Víctor Vela

Sábado, 23 de agosto 2025, 08:28

¿Qué harías si estuvieras atrapado en un mismo día durante toda tu vida? ¿Cómo acercarse a una de las figuras literarias que admiras? ¿Cómo sobrevivir en un mundo donde las relaciones personas son cada vez más escasas? Las respuestas a estas tres preguntas se asoman en los libros recomendados de esta semana.

‘Hotel Roma’, Pierre Adrian

«Cuando cicatriza, la alegría se convierte en melancolía» (60)

Cesare Pavese se convirtió en el autor favorito de Pierre Adrian cuando el escritor francés cumplió los 30. Descubrió en Pavese no solo a un tipo «sombrío, duro, lacónico, sentencioso» (21). No solo a un hombre desgraciado en una sociedad en la que ser feliz es casi obligación (52). No solo a un escritor «solitario e introvertido» (58), al autor de ‘La casa en la colina’ (uno de sus libros preferidos), al tipo que pasó varias semanas encarcelado en Turín y luego exiliado en Calabria. Adrian descubrió en Pavese una voz amiga. «Un escritor puede ser el amigo que nos consuela y nos ayuda a resistir» (187). «Pavese prestaba un servicio a los seres desdichados. Estos recurrían a su diario y a su correspondencia para expresar lo que ellos no acertaban a decir por sí mismos» (145). «Hay escritores que nos dan lo que ellos no tienen. Pavese me ofrecía todo lo que lo había abandonado a él: la despreocupación, la alegría de vivir en este mundo, el espíritu infantil, la fe, el consuelo» (22). Así que, a partir de esta devoción por Pavese, Pierre Adrian construye un artefacto en el que, con recuerdos y recortes, con citas de la obra del italiano y apuntes biográficos, recuerda al autor de ‘El oficio de vivir’. Para ello, recorre los principales escenarios de la vida de Pavese. Desde su localidad natal hasta ese cuarto del Hotel Roma en el que suicidió. Y todo, para rememorar la figura del autor y reivindicar el papel de todos esos libros y escritores que nos acompañan para hacernos la vida un poco mejor.

‘Lo que falta’, Munir Hachemi

«Leer es como pensar y a la vez pensar que pienso» (80)

En uno de los relatos que forman parte de ‘Lo que falta’, uno de los personajes dice: «’Los sinólogos’ es el menos realista de los cuentos de mi amigo, precisamente porque narra nuestra realidad, que ya apenas es real» (170). Y sobre esta premisa pilota esta colección de textos extraños y extrañados. Hachemi sitúa al lector, en muchos casos, en un entorno que en principio parece distópico, pero que nos confronta con un presente plausible. Vemos a personajes solitarios, que han perdido conexión con los suyos, en un mundo donde las relaciones personales cada vez son más escasas y en el que el lenguaje (uno de los grandes tesoros compartidos) se deshilacha. «La comunicación requiere que haya algo en común, y en nuestro pueblo ya no quedaba comunidad, solo individuos desesperados o adormilados» (125). Esa desaparición del lenguaje es síntoma de la pérdida de la condición humana en ‘Los restos’, el primero de los relatos. Hay otro que narra la historia de un tipo encerrado en un hotel, confinado después de haberse sometido a terapia porque se había pasado horas haciendo una retransmisión ‘online’ en la que el ‘streamer’ se convertía en espectador de su propia vida. Allí, en ese espacio de reclusión, se asoma a una ventana y en el edificio de enfrente ve a un hombre que a veces hace lo mismo que él, lo que le lleva a cuestionarse quién es reflejo de quién. Y junto a esos cuentos, para insistir en eso de que la realidad ya apenas es real, se presenta (con hechuras de ficción) la entrevista a un extrabajador de un CIE, un centro de internamiento para migrantes, donde lo que se creía imposible se desvela como dolorosamente real. No es sencilla la lectura de ‘Lo que falta’.

