La manera en que cruza la calle es inconfundible y lleva con nosotras la friolera de 27 años. Y aunque ahora se haya ido para siempre, aunque nos haya dicho un último —esperemos— adiós, el inconfundible contoneo de Carrie Bradshaw nunca nos abandonará.
Siempre estará con nosotras esa manera de fruncir el ceño cuando Miranda Hobbes dice algo que le hace saltar las alarmas. O la sonrisa dulce y cómplice que le provocan las historias de Charlotte York. O el gesto pícaro con el que reacciona a los comentarios de Samantha Jones —a pesar de que haga al menos una década que no la vemos—.
El personaje encarnado por Sarah Jessica Parker nos ha acompañado desde 1998. Muchas hemos crecido con ella y con sus amigas, a quienes hemos tenido de referente a la hora de hablar de según qué temas —sí, de sexo, por ejemplo—, con quienes hemos reído e incluso llorado.
Sexo en Nueva York fue revolucionaria. Y lo dice alguien que la descubrió en los primeros años de la adolescencia, cuando el 90% de las conversaciones de la serie le provocaban un rubor rosado.
Pero ¿se ha ido diluyendo su poder transformador con el paso de los años? Bueno, más que de los años —la serie original sigue siendo rompedora—, de las versiones y productos relacionados.
A muchas las películas nos sobraron —sí, sí, hay por ahí quien las defiende, pero, ¿en serio?—. Y a la mayoría —no tengo datos fehacientes de esta afirmación, pero tampoco dudas— su revival, And Just Like That…, no le ha traído más que una sensación agridulce.
Dulce porque ahí vuelven a estar ellas —Carrie, Charlotte y Miranda—, con algunas arrugas más, con algunos años más, con algunas vueltas de tuerca a sus arcos de personaje más, pero ellas de todas maneras.
Agria porque falta el papel más provocador, más sinvergüenza —en el buen sentido de la palabra—, más liberador, el que nos hacía reír a carcajadas: el de Samantha.
Las protagonistas de ‘Sexo en Nueva York’.
James Devaney
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Más allá de las guerras y problemas que Kim Cattrall haya podido tener con sus excompañeras de reparto, su chispa nos falta a muchas en esta nueva serie que ha llegado a su fin con apenas tres temporadas y, sinceramente, muy poco que contar —especialmente en esta última, aunque la lectora puede estar en desacuerdo conmigo, claro—.
Porque si amas a Carrie, Charlotte y Miranda —y, especialmente, a Samantha—, si todas ellas te marcaron, reconocerás que este nuevo intento de traerlas a la vida ha descarrilado.
Ha sido como ver un accidente ocurriendo todas las semanas en el televisor: no podías apartar los ojos ni darle al botón de apagado, pero tampoco te sentías a gusto del todo observándolo pasar. ¿Me equivoco?
Tal vez el problema haya sido la maldita nostalgia milenial —¿tal vez representemos el summum de este sentimiento?—, que con nuestra obsesión de recuperar las cosas que nos hicieron felices en los 90 y principios de los 2000, antes de que las responsabilidades adultas nos abofeteasen, precipitamos el regreso de un Sexo en Nueva York que ya no es tal.
Pero And Just Like That… parece haberse quedado sin fuelle a medio camino. O tal vez ya naciera muerta. Quién sabe, pero el regusto agridulce, nadie me lo quita y quizás los motivos estén en la evolución de los personajes.
Amor de Carrie
Sin la trágica muerte de Mr. Big no hubiese habido And Just Like That… Sin esa escena que nos arrancó alguna que otra lagrimilla, Carrie no hubiese regresado ‘al mercado’, no se hubiese expuesto a nuevos amoríos y, sin duda, Aidan Shaw no hubiera vuelto a su vida —ni a las nuestras—.
Las que nos dimos cuenta a tiempo de que Mr. Big era una red flag andante y caímos en las garras del team Aidan, tal vez estemos ahora un poco decepcionadas.
La historia de amor que tenía que ser y no fue se ha vuelto a truncar. Una vez más. Y lo ha hecho, encima, al ritmo lento, agónico —que se siente como si el corazón fuese del más fino cristal y te lo estampasen contra el suelo— de How Did It End de Taylor Swift.
