A la música actual le falta pausa y le sobra algoritmo, le falta profundidad y le sobra prisa, le falta autenticidad y le sobran colaboraciones de un día. Es así, el panorama musical moderno está dominado por la necesidad de adaptarse a un tiempo en el que la atención dura cada vez menos.


David Gilmour en concierto con Pink Floyd en 1994

Afortunadamente, no todo es así. En contraposición a la eterna búsqueda de lo viral, hay canciones que se inspiran en temas trascendentales y universales. Y Lenny Kravitz ha sido uno de los grandes valedores de este tipo de arte durante los últimos años. El artista neoyorquino sigue resistiendo.

Y buen ejemplo de esta resistencia es su tema Frankenstein, incluido en el álbum Strut, de 2014. En esta canción, Kravitz reafirma su estatus de artista versátil y auténtico, combinando de forma magistral rock y funk con la profundidad de una letra que es un grito de auxilio.

Inspirado en la novela de Mary Shelley, el músico emplea el mito del monstruo del doctor Frankenstein para construir una poderosa metáfora sobre la soledad del diferente y expresar el deseo íntimo de ser amado.

El moderno Prometeo baila funk

Lenny Kravitz no apela a la mitología novelesca por mero capricho. El monstruo estaba hecho de partes de otros seres. Y así se siente él, hecho a jirones, a pedazos. Y, como la creación, de Shelley, solo desea comprensión y amor. Frankenstein es la confesión de un hombre solo que tiene miedo.

«Mi corazón late lentamente. No me dejes aquí para morir», expresa el autor en los primeros versos de la canción. «Me esfuerzo tanto por complacerte. Nunca estás satisfecho. ¿Alguna vez me liberarás? Estoy echando margaritas a los cerdos», escribe Kravitz.

«Pero necesito amor». Este verso se repite una y otra vez en la canción, hasta el punto de que el final del tema parece un grito desesperado por sentirse amado. «Pero necesito amor, necesito, necesito, necesito amor», concluye.

Kravitz combina estos versos sangrantes con una poderosa fusión de rock y funk y con su propia voz apasionada y desesperada, pero profundamente enérgica. Batería y bajo abren el camino a los versos anhelantes que se inspiraron en una de las obras literarias pioneras de la ciencia ficción y el terror.

La armónica, el saxofón, la guitarra acústica y la eléctrica, distorsionada, tienen algo de cinematográfico y remiten a las bandas sonoras de las películas de ciencia ficción clásicas. Y además a los densos planteamientos del glam rock cuyo máximo exponente fue David Bowie.

La ecléctica carrera de Lenny Kravitz abarca más de 30 años de rock y fusión de géneros. Su imagen ha trascendido la música para convertirse en un icono cultural de este siglo. Aparte de los focos que parecen buscarlo, con canciones como Frankenstein el artista muestra que tiene mucho que decir.

La canción es un tema que resumen a la perfección la esencia de su música y de él mismo: no existen las contradicciones en el arte. Se puede ser mundialmente famoso e, igualmente, desear, como cualquier persona, ser amado y comprendido.