«¡Imposible que una mujer de 44 años triunfe en la era del videoclip! Su tiempo ya pasó», pronosticaron algunos iluminados en 1984 cuando Tina Turner presentó su Private Dancer, el disco con el que renació en el mundo de la música gracias a canciones que rápidamente se transformaron en himnos. I Might Have Been Queen, What’s Love Got to Do with It, I Can’t Stand the Rain, Let’s Stay Together (versión de Al Green) y, por supuesto, el propio Private Dancer.

La industria discográfica quería productos jóvenes para protagonizar aquellos videoclips que construían los éxitos en los ochenta. Michael Jackson impulsó el género al convertir en un acontecimiento cercano al cine lo que hasta entonces era solo un vídeo promocional de gente moviendo la boca. Así su Thriller fue un antes y un después para el universo musical y televisivo en 1983.

Unos meses después, Tina empezaba su segunda vida encima de los escenarios que haría olvidar a Turner, su pareja artística y marido que la maltrató. Private Dancer, que en principio fue compuesta por Mark Knopfler para sus Dire Straits, encontró en la interpretación de Tina una historia que traspasaba. La canción dio nombre al disco de retorno, con su característica portada: ella sentada frente a la cámara, desafiando los tabúes, reivindicándose. Medias de rejilla, labio diciendo «aquí estoy yo» y un gato  junto a sus piernas. Aunque no todo el mundo lo viera. Como buen minino, invisible y bravo a la vez.

Tina Turner con Raffaella Carrà

Pero también había que poner imagen en movimiento a las canciones en el inicio de la edad dorada de MTV. Sin embargo, la industria discográfica desconfiaba. Siempre fue injusta con las mayores de cuarenta, a pesar de que sea la década vital de la belleza repleta, fuera y dentro de la cabeza. Y así fue. Y así resplandeció. Con su talento, con su piel, con su sensibilidad que se hacía la fuerte sin dejar de transmitir las vulnerabilidades que nos igualan. Tina venía con una mochila curtida para no conformarse con solo abrir la boca en los videoclips. Tina no solo cantaba, Tina habitaba las canciones con el ímpetu del carácter de saber lo que fuiste, lo que no quieres volver a pasar y lo que te has percatado que eres. Una mujer independiente que llevaba a donde quería sus canciones. 

El video musical de Private Dancer contó con coreografía de Arlene Phillips, fue dirigido por Brian Grant y se rodó en Rivoli Ballroom de Crofton Park, en Londres. Salón de baile superviviente desde mediados de siglo XX, que también acogió el rodaje del video de Elton John I Guess That’s Why They Call It The Blues, entre otras películas largas y cortas. 

Aunque el videoclip de Tina que se quedó en el imaginario colectivo fue el aparentemente sencillo What’s Love Got to Do with It. Sencillo de realización, apoteósico de interpretación por parte de la propia Tina. A menudo, basta centrar el encuadre en la expresividad irrepetible. Desde entonces, todos caminamos diferente por la ciudad. Todos caminamos distinto si escuchamos esta canción, de hecho. Porque se nos proyecta en la memoria la imagen de Tina paseándose por un Nueva York que se paraba a su paso.

Su actitud, su seducción, su rotundidad, su forma de mirar a la gente… Su forma de mirar a la cámara que, en el fondo, nos estaba enseñando que las mujeres referentes eran las que hasta entonces nos habían señalado como las chicas malas.  

What’s Love Got to Do with It se alzó como la primera canción de Tina Turner en colocarse en el número 1 del Billboard Hot 100. Nunca antes una mujer de más de cuarenta se había situado en lo alto de este podium. Los prejuiciosos se quedaron enmudecidos y Tina no solo hizo historia, sobre toto puso voz a tantas emociones, puso banda sonora a tantos caminos. Digan lo que digan de nosotros, no dejemos de pisar con el ritmo de Tina Turner en aquellas crudas calles de los neoyorquinos años ochenta: con una sociedad aparentemente en contra que la puso a favor bailando hasta para ir a coger el bus.  He aquí la prueba. En formato videoclip, claro: