VALÈNCIA. Pocas creaciones humanas han sabido reflejar de un modo tan preciso y universal, precisamente, la antagónica destrucción, en este caso, de la guerra. El veintinueve de octubre de dos mil veinticuatro un fenómeno meteorológico, una depresión aislada en niveles altos, provocó lluvias torrenciales que generaron el pavoroso desbordamiento de varios ríos y barrancos que devastaron las poblaciones que encontraron a su paso y con ellas la vida de doscientas veintisiete personas, un número insólito de muertes en tiempos modernos a las que se suma el cataclismo existencial de los supervivientes, que en muchos casos han tenido que empezar de cero al perderlo casi todo. La DANA de València no fue una guerra, pero sí tuvo un componente humano: una gestión negligente letal. 

La historia con el Guernica de Napol, artista oriundo de Sedaví, se remonta a su infancia, cuando camino del autobús de Catarroja con su madre y su hermana contemplaba los murales de la piscina municipal con mensajes contra el servicio militar, la OTAN y la energía nuclear. Uno de ellos era una interpretación punki de la pintura de Picasso. Aquello caló lo suficientemente hondo en él como para que desde entonces hayan sido cuatro las obras que haya realizado —que recuerde— inspiradas en la trágica estampa del bombardeo: para la primera, con la que ganó uno de sus  primeros concursos de grafiti, pintó a la mujer con hijo muerto. Más tarde, la recreó de nuevo para un ejercicio de Bellas Artes con bic azul, pero se perdió por efecto del sol. La tercera fue en otro mural y de nuevo encargándose de la misma figura. La cuarta ha sido el cuadro, aerógrafo y acrílico sobre lienzo de cuarenta por ochenta encarnando la tragedia del 29O con título 20:11, cuyas reproducciones han protagonizado una campaña de crowdfunding de gran difusión que ha servido para aliviar parte del enorme impacto que tuvo la DANA en la vida de Napol, que perdió su casa y taller, sus obras físicas, sus archivos digitales, su coche, y aun así por suerte pudo contarlo. 

Confiesa que no se había planteado nunca iniciar una campaña de estas características, pero se lo sugirieron, hizo números, y fruto de la supervivencia, se puso a ello. Pronto las redes sociales en su mejor vertiente hicieron de catalizador para la respuesta solidaria: ciento veinte aportaciones, siete mil quinientos sesenta y seis euros —de los cuales una buena cantidad ha sido invertida en la producción y envío de las recompensas— para tratar de recomponer una vida inundada por un metro ochenta de agua y barro. Napol contesta a las preguntas con audios excusándose porque tiene que empezar el turno en uno de sus dos trabajos actuales: la emoción aflora en su voz cuando habla de la respuesta de la campaña. Quiere agradecer a todo el mundo su apoyo, de los mecenas a la propia plataforma, pasando por los proveedores de los tubos de cartón que contienen las reproducciones escala 1:1 que en tan solo un día ya llegaban a los domicilios.






Este Guernica valenciano a través de los ojos de normal duros y ahora también endurecidos del artista de Sedaví muestra un paisaje todavía escalofriante que alcanza su mayor horror en el cuerpo que yace bajo el nivel del agua. Todavía cuesta mirar. Preguntado por la situación del cuadro, su autor explica que no se lo han pedido para ninguna exposición y que tampoco ha podido exponerlo él con otras obras que tenía acabadas porque fueron engullidas por la fatídica barrancada. Tampoco ha sido vendido todavía: no debe faltar mucho para que alguna institución, o mucho más probable, algún coleccionista privado, se haga con ella, un testimonio artístico clave, por la calidad y por la perspectiva de quien lo firma. 

Respecto a las instituciones, asegura Napol no tener demasiadas esperanzas depositadas en ellas tras sufrir una larguísima espera para obtener unas ayudas que además, no parecen acordes a lo merecido. Sin entrar en más detalles, solo ahora comienza, con muchísimo esfuerzo, a volver a una situación algo parecida a la de las horas previas al desastre. ¿Podría trasladarse este Guernica a un mural? Le gustaría hacerlo, pero no lo ve cercano: ve improbable que alguien quiera encontrarse con una imagen así. Cree —y entiende— que la sociedad prefiera obras más amables, pero considera que es necesario seguir visibilizando la catástrofe. Él, al menos, no puede sentir ni pintar todavía de otro modo. Mientras esto se escribe, la investigación sobre las responsabilidades humanas sigue en marcha: lo cierto es que los gestores del dolor han optado por la huida hacia adelante confiando en la amnesia de las velocidades algorítmicas de este presente excesivo. 

A estas alturas de la historia y visto lo visto, en una época en que la estrategia dominante es no aceptar nunca ninguna derrota, ni las que uno se inflige a sí mismo, parece naíf albergar la esperanza de que alguien acabe pagando por la muerte de más de dos centenares de vecinos. No obstante, y contra lo que opina el artista de 20:11, resulta sencillo imaginar que alguna institución decida poner donde corresponde esta y otras obras hijas dolientes de la DANA, sobre todo ahora que se cumple su nefasto aniversario, tan pesado en el tejido anímico y existencial que uno no sabe si se le está pasando rápido o lento y viscoso este tiempo anual. El arte es un transmisor cultural de la memoria, a veces, de formas que no logramos siquiera recordar o concretar. Quién sabe: con todo por hacer para evitar una futura tragedia, quizás el ver este Guernica nacido del fango en una pared inspire a otra niña o niño, ya no de los ochenta, sino de hoy, a pertrecharse de espráis o pinceles en una década con el objetivo, consciente o inconsciente, de mantener viva la pulsión de decir lo que no se quiere ver, sea esta la tormenta, u otras que tengan que venir.