Es una de las calles más transitadas, fotografiadas, conocidas y jóvenes de Vigo, pero también lo fue de las más polémicas. Y además, no es una calle. La pasarela que conecta el Casco Vello con el Centro Comercial A Laxe fue el principal legado de uno de los más reconocidos arquitectos que pasaron por la urbe. Francisco Javier Sáenz de Oiza (Cáseda, 1918-Madrid, 2000) es uno de los grandes nombres del primero de los siete artes en nuestro país durante el siglo pasado.
Junto con el carballinés Manuel Gallego Jorreto, es el único que ha recibido en dos ocasiones el Premio Nacional de Arquitectura. Pero aunque otros ganadores del certamen como César Portela o Enric Miralles también han dejado su impronta en el skyline olívico, ninguno generó tantos contrastes como el «navarro de pueblo».
El pasado 18 de julio se cumplieron 25 años de una muerte que dejó huérfano antes de nacer a su pieza en «Abrir Vigo al Mar», iniciativa para la que Zona Franca de Vigo reunió, como si de los Vengadores se tratase, a algunos de los nombres más destacados de la escena en los noventa. El catalán Esteve Bonell —premio Mies Van der Rohe por el Olímpico de Badalona— apostó por el granito en el edificio de la Xunta que cerró la Praza da Estrela por completo.
La iniciativa no se llegó a completar al no ejecutarse la piscina del Náutico de Andrés Perea, quien acabó al mando del desarrollo de la Cidade da Cultura en Gaiás. Saénz de Oiza, flamante Príncipe de Asturias de las Artes, venció el concurso para la zona comercial. A ellos se sumaba el leonés Marcos Pantaleón con el túnel de Beiramar que ahora podría extenderse.
Andrés Perea, Marcos Pantaleón y Francisco Javier Sáenz de Oiza en el coloquio organizado por el Club Faro el 11 de marzo de 1993 para explicar sus proyectos / Jesús de Arcos
«Para mí hubo un momento fundamental que lo cambió todo y es cuando nos regala una calle», señala Jesús Irisarri Castro, uno de los muchos pupilos que tuvo como profesor y que pudo seguir su estela. El arquitecto destaca que «volvió a coser el Casco Vello con el mar» y recuerda cómo, al salir de misa de la Colegiata, «no había conexión alguna» hacia el puerto.
Sobre aquel proceso que sentó las bases del Vigo para el nuevo milenio recuerda que «las propuestas del centro comercial eran muy distintas, había alguna muy permeable y transversal» que permitía una mayor interacción hacia el puerto pesquero y la dársena del Náutico, algo que el diseño final «no lo tiene». En ese sentido recuerda cómo Guillermo Vázquez Consuegra –responsable de la ordenación del frente litoral que fue reconocida a nivel nacional– apostaba por una propuesta «más longitudinal» por la costa.
El diseño de un hombre que se confesaba obsesionado con la perfección encerraba un guiño que aún pasa inadvertido hasta la vista de satélite de Google Maps: una escuadra, un cartabón y una regla. La suma de un prefabricado de hormigón negro, las chapas metálicas verdes y los letreros de las marcas presentes hacen que no pocos vecinos echen en falta los jardines del antiguo edificio de Sanidad Exterior demolido en 2004.
Jardines del antiguo edificio de Sanidad Exterior de Vigo en una imagen de archivo / Cameselle
«Para mí el gran valor es a nivel de espacio urbano y ciudadano que hemos ganado todos, va mucho más allá del que pueda tener como arquitectura porque en esa época no estaba tan atentos a hacer ciudad», explica con la perspectiva que da el tiempo. El autor vigués considera un «sitio memorable» la vista de las Cíes al atardecer desde la fachada oeste del edificio, pero cuestiona su papel en el conjunto.
«La llegada es una escalada por una escalera casi escondida de servicio, que la tienes que conocer, no invita al disfrute las terrazas o a llevarte», ironiza sobre cómo el conjunto cuya «gran sombra es que no está bien resuelto» por esa falta de ambición. Así, contrapone el tránsito fluido de la pasarela que sigue hasta la Estación Marítima con cómo «se encierra sobre sí mismo» el interior del edificio.
Irisarri recuerda también las críticas, que las hubo, a la idea de unir el Casco Vello de forma directa y los efectos que tendría sobre un barrio en aquel momento «de trapicheo y prostitución», apunta. «Es tradicional, se anuncia una peatonalización y se pone en pie de guerra el comercio y los habitantes, empieza a ser cansino», dice. Así, valora la «idea súper radical» de prolongar la calle cruzando el A Laxe. Sobre cómo el viejo profesor vería hoy su obra lo tiene claro: «Quedaría contento y satisfecho por cómo cambió el Casco Vello que él conocía vacío, triste y sin actividad. Y maravillado llegando a la Colegiata en la Reconquista», añade.
Una oportunidad histórica
El autor de la sede del Colegio de Arquitectos en Vigo o la Cidade Deportiva Afouteza reflexiona, tres décadas después, de cómo ha sido el proyecto y su impacto en el día a día de la ciudad. «Me fastidiaba el nombre porque la gente decía ‘¿Abrir Vigo al mar? Si van a poner edificios delante. Y el asunto no era abrirlo, desnudarlo. Era llevar Vigo al mar, volver a darnos servicios, infraestructuras con actividades para todos que nos permitieran disfrutar del mar», resume.
Aún así, elogia que por primera vez en la urbe hubo «una idea de plan director para levantar la cabeza y tener una idea general de ámbito grande», recuerda a días de que entre en vigor el nuevo Plan Xeral. Esta tesis contrasta con la costumbre de «resolver a golpes de detallito» vigente hasta entonces.
Saénz de Oiza falleció cuatro años antes de que se iniciara una obra, coordinada por sus hijos, que no llegó a tiempo para la Volvo Ocean Race. El 12 de diciembre de 2007 se izó la estructura móvil que permite el paso de tráficos especiales por Cánovas del Castillo. Y así, el hombre que soñaba con reconstruir la catedral de Santiago, abrió una calle de Vigo al mar.
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