Hubo que creer. Hubo que aguantar. Hubo que resistir.

Lando Norris, con la templanza de un veterano y los nervios hechos de hielo, desafió las leyes del desgaste: 35 vueltas con neumáticos al filo del colapso, en uno de los trazados más crueles del calendario. Y ganó. Porque a veces la victoria no llega con el cuchillo entre los dientes, sino con la mente clara, el instinto intacto y el coraje de no ceder. Fue su quinto triunfo del año. Quizá el más heroico.

No fue fácil. Oscar Piastri, su sombra más cercana, le lanzó todo el fuego posible. Lo persiguió como si la gloria le perteneciera por derecho y lo intentó todo: incluso un ataque kamikaze en la curva 1, con neumáticos chillando y una maniobra que rozó el desastre. Pero Lando Norris no parpadeó. Cerró la puerta, sostuvo la línea y cruzó primero.

El botín fue doble: 7 puntos recortados y una declaración de intenciones. Al parón veraniego llega a solo 9 unidades del liderato. La guerra papaya se cocina a fuego lento, pero arde con intensidad.

Más atrás, Charles Leclerc vivió una caída libre. Del sueño al desencanto. El Ferrari perdió alma, velocidad y podio. El monegasco, furioso, reportaba problemas por radio mientras veía cómo George Russell le arrebataba el tercer puesto. Fue una tarde amarga para la Scuderia.

Fernando Alonso, sin alardes pero con la sabiduría de quien ha bailado mil veces bajo la lluvia, volvió a ser el faro de Aston Martin. Quinto, con una sola parada y un ritmo que desafiaba los pronósticos. Su actuación fue una clase de estrategia, valor y precisión. A veces no hace falta un trofeo para firmar una obra maestra.

Verstappen, lejos de su leyenda, apenas pudo ser noveno. Sin ritmo ni ventanas estratégicas claras, el campeón fue un actor secundario en una función que no parecía escrita para él.
Lance Stroll, en cambio, le dio a los verdes otro motivo para sonreír: un séptimo lugar peleado con uñas, dientes y determinación.

Y Carlos Sainz, atrapado en un día gris, apostó con blandos en la salida, alargó su primer stint… pero se quedó sin cartas. El FW47 no perdona en circuitos como este. Terminó decimocuarto. Sin ritmo, sin opciones. Otra tarde para olvidar.

Hungaroring regaló una carrera de precisión quirúrgica, donde cada movimiento era una danza con el error. Y McLaren, sin necesidad de interferencias, volvió a escribir un doblete.
El título ya no se disputa solo entre equipos: es una batalla interna, silenciosa… y cada vez más feroz.