Carmen Rodríguez Villar empezó a pintar antes que a hablar. Guarda una foto en la que aparece junto a su abuela, dibujando, cuando no tenía siquiera dos años. «Siempre me gustó, lleva conmigo desde que nací», señala. Esta llanisca de 18 años, residente en Celoriu y que acaba de completar sus estudios de bachillerato artístico en la Escuela de Arte de Oviedo, recibía hace unos días en Tokio el galardón como ganadora en España del prestigioso International High School Arts Festival (IHSAF), un certamen de artes plásticas organizado por la International Foundation for Arts and Culture (IFAC). Palabras mayores.
Ganó la competición por su ilustración «Odontoglossum alexandrae», realizada con lápiz de color sobre papel de técnicas mixtas, de una especie de orquídea originaria de Sudamérica. Siempre la han fascinado las orquídeas. La obra surgió en la Escuela de Arte, en una práctica de la asignatura Técnicas de expresión gráfico-plásticas, que imparte Job Sánchez. No hay exámenes, sino proyectos, y la teoría se imparte a través de la práctica.
Animales, plantas y paisajes
En uno de esos proyectos, el profesor animó a los alumnos a buscar una planta que les gustara. Perfecto para la ella, porque lo que más le gusta dibujar son animales, plantas y paisajes («la gente se me complica»). Tuvo claro desde el primer momento que dibujaría una orquídea. Vio una Odontoglossum alexandrae y supo que era lo que quería dibujar.
Primer «problema»: no hay en Asturias. No encontró ninguna, así que buscó imágenes por internet bancos de archivo e ilustraciones antiguas… hasta que encontró una ilustración científica que le gustó. Segundo «problema»: «Voy muy lenta dibujando, con mucha calma, porque soy muy perfeccionista. No me quedo tranquila hasta que no está todo bien», apunta.
«Odontoglossum alexandrae», la ilustración con la que ganó el prestigioso certaen Carmen Rodríguez Villar. / R. D.
Resultado de todo ello fue que no acabó a tiempo el dibujo y se lo tuvo que llevar a casa. Le dedicó «muchas horas», hasta que quedó «contenta» y «orgullosa» por el resultado. Entregó la obra a primeros de año y todo quedó ahí hasta que… «un día, llega el profesor cuando acaba la clase y me dice: ‘Mandé un dibujo tuyo a un concurso, ya te contaré’. No me más y lo único que pensé fue: ‘Mira qué bien’».
24 horas de viaje
Dos meses después, por Teams, el profesor le dijo que su ilustración había ganado y que habría que prepararlo todo «para el viaje». Estaba «superemocionada», pero no esperaba que el viaje la incluyera. Y menos aún que fuera a Japón. «No me lo creía», rememora. El 3 de agosto comenzó su periplo, junto a su madre, María José Villar. En autobús de Llanes a Oviedo, en tren hasta Madrid, en avión hasta Fráncfort y de nuevo en avión a Tokio. Total, 24 horas de viaje.
Las esperaban en el aeropuerto con un cartel con sus nombres. Acreditación, furgoneta… y cuando pensaban que podrían irse al hotel a descansar, las llevaron a un restaurante «a comer a toda velocidad» y después hasta un templo. Total, que llegaron a las nueve y media de la mañana a la capital nipona y acabaron en el hotel a las siete de la tarde, agotadas.
Carmen Rodríguez Villar, junto a su ilustración, en Tokio. / Cedida
Al día siguiente, gala en el Ritz, obligatoria ropa «business». «Estaba todo milimetrado, los japoneses son como relojes suizos, todos sabían qué hacer en cada momento». La celoriana tenía que leer un discurso que debía durar exactamente un minuto. En inglés. La gala duró cuatro horas. Y de allá, de regreso al hotel.
Apoyo total de la familia
Estuvieron en Japón un día más, en el que disfrutaron de un intercambio cultural, visitaron una isla, participaron en diferentes juegos en el hotel… Y después el regreso, otras 24 horas de viaje. «Fue intenso, pero mereció la pena», comenta la joven pintora.
Tiene «apoyo total» por parte de su familia. Siempre lo tuvo. Desde el primer momento sus padres la animaron a dibujar. Tiene un montón de fotos haciéndolo con chupete. «Tuve mucho apoyo, pero fue algo normal, natural, en ningún momento me sentí presionada», destaca. Empezó a tomar clases con 5 años, con Irene Palud, y cuando llegó el momento de iniciar el bachillerato, dado que en Llanes no hay artístico, con 16 años se fue a Oviedo, a un piso en el que la acompañaban una semana su madre, otra su padre…
El futuro…
¿El futuro? «Es complicado vivir de la pintura. Lo primero que quiero es encontrar mi estilo», subraya. En unas semanas se irá a la Universidad de Salamanca, a estudiar Bellas Artes. «Allí espero encontrar algo con lo que esté a gusto, con lo que me sienta identificada y con lo que transmitir algo. Voy a empaparme de conocimiento. Veremos si después de los cuatro años me siento preparada. Y si no, a seguir aprendiendo», promete.