Pocas veces ha arrancado un Grand Slam con tanta expectación como el US Open este martes. No era de extrañar, claro. El último gran torneo de la temporada echó a rodar en Nueva York con el renovado cuadro del dobles mixto, un formato que, con un millón de dólares como botín para la pareja vencedora, ha reunido en la Gran Manzana a las mejores raquetas de la ATP y la WTA.
Emparejado con la británica Emma Raducanu, ganadora del Abierto de Estados Unidos en 2022, cuando solo tenía 18 años, Carlos Alcaraz voló en la noche del lunes desde Ohio, donde había conquistado el Masters 1000 de Cincinnati tras la agria retirada de Jannik Sinner, para debutar ante la pareja formada por Jessica Pegula, cuarta mejor tenista del ranking, y Jack Draper, número cinco del circuito masculino.
Pronto quedó claro que las risas iban a ser tónica habitual durante el encuentro, más aún cuando Alcaraz y Raducanu, ambos de 22 años, entraron en la gigantesca pista central de Flushing Meadows bromeando y saludando, con sus mochilas a cuestas, a los casi 20.000 espectadores que abarrotaban la Arthur Ashe.
Alcaraz y Raducanu chocan sus manos tras un intercambio en la pista central del US Open.Mike Segar (REUTERS)
El primer set, no obstante, cayó del lado rival. Draper y Pegula, más engrasados como dupla, alcanzaron antes los cuatro juegos con los que se conquistan las mangas en este novedoso —y breve— formato ingeniado por la organización del US Open para incentivar el interés del público en la primera semana del torneo.
Mostró Alcaraz muestras de su ingenio, provocando incluso la sorpresa de su compañera, que se llevaba las manos a la cabeza con la magia del murciano, pero no pudieron, ni uno ni otra, remediar lo que desde el comienzo del encuentro parecía inevitable. Draper y Pegula cerraron el choque con la quinta bola de partido y sellaron la clasificación para los cuartos de final con un doble 4-2.
Incapaces de perder la sonrisa incluso en la derrota, Alcaraz y Raducanu reconocieron el esfuerzo de sus oponentes en la red y recogieron sus pertenencias en el banquillo justo antes de comenzar a firmar autógrafos a las decenas de aficionados que se agolpaban sobre la primera fila de la central. No pudo ser. No al menos esta vez.