‘El volumen del tiempo I y II’, Solvej Balle

«No todo es susceptible de planificación. A veces, únicamente debes estar preparado» (117)

  • ‘El volumen del tiempo’ (dos tomos)
    Solvej Balle

  • Anagrama
    184 páginas y 216 páginas. 18,90 euros cada libro

Es buena la premisa de ‘El volumen del tiempo’, la aventura literaria en la que está inmersa Solvej Balle. La escritora belga ha planificado la escritura de siete libros (lleva cinco ya terminados, dos editados en español) en los que cuenta la historia de Tara Selter, una mujer que vive permanentemente atrapada en un 18 de noviembre. Puede sonar a tópico, algo ya leído antes, un día de la marmota cualquiera, como otro más. Pero lo curioso aquí es que la protagonista envejece. Aunque parece que siempre vive el mismo día, el tiempo pasa para ella. El pelo le crece, el rostro se le llena poco a poco de arrugas, las heridas le sanan. Y es a partir de una quemadura que se le empieza a curar como descubre que el tiempo avanza en su cuerpo aunque no lo haga a su alrededor. Porque el mundo, para el resto, parece siempre el mismo cada 18 de noviembre. Su marido se levanta a la misma hora de siempre, sale de casa según lo planificado, regresa a la hora convenida. Cada día llueve en el instante justo en el que lo hizo la jornada anterior. El ruido de las tuberías llega siempre a la misma hora. Porque siempre es 18 de noviembre. Ella, para que los días no se conviertan en una niebla permanente, para intentar atrapar el paso de ese tiempo que no pasa, empieza a escribir (31), a anotar lo que ocurre en cada uno de esos días que son iguales pero podrían ser distintos. Se deslizan así en el libro reflexiones sobre la rutina, sobre las obligaciones prestablecidas, sobre el hastío de una vida donde todo parece planificado con anterioridad. Pero, en realidad, vivir es asomarse a lo inesperado. «Nos hemos acostumbrado a vivir sin sentir vértigo cada mañana, y en lugar de movernos vacilantes, con precaución, en un asombro continuo, vamos por la vida como si nada hubiera pasado, subestimamos lo extraordinario, y el vértigo solo aparece cuando la existencia se muestra como lo que es: inverosímil, imprevisible, extraordinaria». (41). Los primeros días, Tara intenta explicar a su marido, Thomas, qué es lo que ocurre. Cada mañana le tiene que contar de nuevo su situación, porque él, al despertar, olvida todo lo que su esposa le contó ayer. Porque para Thomas comienza un nuevo día, pero para Tara es de nuevo el día anterior. Surge así entre ellos una brecha temporal que hace que cada vez estén más distanciados. Ella decide un día no contarle más, esconderse incluso de él, recluirse en una habitación para que su marido viva ese 18 de noviembre como si ella no existiera. Y una vez consumada esa separación auspiciada por la rutina, ella comenzará a hacer excursiones para descubrir nuevas vidas en su eterno 18 de noviembre. Seguirá a hurtadillas a su marido para ver dónde va cuando ella no está. Emprenderá excursiones por la ciudad para descubrir lugares donde nunca estuvo. Puesto que no puede ensanchar su tiempo, ensanchará las experiencias de su vida. Ahí está uno de los grandes atractivos de la novela, cómo nos enfrentamos a la rutina y que hace esta con nuestras vidas.

La segunda entrega de ‘El volumen del tiempo’ nos presenta a una Tara empeñada en hacer de sus 18 de noviembre cada día un día distinto. Para ello, Solvej Balle presenta diversas situaciones que le sirven para reflexionar sobre todas esas argucias que nos hemos dado los humanos para hacer más llevadero el paso del tiempo. ¿Cómo lidiar con una vida que se nos escapa? ¿Cómo domesticar un tiempo que no podemos manejar? Para eso creamos las estaciones, para tener la sensación de que podemos etiquetar el tiempo, dividirlo en categorías, armar un relato en el que el verano viene después de la primavera. Tara emprenderá un viaje por Europa para buscar el frío invernal en el norte del continente y el calor veraniego en el sur. Una forma, en fin, de pensar que no siempre es 18 de noviembre. Además de las estaciones, establecimos tradiciones. Por eso, Tara visita a sus padres para compartir con ellos una falsa cena de Navidad el día en el que tendría que haberse llegado al 24 de diciembre. Por eso, estudiamos la Historia como un relato del pasado, con la intención de apresar y comprender lo que ya pasó. Y de ahí su repentino interés por esta disciplina. Por eso, le otorgamos a ciertos objetos valor sentimental: como una forma de crear en nuestra vida un hilo conductor en torno a algo que permanece, a lo que dotamos de sentido. Este segundo tomo de ‘El volumen del tiempo’ (se anuncian siete) nos interpela sobre esas triquiñuelas que empleamos para no sentirnos perdidos en un flujo que nos atraviesa. Esta nueva entrega no llega al desasosiego que provoca la primera parte, pero no deja de regalar interesantes reflexiones sobre cómo afrontamos el paso del tiempo y qué provoca eso en nosotros.

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