Quién si no le iba a poner banda sonora a ese punto y final que trunca el ‘y fueron felices para siempre’. Tal vez Aidan y Carrie no estaban hechos el uno para la otra. Quizás siempre debieron ser eso, un puede. Porque Carrie, amiga, date cuenta, ¡solo te enamoras de las red flags con piernas!
Aunque sabemos que el verdadero amor de la vida de Carrie es ese piso. Bueno, el APARTAMENTO, así, en mayúsculas, porque todas hemos soñado con él, ¿o no? Lo suficientemente grande, coqueto, íntimo y lleno de sueños y recuerdos.
Algo que la fan que llevo dentro ha amado de And Just Like That… es que se haya usado la vivienda como símbolo de lo que ya no se puede recuperar. Como metáfora de que ya no se puede volver atrás, de que hay cosas que se deben quedar en el pasado, de que la vida sigue y no te puedes perder en la nostalgia.
Porque ¿no te rompió el corazón subir esas escaleras, junto al taconeo de Carrie, abrir esa puerta y encontrarte un tabique? ¿No te destrozó ver cómo ese hogar había perdido su esencia, cómo había sucumbido a la gentrificación más voraz? ¡Ahí sí que debería haber sonado ese How Did It End y no con Aidan!
Y puestas a analizar, ¿qué pasa con ese capítulo final? Carrie se queda sola —cosa que está muy bien—, pero ¿no era la serie original una celebración de la amistad femenina? ¿Nos están diciendo que, llegadas a una edad, sí o sí te quedas sola aunque tengas amigas?
Porque sí, cada una tiene su vida, pero ¿no desvirtúa ese último capítulo todo el mensaje de Sexo en Nueva York? Porque los hombres vienen y van, a veces se quedan para siempre, pero las amigas están ahí, en lo bueno y en lo malo.
Y sí, ahí continúan Charlotte y Miranda, pero ¿no da la sensación de que no son capaces todas ellas —las tres— de unir sus vidas para apoyarse las unas a las otras? Otra vez el regustillo agridulce.
Charlotte, la maltratada
Dicho esto, ni Sexo en Nueva York ni And Just Like That… van solo sobre Carrie. A Charlotte la hemos visto crecer, madurar, convertirse en un personaje verdaderamente feminista, romper sus propios moldes… y todo ello mientras cultivaba una relación sana —tal vez la única realmente sana de la saga— con Harry.
En el revival de la mítica serie la hemos visto recuperar su vida profesional, gestionar a dos adolescentes y convertirse en toda una experta en diversidad de género.
Sin embargo, da la sensación de que sus tramas se han quedado siempre a medias. Harry, el amor de su vida, es diagnosticado con cáncer… y sí, hay cierto drama, hay malestar, pero ¿y la profundidad? Los personajes pedían un poco más de trama, un poco más de gestión emocional dentro de esa casa que siempre parece perfecta.
Lo mismo cuando ve a su hije, Rock, con ropa de mujer durante la función del instituto… Detrás de la mirada de Charlotte hay demasiadas preguntas sin hacer, temas sin explorar del todo.
Siento, una vez más, que a su personaje se le ha maltratado. Se le ha robado el brillo que merece en pantalla. Pero, claro, esto es tan solo una opinión personal que espero que la lectora acepte.
Miranda, ¿la odiada?
Algo inevitable es pensar que el arco de transformación (casi) radical de Miranda ha sido lo más criticado y aplaudido a la vez de este And Just Like That…
Si bien es cierto que parece feo que engañe a Steve —recordemos todo el drama cuando el que lo hizo fue él en la serie original— y parezca que no pasa nada, en parte tiene sentido.
Aquí y ahora, admito que Miranda nunca ha sido santo de mi devoción, aunque hay muchas que la aman. En esta nueva vida, nos ha sorprendido a todas y a sí misma con su despertar sexual.
Con sus más y sus menos —aquí una fan de Che que piensa que le trataron fatal en la serie y en las redes—, Miranda no ha defraudado y nos ha sacado de quicio como siempre lo ha hecho: con la incomodidad de quien, da igual cuántos años pasen, no tiene claro nada en esta vida.