22 de agosto de 2025 – 08:49
Colaborador
OPINIÓN | José Font Caballero
La investigación histórica siempre nos regala hallazgos inesperados. Esas piezas ocultas del pasado, transmitidas de manera casi secreta, que aparecen cuando menos lo esperamos. Así ocurrió mientras indagaba en algunos episodios de la memoria de Jávea: en pleno 125 aniversario de la llegada de Joaquín Sorolla a nuestro pueblo, en el año 2022, salió a la luz un relato inédito que conecta al pintor con una familia local.
En aquellas jornadas conmemorativas se recordó que Sorolla realizó un boceto en la Partida de Lluca, un rincón rústico que aún conserva su aire agrícola. Y no lo hizo sólo con el paisaje como inspiración: también se fijó en un vecino del lugar, Jaime Andrada Llobell, que junto a su yunta de bueyes sirvió de modelo vivo para una de sus escenas sobre el duro trabajo en el campo. Andrada no era un personaje anónimo. Era el padre de los hermanos Jaime y Juan Andrada Salvador, mártires de la persecución religiosa en el siglo XX y hoy en proceso de beatificación.
La historia, transmitida de generación en generación dentro de la familia Andrada-Salvador, permaneció durante décadas en la memoria oral hasta que se hizo pública. Sucedió en 2008, durante la exposición de la Hispanic Society of New York en la sede cultural de Bancaja en Valencia. Allí, José Andrada Belenguer, nieto de aquel labrador, decidió acercarse a los responsables de la muestra y compartir la documentación que conservaba. La institución estadounidense no sólo recogió el testimonio, sino que permitió a José ser fotografiado junto al dibujo en el que Sorolla había inmortalizado a su abuelo.
Este pequeño episodio nos recuerda que la relación de Sorolla con Jávea sigue siendo un territorio lleno de enigmas y revelaciones. Como el de la última familia anónima de la localidad que todavía guarda en la naya de su casa en una famosa urbanización de Jávea, un lienzo del pintor valenciano, sin catalogar y contemplado únicamente, por unos pocos privilegiados.
Tal vez esa sea la verdadera riqueza de nuestra historia: no únicamente lo que ya está escrito en los libros o colgado en los museos, sino también aquello que permanece en la intimidad de una familia, en la pared de una casa, en la confidencia de una memoria heredada. Historias que esperan pacientemente a que alguien las escuche y las cuente. Porque, al fin y al cabo, el pasado de Jávea no es patrimonio exclusivo de eruditos o especialistas: es un tesoro compartido que sigue latiendo en quienes lo viven, lo recuerdan y lo transmiten. Quiero agradecer a Miguel Andrada Vercher -primo hermano de José Andrada Belenguer- el testimonio, las fotografías y su defensa al relato familiar oral.