Antes de que Greg Daniels tomase la ‘The Office’ británica y la convirtiese en la versión yanqui que se convertiría en una de las comedias más valiosas de las últimas décadas (y de su universo, a su vez, crease ‘Parks and Recreation’), y de que Mike Judge nos hiciese reír con la serie ‘Silicon Valley’ o las películas ‘Idiocracy’ y ‘Extract’, este par de guionistas parieron una querida comedia animada que ahora está de vuelta.

‘El rey de la colina’ nacía en 1997, en un momento en que ‘Los Simpson’ estaban en la cresta de la ola, y el mismo año que ‘South Park’. Definitivamente, el espectador abrazaba la idea de que los dibujos no eran cosa de niños y que, de hecho, podían tener un humor muy adulto y una capacidad inventiva que se le escapa a la acción real. Pero Daniels y Judge buscaron que su serie se separase del resto.

el rey de la colina

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Su estilo de dibujo era más sobrio (y más feo, si me lo permiten) que el de la serie de Matt Groening, quizás con la idea de resultar menos atractivo para los espectadores menores, pero también como reflejo del tono y el propósito de reflejar la sencillez: sus historias se asientan, mucho más que ‘Los Simpson’, sobre lo cotidiano, se alejan del disparate, de la peripecia excéntrica y tampoco buscan ser macarras.

En 2016, seis años después de su final, el medio The Atlantic definió ‘El rey de la colina’ como «la última comedia bipartidista» de la televisión estadounidense. La familia protagonista, los Hill, viven en Texas y el padre, Hank, es un conservador de los que sienten nostalgia por Reagan. La serie no lo pone como modelo a seguir, pero tampoco es un blanco fácil. No coge este sector de la población estadounidense para caricaturizarlo sino que, al contrario, los retrata con afecto, aunque sin olvidar verlos con ironía; el clásico «nos reímos con ellos, no de ellos».

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La figura de Hank Hill, aun siendo un hombre conservador, quedaba muy lejos de la de los MAGAs más extremistas de ahora: aunque defendía valores tradicionales como la educación y el trabajo duro, o no entendía ciertos cambios sociales, al final era un tipo que abrazaba el entendimiento y decencia común. Esto, así contado, puede parecer un coñazo supino, pero los guionistas de la serie, desde luego, encontraron humor para 14 temporadas. Y han vuelto con las pilas cargadas.

La pregunta, entonces, es cómo encaja una serie como aquella en un tiempo como el nuestro. Y la respuesta corta es que muy bien. Hank y Peggy, tras una temporada trabajando en Arabia Saudí en el sector del propano, regresan a un Texas que reconocen extraño. Eso, que sirve para justificar dónde han estado (o por qué la serie ha estado fuera de nuestra órbita), también pone de nuevo a los Hill frente a un mundo que avanza un poco más rápido que ellos, con cerveza artesana y baños de género neutro. Por su parte, Bobby, el hijo, ahora es un adulto que tiene un restaurante fusión de comida japonesa-alemana.

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Por supuesto, el comentario social y político se desliza entre los guiones de la serie, que vuelven a escribir Greg Daniels y Mike Judge, junto al nuevo showrunner Saladin K. Patterson (no es baladí que sea un guionista negro, forjado en series como ‘Frasier’ o ‘Psych’). Si bien no es, ni pretende, una serie satírica tan descarnada como ‘South Park’, ‘El rey de la colina’ establece su punto de vista del mundo desde ese aparente retrato de lo anodino, y en los últimos compases de la temporada toca el tema de la manosfera y la masculinidad más agresiva.

Así, la nueva temporada (estrenada en EEUU en Hulu y en España en Disney+) no solo demuestra que sigue estando en forma, a pesar de que a Hank le duelan más las rodillas, sino que en un mundo crispado, hacen falta tipos como él. Y que, mientras nos distraemos y reímos con la serie, recordemos lo importante que es la empatía.

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Headshot of Álvaro Onieva

Nací en Wisteria Lane, fui compañero de piso de Hannah Horvath y ‘Chicago’ me volvió loco porque Roxie Hart soy yo. Tengo la lengua afilada, pero, como dijo Lola Flores, «me tenían que dar una subvención por la alegría».