intacto.

¿Qué canción de Duncan Dhu le define mejor?
—Aunque la quinta esencia es 100 Gaviotas, no me define demasiado. Quizá En algún lugar sea la que más me define, es una canción que melódicamente resiste muy bien el paso del tiempo.

«Por suerte tengo un nombre hecho y, aunque tu último disco no funcione, la gente
va a los conciertos»

Muchos artistas se rebelan contra la etiqueta de ‘voz generacional’, ¿usted la abraza, la tolera o la esquiva con una media sonrisa?
—(Risas) Creo que la esquivo con una media sonrisa, me siento identificado con esto que dices.

En su obra hay un diálogo constante entre el amor y la melancolía. ¿Es la melancolía un combustible creativo o una carga necesaria?
—Para mí es un combustible creativo, me gusta la nostalgia y la melancolía bien entendidas, aquí en el Norte hemos nacido con ello y me ayuda mucho a componer.

Si la discografía de Duncan Dhu fuera un diario íntimo, ¿qué capítulo le gusta releer y cuál evita abrir de nuevo?
—Un poco sí que es un diario, pero no hay capítulos que no quiera leer. Aunque si me pregunta si borraría algo de mi pasado en Duncan Dhu le diría que el cambio de trío a dúo, fue tenso pero afortunadamente todo acabó arreglándose.

A menudo se dice que el tiempo embellece los discos, incluso los que fueron incomprendidos en su día. ¿Siente que algún álbum aún espera ser redescubierto?
—De Duncan Dhu no, creo que el grupo está donde tiene que estar. De mi etapa en solitario diría El abrazo del erizo, creo que no tuvo la notoriedad que merecía.

En el panorama musical actual, saturado de estímulos digitales, ¿qué espacio le queda a la canción artesanal, esa que se construye con paciencia, como usted ha hecho siempre?
—Muy poco la verdad, pero es el lugar donde vivo, es un nicho de mercado pequeño pero suficientemente grande para ganarte la vida en él. Por suerte tengo un nombre hecho y aunque tu último disco no funcione muy bien la gente va a los conciertos igualmente.

«Si me pregunta si borraría algo de mi pasado en Duncan Dhu, le diría que el cambio de trío a dúo»

Muchos fans le asocian con la nostalgia, pero sus últimos discos miran hacia adelante. ¿Cómo se convive con un público que a veces quiere volver atrás mientras el artista insiste en avanzar?
—Se convive mal, lo has definido a la perfección. Solo los que son muy fans lo valoran, son un grupo pequeño pero muy combativo que me apoya en mi afán de mirar hacia adelante.

Usted es un arquitecto de canciones pero también de formación. ¿Qué queda en común entre trazar una melodía y un plano?
—La paciencia y cierto grado de sensibilidad, son profesiones hermanadas por el arte y la cultura.

¿Qué consejo le daría al Mikel del 85 que comenzaba a despuntar en la música?
—Como siempre he sido muy impaciente le diría que fuese paciente, que disfrutase, que todo llega.

Después de tantos discos, giras y noches en carretera, ¿qué sigue siendo lo más emocionante al subir a un escenario?
—Ese momento cuando se apagan las luces y subes las escaleras sigue siendo mágico. No ha perdido su fuerza. Yo soy carne de cañón de escenario, antes todo lo demás, componer y grabar canciones, era una excusa para subirme a un escenario, pero ahora disfrutó de todas las partes del proceso.

Usted que ha coqueteado con el rock americano, el folk y el pop británico, incluso con la new wave, ¿no teme que tanta influencia diluya su identidad o cree que justamente ahí reside su estilo?
—Exacto, ahí reside mi estilo, mi forma de trabajar. A veces escucho un disco que me fascina y eso trato de llevarlo a mi estilo. A mí, mis influencias se me notan, soy muy transparente.