En una entrevista reciente (El Mundo, 26/05/2025), Tamara Silva Bernaschina (Minas-Uruguay, 2000) le explicaba a Andrés Seoane que sus historias se adentran en el misterio de lo cotidiano y dan espacio a lo sensorial.

Larvas

Tamara Silva Bernaschina

Páginas de Espuma, 2025. 101 páginas. 16 €

Se refería esencialmente a Larvas, la obra objeto de esta reseña. Para conseguirlo, la escritora parte de imágenes, recuerdos o pensamientos, elementos pequeños en torno a los cuales van creciendo los contenidos, como le revela al periodista: “Cositas chiquitas, pequeños detalles, que de repente se vuelven el motor de un cuento, que hacen que el relato tenga latido, vida y un poco más de cuerpo”.

Además de ser muy joven, Tamara Silva compone y publica con inusitada rapidez; con solo veinticinco años ha editado tres trabajos, dos de ellos laureados.

Se inició con Desastres naturales (2023), un conjunto de narraciones breves que recibió en su país dos Premios Bartolomé Hidalgo (el de Narrativa y el Revelación) y que, por añadidura, al año siguiente le proporcionó el Premio Nacional de Narrativa en la categoría Ópera Prima.

Gabriela Cabezón Cámara. Foto: Alejandra López

Después vio la luz Temporada de ballenas (2024) –una novela fragmentaria en la que se incluyen temas como la familia, la naturaleza o la soledad–, con la que obtuvo una mención honorífica en el concurso Juan Carlos Onetti; y finalmente, en abril de este 2025, lo hizo Larvas, donde recoge ocho cuentos escritos en apenas tres meses, según confesó ella misma en la entrevista mencionada.

En Larvas se dibuja una geografía aislada en cerros, en cañadas, en caminos o en montañas.

Sus tramas están protagonizadas por individuos que huyen de ciudades inhóspitas, alejadas de la naturaleza, y de formas de vida que deshumanizan; por hombres y mujeres que buscan una realidad más amable en el campo, donde todo parece auténtico.

También abundan en ellas niños y adolescentes que miran la realidad con inocencia, que tienen una forma espontánea de habitar la realidad, sin aspavientos, sin miedo, con absoluta franqueza.

Marina Lobo. Foto: Planeta

Incluso es frecuente la presencia de animales, entre ellos, una yegua, muchos perros, piojos, seres extraños que apenas llegan a visualizarse o pequeñas criaturas que, como sucede con los caballitos de mar, nacen a cientos y están perfectamente formados.

En la narrativa que da título al conjunto, esos seres diminutos brotan entre las piernas de una muchacha que todavía no ha tenido la primera menstruación.

Los argumentos de Larvas parten de una realidad conocida de la que a veces se apartan para abrazar lo inusual, lo insólito e incluso lo fantástico.

Estos relatos son ficciones que combinan luz y oscuridad, belleza y monstruosidad a partes iguales

De hecho, en no pocas ocasiones, estos relatos parecen desentenderse de la lógica para abrirse camino en una nueva dimensión que quiebra las reglas de la verosimilitud; y no les son ajenos los motivos más bárbaros y feroces, las actitudes (humanas y no humanas) más crueles y despiadadas.

En Larvas encontramos historias en las que hay niños que hacen de su cabeza un criadero de piojos (“Mi piojito lindo”); mujeres que se transforman –o son, al tiempo que no son– en agua y montaña mineral (“No acampar ni abordar”); perros que personifican la culpa de unos niños inocentes –o no tanto– (“La gallinita ciega”); canes salvajes que se reúnen y amedrentan a la gente e incluso la trastornan (“Jauría”); peces que se introducen por el pantalón de una niña que, desde entonces, expulsa pequeñas criaturas de agua en una pesadilla que no tiene fin (“Larvas”); yeguas muertas que se pasean delante de los vivos (“Arena, arena, arena”); o jóvenes que buscan una vida nueva y que se encuentran con una realidad despiadada (“La joven edad”)…

En definitiva, ficciones que combinan luz y oscuridad, belleza y monstruosidad a partes iguales.