No le sienta mal el adjetivo de felina: feroz, astuta, escurridiza como el minino taimado que se escapa después de una tropelía. Con la mirada gatuna: penetrante, maliciosa, tal vez en el fondo tímida, desconfiada. E independiente, lista, juguetona, mimosa cuando se enamora, pero también posesiva, con las garras siempre afiladas para defenderse, o para mantener el equilibrio. Y misteriosa, siempre, aunque se abriera en canal en sus diarios. Misteriosa… Porque a ella se le daba muy bien el misterio.
Quizá por esa dedicación al suspense, descubrir otra faceta de Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995) es siempre una agradable sorpresa: Libros del Zorro Rojo publicó el pasado mes de marzo Gatos (con traducción de Eduardo Iriarte), una compilación que reúne tres cuentos, tres poemas y un breve ensayo que la creadora de Tom Ripley dedicó a estas criaturas. En realidad, no es una afición desconocida: ya en sus novelas de intriga los animales hacen acto de presencia, se sabe que tuvo gatos como mascota y por la red circulan fotos en su compañía.