«Devolvimos la vida a lo que parecía olvidado». Así es cómo empieza la arquitecta Charo Gandia a explicarnos la conmovedora historia de la casa de su abuela, la cual, decidieron reformar por una sencilla razón (pero con mucho peso): «Aquí fui feliz». Ese eco emocional, simple y poderoso, se impuso a cualquier argumento práctico sobre vender o dejar marchar la vivienda que había pertenecido a esa mujer tan especial en su vida.
La historia comenzó como tantas otras: una casa tradicional que, tras el fallecimiento de su propietaria, quedó vacía. «Todos pensaban en venderla. En dejarla ir», cuenta Charo en una publicación de su Instagram. Pero aquella frase cambió el destino del inmueble. «¿Cómo vender algo que guarda tantos abrazos?», reflexiona. En lugar de firmar un contrato de compraventa, Charo y su familia optaron por un camino más lento, pero mucho más significativo: rehabilitarla.
El proyecto no fue una reforma radical que borrara su historia, sino una cuidadosa transformación que respetara la esencia de la vivienda. «Decidimos reformarla con respeto, con calma. Mantuvimos las baldosas del recibidor. Restauramos las puertas antiguas…», explica la arquitecta.
Un nuevo hogar con el alma de siempre
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El resultado no es simplemente un inmueble renovado, sino un hogar que combina el aroma de lo nuevo con el calor de lo familiar. «Hoy no es la casa de la abuela. Es nuestro hogar. Uno que huele a nuevo… pero se siente como siempre», resume la arquitecta. Su historia es la de muchas familias que heredan casas de pueblo o viviendas antiguas y se enfrentan a una disyuntiva: vender o conservar.
En un mercado inmobiliario que valora la ubicación y el estado por encima de la historia, rescatar este tipo de casas puede parecer poco rentable. Sin embargo, Charo defiende que hay un valor intangible, ligado a la memoria y la identidad, que merece ser protegido. «Las casas tradicionales tienen alma. Y cuando las transformas con cuidado, se convierten en refugios que no solo resguardan del frío o del calor, sino que abrazan», señala.
Cómo dar una nueva vida a una casa tradicional
Foto: @charogandia.arquitecta
La experiencia de Gandia ofrece una serie de claves para quienes quieran seguir sus pasos y transformar una vivienda heredada sin perder su esencia:
- Respetar los elementos originales con valor: antes de derribar o sustituir, conviene identificar piezas que merecen quedarse: baldosas hidráulicas, vigas de madera, rejas forjadas o carpinterías antiguas. “Son detalles que cuentan la historia de la casa”, dice Charo.
- Actualizar instalaciones sin alterar la estética: la comodidad actual es imprescindible. Electricidad, fontanería y aislamiento pueden renovarse de forma discreta para que la estética original permanezca intacta.
- Recuperar materiales y darles un nuevo uso: puertas, maderas y azulejos pueden restaurarse o reaprovecharse en nuevas piezas. Así, además de conservar su carácter, se reduce el impacto medioambiental.
- Apostar por la luz natural: abrir ventanales o retirar elementos que bloqueen la entrada de luz mejora la habitabilidad y realza las texturas y colores originales.
- Integrar lo nuevo de forma armoniosa: el mobiliario contemporáneo puede convivir con piezas antiguas si se eligen materiales, tonos y formas que dialoguen con la arquitectura existente.
- Crear espacios de memoria: un rincón con fotos antiguas, un mueble heredado o una pared que conserve su acabado original puede funcionar como un puente entre pasado y presente.
Casas que abrigan
Hoy, la casa de la abuela de Charo Gandia es más que un espacio habitable. Sus paredes guardan historias y, a la vez, están preparadas para acoger nuevas. En un momento en que la velocidad y el consumo rápido marcan el pulso del día a día, apostar por conservar y revitalizar una vivienda con historia es también una declaración de principios. Porque, como recuerda Gandia, hay lugares que no se venden, se cuidan. Especialmente cuando alguien, dentro de ellos, fue feliz. Muy feliz.
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