El castillo que compró el príncipe Alberto en 1852 para la reina Victoria es un lugar importante para la familia real británica, su casa de verano. Allí, los Windsor viven —dentro de lo que cabe— como una familia corriente, donde Felipe de Edimburgo recibía a sus invitados con una barbacoa qué él mismo preparaba y la reina Isabel II lavaba los platos. El castillo en el que murió la longeva monarca; el lugar más feliz del mundo de su nieta Eugenia.

La princesa Ana con su marido.

Paul Campbell – PA Images/Getty Images

El príncipe Eduardo.

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Balmoral supone para todos un lugar en el que descansar, recibir visitas de familiares —también de representantes políticos— y retomar fuerzas para el curso próximo. Para todos habrá cambios, pero para los príncipes de Gales, uno importante: su próxima mudanza. Dejan, aún sin fecha concreta, su casita de campo Adelaida Cottage, para instalarse en Forest Lodge, una casa más amplia, además de histórica, que Guillermo ve como el “hogar definitivo” para la familia, incluso cuando él herede el trono de su padre. Ambas están bastante cerca, en los alrededores del castillo de Windsor, donde llegaron desde el palacio de Kensington tratando de apoyar a Isabel II en sus últimos años de reinado y buscando un entorno natural en el que criar a sus hijos. Esta mudanza podría tener algún simbolismo más, quizá dejar atrás el cáncer de la princesa de Gales que la obligó a centrarse en su salud dejando a un lado su labor como uno de los miembros más destacados de la familia real británica en un momento especialmente delicado, con el propio rey tratándose de otro cáncer.